Capítulo 70
Un silencio mortal y asfixiante congelaba todo el aire a su alrededor.
Las pupilas de Alejandro temblaron como si hubiera habido un terremoto.
—¿Cómo es posible...? Tú no podías ser ella...
Al oír la duda temblorosa y ronca de Alejandro, María preguntó en voz baja: —Soy muy parecida, ¿verdad?
Aquellas pocas palabras, dichas con aparente ligereza, sacudieron el aire de toda la villa.
—¿Parecida?
Alejandro arrugó la frente y, de pronto, como si una cuerda en su mente se hubiera roto, despertó con un sobresalto.
Soltó a Carmen de sus brazos, avanzó dos pasos hacia ella y preguntó, con un tono cargado de presión: —Dime, ¿quién eres realmente?
—Yo...
Antes de que María pudiera responder, Diego ya se había acercado apoyándose en su bastón, y, con una voz sincera, dijo: —Mari, vine aquí para confirmar tu identidad. Ahora que ya está confirmada, dime, ¿aún quieres reconocerme como tu abuelo?
María reprimió el nudo en su garganta y respondió con calma: —Don Diego, usted se ha equivocado de pers

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