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Capítulo 7

En un instante, todas las miradas se volvieron hacia Valentina. Ella se quedó inmóvil, sorprendida, y miró instintivamente a Mauricio. En sus ojos había una sonrisa, una sonrisa cargada de burla. Entonces Valentina lo entendió todo: aquella no era una fiesta cualquiera, sino una trampa cuidadosamente preparada para humillarla. Dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco y sonrió con frialdad: —Si quieren ver danza, vayan al teatro. Yo no tengo tiempo para entretenerlos. Cecilia encogió los hombros y murmuró con voz temblorosa: —Perdón, es que nunca había estado en una fiesta así. No quise ser imprudente. Su tono mezclaba miedo y aparente inocencia. Mauricio, como si quisiera protegerla, le pasó un brazo por los hombros. —No tienes por qué disculparte. —Solo te pedimos que bailes un poco. No seas tan orgullosa, ¿sí? Casi todos eran ricos, acostumbrados a adular al más poderoso. Valentina nunca había contado con el afecto de su familia; quien solía defenderla en público era Mauricio. Ahora que él la había abandonado, se sintieron libres de burlarse sin medida. No se supo quién habló primero: —¡Exacto! ¡Qué aguafiestas! —Solo te pedimos un baile, ¿a qué tanto drama? —Yo he visto bailarinas de bar, pero nunca a una señorita de sociedad. ¿Qué opinan, bailará mejor ella o las del bar? —Quién sabe, a lo mejor no hay mucha diferencia. Las carcajadas estallaron. Mauricio la observaba en silencio, sin la menor intención de detenerlos. De forma inexplicable, Valentina recordó el pasado. Santiago nunca apoyó sus sueños. Para ellos, que una señorita de buena familia bailara para el público era rebajarse. En las fiestas a las que asistía, más de una vez alguien se burló de ella por eso. En ese entonces, no sabía cómo reaccionar. Pero la noticia llegó a oídos de Mauricio. Abriéndose paso entre la multitud, estrelló una botella contra la cabeza del agresor. Dijo que cualquiera que se atreviera a humillar a Valentina, era su enemigo. Por eso, Mauricio fue castigado severamente en casa. Las marcas del látigo le dejaron la espalda hecha trizas. Valentina pasó las noches cuidándolo, con los ojos hinchados de tanto llorar. Pero Mauricio solo sonrió y le pellizcó suavemente la mejilla: —No llores. Persigue tu sueño sin miedo. Yo estaré aquí para protegerte. Ahora, sin embargo, la persona que él quería proteger ya era otra. Valentina respiró hondo, con los puños apretados. No importaba. La Valentina de hoy ya tenía la capacidad de protegerse sola. —Si quieren divertirse, dependerá de si yo tengo ganas. —No estoy de humor, con permiso. No tenía intención de seguir enredándose con esa gente, así que se dio la vuelta para marcharse. Pero una mano detuvo su muñeca; al volverse, vio un rostro familiar y perturbador. Era Gustavo, un amigo de Mauricio, al que había visto un par de veces. —¡No te vayas! ¡No todos los días estamos todos juntos! No seas aguafiestas. —Dicen que antes bailabas ballet, ¿no? Esas cosas tan elegantes no las entendemos mucho. —¿Qué tal si mejor nos bailas algo más sencillo? ¡Un baile erótico bien! —Al final, todo es baile, ¿no? ¡No hay tanta diferencia! Gustavo sonreía con un gesto repugnante, con los ojos fijos en el escote de Valentina. Cuando ella y Mauricio eran cercanos, él ya le había hecho bromas subidas de tono. Mauricio lo había golpeado para ponerle un alto. Pero ahora que Valentina estaba sola, Gustavo no podía contenerse. Ella frunció el ceño y trató de soltarse, sin éxito. La mano de Gustavo ya subía por su brazo, y estaba a punto de tocarle el hombro. Valentina alcanzó a ver de reojo una botella en la mesa. Sin pensarlo, la alzó y la estrelló contra la cabeza de Gustavo. —¡Te dije que me soltaras!

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