Capítulo 31
Los secuestradores por fin reconocieron que quien había llegado era Diego; sus caras se pusieron pálidas al instante.
Obviamente lo habían identificado y supieron que se habían metido con alguien a quien no debían provocar.
—¡Diego... Señor Diego, esto es un malentendido! —balbuceó el de la cicatriz, su voz llena de terror.
El calvo se sujetó el estómago y rogó dolorosamente: —¡Ay, por favor, perdónanos, perdónanos! Nosotros también fuimos obligados por alguien...
En ese momento no podían entender por qué Diego había irrumpido de repente.
Aquel lugar era muy apartado, difícil de encontrar.
María, que hasta hacía un momento había estado en un estado de máxima tensión, al ver a Diego se sintió algo aturdida; tenía la impresión de estar soñando.
Ella apretó con fuerza el saco del traje entre los dedos y, con la voz ronca, dijo: —¡Digan! ¿Quién los mandó?
Aunque María en el fondo ya lo sospechaba, aun así, quería oírlo de ellos.
Los dos secuestradores se miraron entre sí y guardaron silenc

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