Capítulo 34
El coche de Carlos se detuvo frente a la entrada del laboratorio.
—Mari, ¿cómo estás? ¿Puedes caminar todavía?
Los labios de María estaban tan pálidos que apenas conservaban un rastro de color. Su espalda reposaba rígida contra el asiento, los ojos entrecerrados, como si estuviera perdiendo la conciencia. Murmuró apenas: —Alejandro...
La mirada de Carlos, detrás de las gafas de montura dorada, se volvió un remolino oscuro y profundo.
Se acercó al asiento del copiloto y la tomó con sumo cuidado en sus brazos.
—Mari, resiste.
María solo sintió que, poco después, la depositaban sobre la fría camilla del laboratorio... y luego todo quedó en negro.
Cuando volvió a despertar, habían pasado tres días.
—Profesor Carlos, ¿cómo está el chip?
Lo primero que le preocupó fue ese chip que contenía el esfuerzo de tantas personas.
En los ojos de Carlos era imposible ocultar la angustia: —Mari, el entrenamiento de adaptación de tus extremidades fue excelente. Según los datos, durante tu participación e

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