Capítulo 17

Mauricio no sabía cómo había salido de allí. Como un alma en pena, condujo sin rumbo por calles vacías. El viento entraba helado por la ventanilla, pero no era nada comparado con el frío que le atravesaba el pecho. Al final, detuvo el auto junto al río. Bajó y se quedó de pie frente a la baranda fría, contemplando el agua turbulenta que corría a sus pies. Luego, como una estatua que hubiera perdido el alma, se dejó caer lentamente en cuclillas. Hundió el rostro entre las rodillas; sus hombros se sacudieron con violencia. Un sollozo contenido, bajo, semejante al gemido de una bestia herida, resonó en la orilla del río. Las lágrimas, al fin, atravesaron todas las barreras del orgullo y se desbordaron sin control. Era demasiado tarde. Lo sabía: todo había llegado demasiado tarde. Una semana después, la boda de Amaya y Sergio se celebró con gran pompa en el hotel más exclusivo de la ciudad. Un sendero de flores, invitados ilustres, destellos incesantes de cámaras; el aire entero estaba imp