Capítulo 7
Camila entrecerró los ojos; parecía que él iba a ir a ver al director.
Cuando la familia Gutiérrez la llevó de vuelta en aquel entonces, ni siquiera le preguntaron y la enviaron directo a esa escuela.
En realidad, antes de que la recogieran, ella ya había mantenido correspondencia con el director de la escuela.
El director la había invitado a cursar la secundaria allí, le ofreció matrícula gratuita y, además, se mostró dispuesto a financiarle de manera unilateral tres años de gastos de manutención.
En ese momento, ella lo rechazó, pues quería quedarse en la pequeña ciudad para cursar la secundaria, lo que le facilitaba cuidar de su madre y su abuela.
Hasta que la familia Gutiérrez fue a buscarla y colocó a su madre y a su abuela en una residencia de ancianos, fue que por fin pudo asistir a tan prestigiosa escuela.
La familia Gutiérrez creía que su acceso a la escuela dependía solo de su control.
Pero no sabían que su deseo de asistir o no a la escuela dependía únicamente de su propia voluntad.
Si quería estudiar allí, ¡nadie podría echarla!
Y si no quería, ¡nadie podría retenerla!
Camila ya no pensaba perder más tiempo en personas y asuntos tan inútiles; tomó la maleta y se marchó sin mirar atrás.
Ignacio quiso decir algo, abrió la boca, pero luego la cerró lentamente.
Su mirada siguió la espalda de Camila, y en su corazón sintió una extraña e inexplicable pérdida.
Antes, ella siempre era muy cuidadosa con él, temerosa de ofenderlo.
Pero ahora, parecía que él ya no le importaba en lo absoluto.
Ese pensamiento le causó a Ignacio una ligera incomodidad, mezclada con cierta inquietud.
—Ignacio, ¿qué pasa?
Julia, al verlo mirando hacia la puerta todo el tiempo, no pudo evitar tirar con delicadeza de su manga con una voz dulce y suave.
Ignacio apartó la mirada. —No es nada.
Luego de unos segundos, añadió: —Estos días Camila parece estar algo extraña.
—Yo también lo creo. ¿Será que ayer, cuando papá y mamá me regalaron Lágrima de ángel, el golpe para ella fue demasiado fuerte? Todo es culpa mía...
Julia bajó con timidez la cabeza, su tono rebosaba pena.
Ignacio, de manera poco habitual, no la consoló; en cambio, hizo mala cara.
Se había olvidado por completo de que el día anterior también había sido el cumpleaños de Camila.
Pero todos habían preparado para Julia un regalo exquisito y costoso, mientras ignoraban a Camila.
¿Acaso su reacción significaba que les reprochaba no haberle preparado un regalo?
—No le des más vueltas al asunto; esto no es culpa tuya.
Dicho eso, Ignacio se dio la vuelta y se alejó con pasos largos.
El pecho de Julia se llenó de incomodidad; no esperaba que Camila pudiera demostrar con facilidad su inocencia. Sintió que la red que había tendido había sido rasgada sin esfuerzo aparente y que incluso Ignacio parecía tener ahora algo en su contra.
¡Maldita Camila! ¿Por qué no había muerto enferma en la calle y, en cambio, había vuelto a la escuela?
Dándose la vuelta, Julia recuperó en un dos por tres su expresión de culpa. —Perdónenme, profesores, todo esto empezó por mi culpa; nunca imaginé que un simple rumor provocara un malentendido tan grande...
Antes de que terminara de hablar, el director de estudios la interrumpió, preocupado: —¿Cómo podría ser esto culpa tuya? Este tipo de rumores no surgen de la nada; sin duda alguna es que ella no tiene buen carácter y por eso se dicen esas cosas tan feas. No te sientas culpable, tú eres el orgullo de nuestra escuela, ¡anda tranquila, regresa al aula!
...
Bajo el edificio de dormitorios del personal, el sol se derramaba sobre la esbelta y erguida figura de Camila.
Justo cuando estaba por subir a buscar al director, un silbido claro y algo travieso se escuchó de pronto desde lo alto.
Al alzar la vista, vio bajo la brillante luz del sol al mismo chico que había estado en la oficina hacía un momento.
Vestía el uniforme escolar, pero llevaba el segundo botón de la camisa desabrochado, dejando de esta manera ver el borde de una camiseta blanca, emanando una juvenil arrogancia y desenfado.
—¡Oye, guapa! ¡Sube rápido! El director te espera en la oficina —gritó fuerza todo pulmón.
Al ver que Camila no reaccionaba de inmediato, el chico, impaciente, bajó volando las escaleras y tomó la maleta de ella.
—Te ayudo a llevarla.
Camila asombrada arqueó una ceja, soltó la maleta y dejó que él la ayudara.
—¿Raúl?
—Jejeje, ese es mi nombre. Nos hemos visto antes; seguro que lo has olvidado.
—No te preocupes lo he olvidado. Eres el chico que hace trabajos de reflexión.
Este muchacho solía meterse en problemas y escribir cartas de reflexión; ella lo había visto innumerables veces declamando, con gran dramatismo, sus torpes disculpas ante todos los alumnos y profesores.
Raúl puso cara de fastidio. —Diciéndolo de esa forma no tiene gracia. Me refiero a que nos vimos en un cibercafé; juegas muy bien.
Con eso, Camila lo recordó.
Para ganarse la vida, ella trabajaba como jugadora de refuerzo y, sin darse cuenta, jugó por casualidad una partida perfecta en el cibercafé, causando sensación entre todos los presentes.
Él se le había acercado para decirle que quería reconocerla como su jefa y le compró bastantes aperitivos.
Pero ella lo rechazó tajantemente; no tenía la costumbre de aceptar subordinados.
—Oye, Camila, ¿por qué vives en casa de Ignacio? ¿Qué relación tienes con él? —Raúl siempre había tenido mucha curiosidad por esto.
No creía para nada lo que se decía, que Camila trabajaba como criada en casa de Ignacio.
Al fin y al cabo, ¿qué criada podría ser tan impresionante como ella? ¡Su nivel en los juegos era altísimo!
¿Y qué criada se atrevería a confrontar en público a su patrón? ¡Lo de antes había sido demasiado satisfactorio!
En la escuela, Ignacio siempre había tenido la imagen del chico más guapo y excelente, siendo objeto de admiración de casi todas las alumnas y muy apreciado por los profesores.
Dondequiera que iba, adoptaba una actitud altiva y arrogante.
Por eso, a Raúl le caía mal desde hacía mucho tiempo.
—Me expulsaron —dijo Camila con frialdad.
Raúl quedó estupefacto. —¿De verdad antes fuiste su criada? Pensé que eras pariente suya y que, por vergüenza a reconocerlo, dijiste que eras una criada. Este tipo de cosas no son raras en las familias ricas.
Camila bajó la mirada con timidez y, un destello irónico pasó por sus ojos.
Así eran las familias poderosas: su reputación estaba por encima de todo.
—Eh, con lo buena que eres, ¿para qué trabajar de criada en su casa? Aunque la familia Gutiérrez sea la más rica de Nubia, el sueldo de un mes como criada no iguala para nadalo que ganas en una semana como jugadora de refuerzo.
—¡Y encima de todo te despiden como un perro y logran que la escuela te eche! ¡Terrible pérdida!
—Camila, ¿por qué no trabajas para mí como jugadora de refuerzo? Te doy veinte mil dólares al mes y puedo ayudarte sin ningún problema a seguir en la escuela.
Camila lo miró de reojo. —¿Tu abuelo te permite jugar?
Si no recordaba mal, él había sido convocado junto con sus padres por faltar a clase por ir al cibercafé.
—¡Puf! ¿El abuelo?
Raúl estalló en carcajadas.
Justo al girar en la esquina, Raúl se encontró con la sombría mirada de un hombre, y su sonrisa se congeló al instante.
Asustado dijo: —¡Abuelo! No, Baltasar, la he traído.
Raúl deseó golpearse contra la pared; por culpa de Camila lo había confundido.
Le lanzó una mirada de reproche a escondidas.
Baltasar levantó una mano de dedos largos y marcados y le dio un golpe en la cabeza.
Él, adolorido, se cubrió la cabeza con muecas de sufrimiento.
Camila observó atenta la interacción entre ambos, con cierta confusión.
¿Era este hombre quien había enviado a Raúl a recibirla? ¿Qué significaba eso?
Baltasar miró entonces a Camila y, con voz grave, dijo: —No soy tan viejo; solo tengo un rango de parentesco un poco mayor.
Los ojos de Raúl se abrieron de par en par. ¿Baltasar estaba explicándose ante Camila?
¿Qué pasaba aquí?
¡Baltasar estaba actuando de manera demasiado extraña ese día!
¿Acaso le gustaba Camila? Aunque Camila era bastante guapa... pero no podía ser, ¿verdad? La orientación de Baltasar nunca había sido hacia las mujeres y, además, con la diferencia generacional que había... ¿acaso iba a andar corriendo tras jovencitas?
Raúl se devanaba los sesos pensando en todo esto.
Camila no apartó la mirada del hombre; en ese momento, sintió una extraña familiaridad, aunque no recordaba dónde lo había visto antes.
Preguntó: —¿Nos hemos visto en algun lugar?
Los ojos de Baltasar se ensombrecieron un poco, pero no respondió.
De pronto, el director salió de la oficina contigua, con una sonrisa afable en el rostro.
—No se queden ahí parados, pasen, por favor.