Capítulo 2
Esa noche, Julieta tuvo un sueño interminable.
En el sueño, revivía la primera vez que conoció a Eugenio.
Tenía dieciocho años y acompañaba a su padre a una cena en casa de la familia Díaz.
Él vestía un impecable traje negro y estaba de pie junto al piano, sostenía una copa de champán con sus dedos largos y elegantes, y sus rasgos eran atractivos.
Desde el primer encuentro, ella quedó flechada.
Más tarde, con valentía, se atrevió a robarle un beso. Eugenio quedó perplejo por un instante, luego soltó una sonrisa: —Señorita, así no se besa.
Entonces él sujetó la parte posterior de su cabeza y le enseñó lo que era un beso de verdad.
Ese beso fue tan largo, tan profundo, que le faltaba el aire, tan largo, que incluso ahora, al recordarlo, le parecía un hermoso sueño irreal.
Cuando despertó, su almohada ya estaba empapada.
Amanecía. Pasó un buen rato antes de que pudiera calmarse, luego tomó su celular y llamó a su padre.
—Papá, ya me divorcié. —Su voz era ronca: —En cuanto tenga el certificado de divorcio, me iré al extranjero para estar con ustedes.
—¿Fue Eugenio quien te maltrató? —La voz de su padre se elevó de inmediato.
—No te preocupes. —Julieta miró el cielo que poco a poco clareaba tras la ventana: —Es solo que ya no hay amor.
En realidad, era Eugenio quien ya no la amaba.
Y ella tampoco lo amaría más.
No dijo esas palabras en voz alta, era como tragarse un trozo de vidrio roto y dejar que desgarrara en mil pedazos su corazón, sangrando en silencio.
Después de colgar, de pronto le llegó una solicitud de amistad en WhatsApp.
Sin pensarlo, la aceptó.
Enseguida, la otra persona le envió un video.
En el video, Eugenio dormía en el sofá, el ceño levemente fruncido, y murmuraba un nombre entre sueños: —Elena...
Acto seguido del video, llegó un largo mensaje.
[Soy Elena, la primera novia de Eugenio. No pensé que después de tantos años, incluso estando casado, él no me haya olvidado. Hoy que regresé al país, descubrí que en la parte interna de su muñeca aún tiene tatuado mi nombre. Todas nuestras fotos, los diarios que escribió, todo lo ha conservado a la perfección. Mira, incluso en sus sueños sigue diciendo mi nombre, seguro soñó con nuestro pasado. Después de todo, el primer amor jamás se podrá olvidar.]
Julieta leyó ese extenso mensaje y sintió que el corazón le dolía hasta el punto de volverse insensible.
Solo respondió con una frase: [¿Qué es lo que quieres?]
La otra persona tardó un largo rato en responder:
[Nada en especial, solo quiero recuperar lo que me pertenece. Está a punto de despertarse. ¿Me crees si te digo que, con solo decirle que tuve una pesadilla, él pasará los próximos cinco días a mi lado sin buscarte ni una sola vez?]
Ella no respondió.
Diez minutos más tarde, Eugenio envió un mensaje:
[Cariño, surgió un proyecto de última hora y tengo que viajar por trabajo durante cinco días. La secretaria se quedará para lo que necesites, cualquier cosa puedes buscarla. Cuídate mucho, tú y el niño.]
Julieta miró fijamente la pantalla y, de inmediato, se echó a reír con dolor.
Mientras se reía, las lágrimas caían desbordadas sobre la pantalla de su teléfono.
Durante los siguientes cinco días, no recibió ninguna noticia de Eugenio.
Por el contrario, los mensajes de Elena no dejaron de llegar.
Eugenio la acompañaba a caminar por la playa, la llevaba a la cima de la montaña para ver el esplendoroso atardecer, conducía con ella por las afueras...
Elena le mandó un mensaje: [A estos lugares solíamos ir cuando éramos novios.]
Julieta leyó cada uno sin saltarse ninguno, y de pronto recordó que a esos lugares Eugenio también la había llevado a ella.
En ese tiempo pensó que era por romanticismo, pero ahora comprendía que solo estaba recorriendo los mismos sitios, buscando una y otra vez la sombra de otra persona a través de ella.
Al anochecer del quinto día, Julieta empezó a recoger sus cosas.
Las joyas, los bolsos, la ropa que Eugenio le había regalado en fin...
Todos los objetos relacionados con él fueron guardados en cajas de cartón y arrojados al desván.
Cuando Eugenio regresó a casa apresurado, lo que vio fue un vestidor que había quedado a la mitad vacío.
Obviamente, se quedó asombrado: —Julieta, ¿qué estás haciendo?
Julieta, sin levantar la cabeza, le respondió sin preocuparse: —Nada, solo tiré algunas cosas que ya no servían.
Eugenio no le dio demasiada importancia al asunto, solo sonrió y le entregó el regalo que traía en la mano: era una edición limitada de libros ilustrados.
El mes pasado ella había mencionado de manera casual que quería coleccionarlos, y él lo había guardado en su corazón.
—Julieta. —De forma natural, la abrazó y colocó su mano grande sobre el vientre de ella: —¿Aún sigues teniendo muchas náuseas? Mañana toca el control prenatal, te acompaño.
—No hace falta. —Julieta se soltó de sus brazos: —De ahora en adelante ya no hace falta.
Eugenio finalmente notó algo extraño en ella: —¿Cómo que no hace falta? ¿No te has sentido bien últimamente?
Una empleada intervino: —La señora Julieta no ha tenido buen apetito durante estos últimos días, casi no ha comido nada.
Eugenio aflojó su corbata: —Voy a comprar víveres para prepararte algo delicioso, serán tus comidas favoritas, sé buena y come un poco.
Después de darse la vuelta, no olvidó dar algunas instrucciones: —Ustedes cuiden muy bien de la señora Julieta, por favor no dejen que se lastime.
Las empleadas murmuraron con envidia: —El señor Eugenio de verdad trata muy bien a la señora Julieta...
—Para marido, hay que buscar un hombre mayor que sepa querer...
Julieta escuchó en silencio, y en sus ojos brilló un destello de autodesprecio.
Ella también había creído alguna vez que había encontrado el mejor hombre del mundo.
Pero ahora por fin comprendía que no había sido más que un elaborado juego de reemplazo.