Capítulo 41
Carmen frunció el ceño al ver aquello.
En su mente pensó: —Qué fastidio, ¿ni un mastín tibetano pudo matarla?
Al segundo siguiente, escuchó cómo la dama que estaba descansando bajo la sombrilla se levantó de golpe y le gritó al mastín: —¡Perro! ¡Contraataca! ¡Si te atreves a perder, ya verás cómo te pego cuando volvamos!
El mastín tibetano desató su ferocidad al instante, giró bruscamente la cabeza y clavó con fuerza sus afilados dientes en el antebrazo derecho de María, justo donde ella lo sujetaba en su punto vital.
María aspiró una bocanada de aire por el dolor, pero sabía muy bien que, si soltaba la mano, aquella bestia se lanzaría sobre ella y la despedazaría.
Así, uno no soltó la mordida y la otra no soltó el agarre.
Humana y animal quedaron atrapados en un sangriento y brutal forcejeo.
La dama se enfureció y le gritó a Carmen: —¡Yo soy la esposa del presidente del Grupo Ramírez! ¡Tu guardaespaldas hirió a mi perrito! O me pagan, o me entregan a esa guardaespaldas para que yo la

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