Capítulo 25

En el lienzo se extendía una aurora boreal deslumbrante, fluyendo libremente en un cielo nocturno de un azul profundo, de una belleza sobrecogedora. Mauricio recordaba que Amaya, en su momento, le había dicho con entusiasmo que su mayor sueño era ver una aurora real con sus propios ojos. Y él, entonces, se había limitado a responder con impaciencia, bajando la cabeza para seguir atendiendo sus asuntos. Con la mano temblorosa, tocó aquella luz ilusoria sobre el lienzo. Luego, lentamente, se agachó y apoyó la frente contra el marco del cuadro. Sus hombros comenzaron a sacudirse con violencia. Un sollozo contenido, roto, resonó en la vasta galería vacía, como el lamento de una bestia herida. Desde ese día, la galería se convirtió en un lugar prohibido. Nadie, excepto él, tenía permitido entrar. Con frecuencia pasaba allí noches enteras, solo. Hablando frente a esas copias sin vida, confesando un amor que jamás podría llegar a oídos de quien estaba destinado. Como si de ese modo pudiera fi