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Capítulo 5

—¡Camila, detente ahora mismo! —rugió a todo pulmón el director, levantándose con furia. En ese preciso instante, toda la oficina quedó en silencio, y todas las miradas se dirigieron hacia la joven en la puerta. Incluso un muchacho que esperaba a sus padres dejó de quejarse, y bajando la voz le dijo al hombre a su lado: —Baltasar mira, a ella la expulsaron por robar, eso es mucho más grave que lo mío, lo mío no es nada... Camila giró la cabeza por instinto, y su mirada se detuvo por unos segundos, casi sin querer, al pasar sobre el hombre al que llamaban "Baltasar". Él vestía un traje negro impecable, y la luz del sol entraba por la ventana, resaltando su rostro perfecto y sus profundos ojos oscuros como enormes tintas resplandecientes. Cuando sus miradas se cruzaron, las pupilas del hombre se contrajeron, y pareció que un destello de sorpresa iluminaba el fondo de aquellos ojos profundos. Pero pronto recuperó la habitual frialdad y distancia. Aun así, su mirada permaneció fija en Camila. El muchacho a su lado abrió los ojos con asombro: el siempre frío como un témpano Baltasar, ¡se estaba quedando como bobo mirando a una chica durante mucho tiempo! —¿Cómo se llama? —preguntó el hombre, con una voz grave y magnética. El joven vaciló por unos minutos; sin querer sintió una presión como nunca antes la había sentido. —Camila —balbuceó, sorprendido por su propio tartamudeo. En ese instante, una voz familiar sonó, devolviendo de golpe la atención de Camila. —Camila, sé que te sientes mal porque te expulsaron de la escuela, pero no deberías desquitarte con los profesores. Julia había aparecido de repente en la oficina, con un montón de cuadernos de ejercicios en los brazos. Después de hablar, se devolvió hacia el director y dijo con suavidad: —Profesor Pablo, no se enoje. Estoy segura de que Camila no lo hizo con mala intención. La mirada del director se suavizó un poco al posarse en Julia, y sonrió satisfecho. Pero cuando volvió a mirar a Camila, sus ojos se llenaron de desprecio. —¡Un estudiante debe comportarse como tal! ¡Mira a Julia, de buena conducta y respetuosa con los maestros! ¡Y tú, que solo sabes robar y no respetas a los profesores! —remarcó con crueldad—. ¡Deberías aprender más de Julia! Camila sonrió con frialdad. —No puedo aprender eso, no tengo tan buen talento para actuar. —¡Tú...! El director la miró como si no tuviera remedio alguno. Julia puso enseguida una expresión de tristeza y decepción. —Camila, yo solo quería ayudarte, nunca pensé que me malinterpretarías de esa manera. Para entonces, fuera de la oficina ya se había reunido un grupo de gente, y varios compañeros que admiraban a Julia y hablaron en su defensa. —Camila, te has pasado de la raya, ¿cómo puedes hablarle así a Julia? —Tú le robaste la Lágrima de ángel, y aun así ella no te culpó y siempre habla bien de ti, ¿y así le pagas? —Eres una completa desagradecida, no mereces estar en nuestra escuela. Incluso el amable profesor titular y el maestro suplente se sumaron a las críticas. —No es malo equivocarse, lo malo es no reconocerlo. Cuando salgas al mundo real, un pequeño error puede convertirse en algo grave y dañar a todos. —No podemos aceptar este tipo de conductas. —Yo no puedo enseñar a un estudiante sin ningún tipo de educación. La oficina entera parecía un tribunal de ejecución, todos lanzaban ataques verbales contra Camila. Ignacio apartó a las personas de la entrada y entró con paso fuerte. Sin importarle la situación de Camila bajo tantas acusaciones, le recriminó con severidad: —Camila, escuché que otra vez estás molestando a Julia, ¡esto es demasiado! Que la escuela te expulse no es algo que ella pueda decidir, pero tú insistes en acosarla una y mil veces, ¡contrólate! Todas las miradas se centraron en Camila, como si fuera culpable del peor de los crímenes. Pero ella mantenía un aire indiferente, con aquellos ojos claros como el agua, sin la menor agitación. Ignacio quedó desconcertado por eso. Creía que, ante tales acusaciones y reproches, Camila bajaría la cabeza asustada, y admitiría la culpa para terminar pidiéndole perdón. Ya había decidido que no la perdonaría tan fácil, pues siempre molestaba a Julia, y pensaba hacerla sufrir un poco más. Pero ahora, aquella actitud suya de absoluta indiferencia le resultaba algo incomprensible. Camila escaneo con la mirada a todos los que la acusaban, y sonrió con frialdad. —¿La escuela me expulsó solo porque robé la Lágrima de ángel de Julia? Miró fijamente a Ignacio. Aquella mirada hizo que él apartara los ojos por instinto, sintiendo un repentino remordimiento. Desde afuera se escuchaba la voz aguda y furiosa de un compañero. —¡Pues claro! ¡Nuestra escuela no quiere a ladrones como tú! Camila pensativa, luego miró a Julia e Ignacio. —¿Que robé algo, lo dijeron ustedes? Julia lo negó con rapidez, con un gesto y, una expresión de inocencia. —No me malinterpretes, yo no lo dije a propósito. —Entonces, ¿dices que tu Lágrima de ángel la robé yo? —Volvió a preguntar Camila, con una mirada afilada que la atravesaba por completo. Julia se sorprendió por dentro. ¿Cuándo se había vuelto tan lista Camila? Antes nunca se atrevía a cuestionarla cara a cara; solo intentaba defenderse, y entonces ella siempre intervenía con algunas "buenas palabras" para tratar de sanar todo tipo de culpa que quería imponerle. Pero ahora, Camila la confrontaba, dejándola en cierta desventaja. —Claro que no —respondió Julia con un gesto sincero, mientras por dentro la maldecía con una furia indescriptible. Camila arqueó una ceja, y sus ojos claros e indiferentes recorrieron a todos los presentes. —Si no robé nada, ¿lo que ustedes hicieron no es difamarme? —El artículo octavo del reglamento escolar dice con claridad que quien difame será sancionado y perderá quince créditos. —Y si un profesor difama a un alumno en la escuela, supongo que debería perder la calificación para premios, ¿de acuerdo? Las palabras dejaron un silencio sepulcral en la oficina y fuera de ella. Los compañeros que antes se indignaban en nombre de Julia se retiraron, intentando uno tras otro desvincularse del asunto. —Yo solo repetí lo que escuché. —¡Yo también lo escuché de otra persona! —Si no robó, pues no robó, tampoco es para tanto... Incluso los profesores presentes se mostraron incómodos, fingiendo ocuparse en ordenar documentos o revisando el teléfono, evitando la mirada desafiante de Camila. Ella observó atenta todas las reacciones. Era evidente que unas cuantas palabras bastaban para aclarar el asunto, pero en su vida anterior, ¿por qué siempre terminaba siendo incriminada por Julia? Tal vez porque se preocupaba demasiado por la opinión de la familia Gutiérrez, y entonces no se atrevía a ofender a nadie de esa familia, incluida Julia, la hija adoptiva tan querida por ellos. En esta vida, al no importarle esto ya, se había librado de esas ataduras y podía ver muchas cosas con claridad. Sus labios se curvaron apenas. —Qué extraño. Si no robé la Lágrima de ángel de Julia, ¿de dónde salió este rumor? Alzó de pronto la vista, y su mirada se clavó en Julia como una espada. Ella palideció, fingiendo una sonrisa. —No me malinterpretes, de verdad no fui yo. Ignacio se colocó enseguida delante de Julia como un protector. Hizo mala cara y, aunque en sus ojos apareció un destello de duda y confusión, siguió defendiéndola con determinación. —¿Qué quieres decir? ¿La acusas de haberlo contado? Ella ya dijo que no, ¿qué más quieres? —Pero este asunto solo lo sabíamos tres personas en la escuela —respondió Camila con una sonrisa burlona—. Si no lo dijo ella, ¿entonces fuiste tú quien inventó el rumor?

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