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Capítulo 1

Sentí que todos ellos, de repente, se habían vuelto muy extraños. Aquellos siete hermanos mayores que alguna vez me habían visto como una espina clavada en el ojo, que solo tenían a Julia en su mirada, de pronto dijeron que me protegerían toda la vida, e incluso que reconocerían de manera pública que yo era la verdadera hija de la familia Gutiérrez. Mis padres, que antes me ignoraban, cambiaron su forma de ser y escribieron en el testamento que toda la herencia sería para mí. Quedé estupefacta. Lástima que yo había renacido, y hacía tiempo que no tenía esperanza en ellos. ... —¡Camila, ¿fuiste tú quien robó las joyas de Julia?! La voz juvenil sonó como un trueno sordo que despertó con brusquedad a Camila de su profundo sueño. La puerta fue pateada con fuerza, Ignacio entró con las manos en la cintura y la miró con una ira desbordante. De pronto, la voz y la escena tan familiares le hicieron darse cuenta, con un retraso atónito, de que ya no estaba en aquel infierno que era el hospital psiquiátrico. Sino en el cuarto trastero donde había vivido durante cinco amargos años. ¡Había... renacido! Los recuerdos crueles de su vida pasada afloraron a su mente, y su mirada se volvió poco a poco más fría. Ella debía haber sido la hija de la familia Gutiérrez de Nubia, pero fue intercambiada con malicia al nacer por obra de los enemigos de la familia. No hacía mucho que la verdad se había descubierto, y la habían llevado de vuelta a la familia Gutiérrez. Pero, incluso después de haberla recuperado, los Gutiérrez no había reconocido públicamente su identidad. En cambio, la dejaron quedarse de forma temporal en la casa bajo la identidad de una sirvienta. Ella, que desde pequeña había vivido como una simple huérfana, valoraba aquel afecto que parecía tan difícil de obtener, y anhelaba con el alma el amor de sus familiares. Por eso, al principio no le importó y trató, con sumo cuidado, agradar a cada uno de ellos. Pero cuanto más sincera y entregada era, más la despreciaban sus hermanos, que no soportaban a aquella hermana criada en el campo. Con frecuencia la comparaban con la hija falsa, se burlaban diciendo que era una muchacha de pueblo y decían que ni siquiera merecía servirle a la impostora. En la escuela, permitían que los chicos la acosaran; en casa, ni siquiera le permitían sentarse a la mesa a comer. Si intentaba agradarles, decían que era calculadora y fría; si se negaba, decían que era una malcriada. Julia era la princesa admirada y encumbrada, y ella, la rata que vivía en la alcantarilla, indigna de ver la luz. Lo más ridículo de todo era que aquella falsa hija fingió desmayarse para incriminarla, y todos le creyeron. A la impostora la colmaban de infinidad atenciones y cuidados, y a ella la echaron de la casa como un perro, obligándola a arrodillarse afuera en una noche de invierno a varios grados bajo cero, sin prestarle más atención. El viento helado le cortaba la cara como cuchillas de hielo; su cuerpo entero se entumeció, la sangre desapareció de su rostro, y finalmente se desmayó por el frío. Ellos, mientras tanto, se sentaban en el cálido interior, entre risas y alegría, disfrutando de la armonía familiar. Olvidaron por completo que la habían echado fuera con el pretexto de castigarla. En medio de tantas muestras de frialdad e indiferencia, su mente colapsó. Perdió el control y los enfrentó, diciéndoles que la hija falsa la estaba incriminando, pero Bruno, con el pretexto de que estaba teniendo un brote de locura, la envió personalmente al manicomio. Cuando sus padres fueron a verla, en sus ojos solo había frialdad, decepción y una profunda desconfianza. —¿Cómo pudimos tener una hija como tú? ¡Si lo hubiéramos sabido, jamás te habríamos traído de regreso! Y luego miraron con alivio a la impostora. —Menos mal que tenemos a Julia, ¡ella sí parece nuestra hija de verdad! Se marcharon sin mirar atrás. Antes de irse, Julia le dedicó una sonrisa triunfante. —Camila, yo soy la hija más orgullosa de la familia Gutiérrez. Tú eres solo una pobre desgraciada que siempre estará bajo mis pies. En aquel hospital, sufrió todo tipo de crueles tormentos, hasta que un médico demente la electrocutó hasta matarla... Quizá incluso el destino se había cansado de verla sufrir y por eso le dio la oportunidad de empezar de nuevo. Pero esta vez, no volvería a anhelar el llamado amor familiar. ¡No quería esa falsa familia! —¡Camila, ¿estás sorda o qué?! ¡Robaste la Lágrima de ángel de Julia, ¿dónde la escondiste?! Camila alzó la mirada y vio que ya había mucha gente afuera. Ante aquellas miradas llenas de decepción y sospecha, solo arqueó una ceja con frialdad. —En esta casa hay tanta gente, ¿por qué piensas que fui yo? Sin pruebas, puedo acusarte de difamación. Todos en la puerta quedaron sorprendidos, claramente no esperaban que la siempre sumisa Camila respondiera con tanta franqueza y descaro. —Camila... Julia se apresuró a mostrar una expresión débil y lastimera. —La Lágrima de ángel es muy importante para mí. Papá y mamá pasaron dos arduos meses en la Antártida hasta encontrar el cristal de la más alta calidad para hacerme ese regalo de cumpleaños. En el mundo es la única que existe. —Camila, devuélvemela, por favor. Su voz era tan débil como el zumbido de un mosquito, como si estuviera a punto de llorar en cualquier momento. Aquellas palabras no hicieron más que enfurecer aún más a los presentes, que enseguida estuvieron más convencidos de que Camila la había robado. Ella sonrió con sarcasmo y miró con calma e indiferencia a los que llamaban familia. —Ya entendí. Me has repetido cinco veces lo mucho que papá y mamá te aman. Todo lo bueno que tienen te lo entregan a ti. Eres la hija más querida de la familia Gutiérrez, no hace falta que me lo recalques más. —Dije que, sin pruebas de que fui yo quien lo robó, eso se llama calumnia. —¡Camila! Javier Gutiérrez estalló de furia. —Robas algo, te niegas a admitirlo y además le hablas de esa manera a tu hermana. ¡No tienes la menor educación! En sus ojos había una profunda decepción. Los genes de la familia Gutiérrez eran tan excelentes, sus hijos eran todos figuras destacadas en sus campos, Julia había sido criada para ser elegante y noble, y solo Camila... Al fin y al cabo, una muchacha crecida en el campo, era de naturaleza vil y deplorable. —Desde que nací no tuve padres que me criaran, ¿cómo iba a tener educación? Camila arqueó una ceja con total indiferencia; en sus ojos no había más que calma y desapego. —Si la cadena se perdió, ¿por qué no revisan a otros? Quizá fue alguien del entorno de Julia quien la robó. Mientras hablaba, su mirada se tornó afilada y se dirigió a Luz, que estaba de pie en silencio a un lado. En su vida anterior, consciente del gran valor de la cadena, se había puesto nerviosa y eso hizo que pareciera culpable, consolidando la acusación de ladrona. Después supo que Luz, por orden de Julia, la había escondido para incriminarla. Por ello, la castigaron encerrándola en un cuarto oscuro sin comer durante un día y una noche. También se les olvidó que ese día era su cumpleaños. Pero su supuesta familia solo preparó una fastuosa fiesta de mayoría de edad para su amada Julia. A ella le exigieron quedarse en aquel trastero, sin poder salir, temiendo que los avergonzara frente a los invitados. Ahora que el destino le ofrecía otra oportunidad, ¡no iba a tropezar de nuevo con la misma piedra! —¿Cómo podría yo tomar algo de la señorita Julia? Todo el mundo sabe que siempre me he llevado bien con ella. En cambio tú, estás celosa de que el señor Javier y la señora Laura le regalaran a Julia algo tan valioso, por eso robaste la cadena y ahora intentas culparme a mí de esto. Luz tenía una expresión llena de agravio y dolor, como si fuera inocente. —Camila, entrégala y luego te regalaremos otra, ¿sí? —La voz de Laura sonaba suave y conciliadora, pero no podía ocultar la desconfianza. —No le des más vueltas al asunto, ¡registremos de una vez! —Ignacio, impaciente, levantó el pie para entrar a la fuerza. —¡Quiero ver quién se atreve a tocar mis cosas! —El rostro de Camila se endureció de repente. Ignacio se detuvo en seco, desconcertado. ¿Acaso la siempre obediente Camila se había vuelto loca? Camila pasó su afilada mirada por aquellos rostros ridículos y dijo con desprecio: —Ya que ustedes creen que fui yo quien tomó la cadena, les voy a mostrar quién es el verdadero ladrón. Se dirigió directo hacia Luz y, con rapidez y decisión, metió la mano en su escote. —¡Ah! ¿Qué haces? Luz gritó aterrada, cubriéndose nerviosamente el pecho con fuerza. Pero Camila sacó con agilidad de entre sus ropas una cadena que brillaba: ¡la valiosísima Lágrima de ángel! La tomó y la arrojó furiosa contra Julia. —¡Tu Lágrima de ángel! —¿Ahora cómo vas a incriminarme? La sala entera quedó sumida en un silencio mortal.
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