Capítulo 10
Freya
Rebuscando en el gabinete inferior del baño, suspiré aliviada cuando encontré el paquete de fideos instantáneos que había escondido detrás de las toallas sanitarias. Estaba temblando del hambre, a punto de perder el conocimiento, pero lo bueno era que tenía comida escondida por toda la casa en caso de que nuestro padre nos quisiera quitar dinero de nuevo.
Cuando saqué el paquete me di cuenta de que todavía quedaban unos más y agradecí a los cielos a la oferta que había encontrado ese día. Ahora que necesitaba comer de emergencia, casi un año después, los fideos me salvarían. Hice una pequeña oración antes de dirigirme a la cocina para cocinarlos.
Julian se había ido a dormir ni bien habíamos regresado, mañana tenía que despertarse temprano. Mientras tanto, aproveché el silencio para comenzar la tarea de matemática que me había dejado el profesor Agnes. Recordar nuestro encuentro en clase me dio escalofríos, ¿quizás había entendido mal la situación? ¿Realmente me había dicho algo tan asqueroso mientras estábamos en la escuela? ¿Me estaba ganando mi paranoia?
Me detuvo a mitad de las escaleras mientras examinaba la casa. Nada había nada fuera de lugar desde que habíamos llegado, mi padre no estaba escondido entre las sombras, pero por las dudas revisé la puerta principal para asegurarme de que todo estaba debidamente cerrado. Al final del día, mi paranoia era una mecanismo que había sido forzada a desarrollar. Me acerqué a la refrigeradora y saqué un poco de hielo para ponérmelo en la mejilla.
Siempre era el saco de golpes de mi padre cada vez que nos visitaba. No importaba que fuera su propia sangre, su hija querida, nunca paraba hasta que estaba cubierta en sangre, casi inconsciente, en el suelo. No podía verme. Julian sabía que no podía salir de su habitación si escuchaba gritos. No importaba de quién fueran.
Cuando había sido más pequeño, solía golpear la puerta llorando porque quería verme. Una vez había logrado abrirla a pesar de mis advertencias y mi padre lo había abofeteado tan fuerte que el moretón le duró dos semanas. Así que, desde ese momento, cerraba su cuarto con llave, porque podía soportar el abuso de nuestro padre, pero no podía soportar ver a mi hermanito herido. Él era mi razón de vivir.
Herví un poco de agua y preparé los fideos. Luego guardé dos paquetes dentro del gabinete para comerlos mañana en el desayuno. Tenía que pasar por la tienda después y ver si tenían algo en oferta. Después de comer, escuché un sonido de la habitación de Julian. Abrí la puerta para encontrarlo mirándome con los ojos abiertos de par en par llenos de culpa.
—¿Julian? —le pregunté agachándome a su nivel—. ¿Qué pasa? ¿Mojaste la cama de nuevo?
Mi hermano negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas y algo dentro de mí se rompió. Lo agarré de la mejilla y me aseguraré de que me viera a los ojos.
—Puedes decírmelo, ¿de acuerdo? No importa lo que sea, te escucharé —le dije con calma—. Dime lo que te está molestándote para que podamos arreglarlo.
Julian se fijó mejor en mi rostro y pude ver el momento exacto en el que se dio cuenta de mi moretón. Me había quitado el maquillaje para dejar que mi piel respirara y no había pensando que me llamaría después. Al verme, mi hermano se puso a llorar con más ahínco.
—Está bien, Julian, estaré bien. Solamente es una pequeña herida, nada más. En unos días todo estará bien —le aseguré mientras lo veía llorar con angustia.
—Lo siento —sollozó—. Lo siento.
—¿Por qué? ¡No eres el culpable de nada! —le aseguré mientras le limpiaba las lágrimas—. ¿Tienes hambre? ¿No te llenaste con los fideos?
—No —susurró mientras se calmaba un poco—, lo siento...
—¿Qué pasó, Julian? —le pregunté con preocupación—. ¿Pasó algo en la escuela?
—Sí —tartamudeó mientras se limpiaba las lágrimas—. Usé todo el dinero?
—¿Usaste todo el dinero que te di? —le pregunté con sorpresa, sin poder creerlo. Julian solamente asintió con la cabeza. Me quedé en blanco mientras mi hermano comenzaba a llorar con más fuerza de nuevo al ver mi reacción.
—Lo siento... lo siento...
—Ve a tu habitación —susurré.
—Hermana...
—Ve a tu habitación —le grité sin querer dejándome llevar por mis emociones. Julian se me quedó mirando con los ojos abiertos de par en par pero me hizo caso y se fue. Cerré su puerta, pero sin cerrojo porque no pensaba que nuestro padre apareciera en la noche. Estaría bien.
Apagué las luces con excepción de la lámpara del pasillo para que Julian no se asustara si quería ir al baño en medio de la noche. Subí a mi cuarto y me tiré en la cama. Enterré mi rostro en la almohada y solté toda mi frustración del día. Mis gritos eran ahogados pero igual no podía quitarme de encima la duda de si mi hermano podía escucharlos. Sin embargo, había llegado a mi límite y no podía parar. Me derrumbé en ese momento.
¡No podía seguir viviendo así! Apreté las manos y comencé a golpear la almohada con fuerza. ¿Por qué mi vida tenía que ser así? ¿Por qué no tenía un padre más responsable? ¿Por qué tenía que ser responsable de un niño de cinco años?
Tenía diecisiete años, esto no debería ser mi trabajo, no podía seguir haciéndolo. ¿Por qué mi padre no podía matarme de una vez por todas? Así no tendría que verme de nuevo y todo terminaría.
Sin embargo, si moría, ¿con quién se quedaría Julian? Si lo ponían dentro del sistema, ¿terminaría con alguna buena familia? Podría hacerlo viva, podría reportar a mi padre y que necesitábamos ayuda. Mi hermano podría ser adoptado por alguien decente y podría tener una vida propia.
No podía hacerlo, a pesar de todas las dificultades, no quería separarme de mi hermano. Era egoísta, pero mi madre me había hecho prometerle que lo criaría de la mejor forma y lo había hecho. Le había dado todo lo que tenía, a veces a expensas de mi propia salud, pero lo había criado como si fuera mío.
—Puedo hacerlo —susurré entre sollozos ahogados—. Puedo hacerlo.
Me limpié la cara mientras sentía mi resolución volver. Me eché sobre mi espalda y me quedé viendo el techo en silencio. Respiré lentamente para calmarme hasta que me quedé dormida. Mañana arreglaría las cosas con Julian, lo había hecho llorar, pero ahora no tenía las energías para nada. Mañana todo sería mejor.