Capítulo 12
Las palabras de Mauricio cayeron como granizo, golpeando la quietud de la noche.
Amaya lo miró en silencio. Observó su rostro apuesto, tensado por la ira; en sus ojos seguían allí esa arrogancia dudosa y esa burla mal disimulada.
De pronto, esbozó una sonrisa suave.
En esa sonrisa no había enojo ni tristeza, solo un alivio profundo, casi liberador, y una tenue compasión.
—Mauricio.
Su voz llegó con claridad a los oídos de Mauricio, como un martillazo directo al corazón.
—De verdad te tienes en demasiada estima.
—Yo sí me voy a casar.
—No es para llamar la atención de nadie, ni para vengarme de nadie.
—Es porque realmente ya no te amo.
Hizo una breve pausa. Su mirada recorrió con calma su rostro rígido y, por último, se posó en la mano que él apretaba con los nudillos blancos. Su tono fue firme, definitivo:
—Ahora soy feliz.
—Así que, por favor, no vuelvas a buscarme.
—No vuelvas a perturbar mi vida.
Dicho esto, dejó de mirarlo. Tiró con suavidad de la manga de Sergio: —Vámonos.
Sergio

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