Capítulo 8
El día del cumpleaños de Alejandro, Patricia se despertó temprano. Al abrir la ventana para tomar aire, vio a Alejandro conversando en el jardín con algunos amigos.
—Alejandro, dicen que Irene organiza tu cumpleaños y últimamente no se despega de ti. Si en la fiesta te pide volver, ¿aceptarías?
—¿Eso hace falta preguntarlo? ¡Seguro que acepta!
Ante las bromas de sus amigos, Alejandro mantuvo una actitud serena y distante: —Ya veremos llegado el momento.
—Por tu cara de seguridad, seguro sabes que Irene va a confesarte hoy, ¿verdad?
—Pero si vuelves con Irene, ¿qué harás con Patricia? Mejor dámela a mí, que tiene lo suyo, yo podría divertirme un rato con ella.
—Yo también quiero. Hace tiempo que me gusta. Si en la cama me llama hermano, hasta los huesos se me ablandan de pensarlo.
Al escuchar esas risas maliciosas, un escalofrío recorrió el cuerpo de Patricia.
Apretó los labios con fuerza, sin emitir sonido, y miró a Alejandro.
Apenas sonrió, sin alegría en la mirada: —¿Después de tantos años aún no conocen las reglas? A la mujer que me gustó, aunque ya no la quiera, no dejo que nadie la toque. Más adelante le buscaré un puesto; si alguien le hace daño, que lo intente.
Al notar su gesto serio, los amigos se pusieron tensos e intentaron suavizar el ambiente.
—Solo era una broma. Patricia lleva cuatro años contigo y sigue tan enamorada, hasta de adorno en la oficina estaría feliz.
—Pero cuando vuelvas con Irene, si ella no soporta tener a Patricia cerca y te obliga a echarla, ¿de verdad no te va a costar despedirte de ella?
Alejandro tomó un sorbo de café y, recuperando su tono indiferente, contestó:
—Estuve con ella solo para pasar el rato. ¿Qué hay que lamentar?
Al oír su indiferencia, Patricia ya no sintió dolor.
Después de asearse, cuando iba a bajar, se encontró de frente con Irene.
Al cruzar miradas, vio en los ojos de Irene un destello de impaciencia.
—Ya tomaste mi dinero, ¿cuándo piensas irte de una vez? No tengo mucha paciencia.
Patricia revisó en su celular el mensaje de reunión que le había enviado el tutor Víctor y, con calma, le respondió:
—Después de hoy, desapareceré por completo. No volverás a saber de mí.
—¿Que no volverás a aparecer?
Preguntó Alejandro, que justo aparecía en la puerta. Ambas se giraron.
Irene, sobresaltada, desvió el tema rápidamente:
—Nada, estábamos charlando. El trayecto hasta la finca es largo, ¿no deberíamos ir saliendo?
Alejandro miró la hora y asintió.
—Sí, ya es hora.
Tomó las llaves del carro e Irene se puso los tacones, lista para salir. Patricia, sin embargo, no se movió.
Al verla inmóvil, Alejandro insistió:
—¿Por qué sigues ahí? ¿No te vas a cambiar de ropa?
Iban a la fiesta de cumpleaños, pero Patricia no pensaba asistir.
—Vayan ustedes, no se preocupen por mí.
Su actitud indiferente hizo que Alejandro frunciera el ceño, inquieto, como si algo estuviera escapando de su control.
—Si no vienes con nosotros y no llegas a tiempo, no quiero que después me llames llorando.
—No lo haré.
Su respuesta tan segura dejó a Alejandro con una extraña sensación de ansiedad.
Iba a preguntar algo más, pero Irene le tomó la mano y lo sacó de allí.
—Si tiene cosas que hacer, no la esperemos. Hacer esperar a los invitados sería de mala educación. ¡Tengo preparada una sorpresa y muero por mostrártela!
Con unas pocas frases, Irene consiguió desviar la atención de Alejandro, que tras mirarla una última vez, se marchó con ella.
Patricia terminó de hacer la maleta y, antes de irse, echó un último vistazo a la casa donde había vivido cinco años.
Todo en esa casa le había hecho creer que era amada.
El piano que Alejandro compró para ella, las velas aromáticas, incluso el gato al que le permitió dormir en su habitación.
Pero ahora por fin entendía que esa ternura nunca había sido para ella.
Era para Irene.
Alejandro tenía a quien amar, y ella también debía buscar su propia vida.
Sin ningún remordimiento, tomó su maleta y se fue directamente al aeropuerto.
Antes de despegar, la azafata le recordó varias veces que apagara el celular.
Justo antes de apagarlo, Patricia recordó algo, respiró hondo y abrió el chat con Alejandro para enviarle un mensaje de despedida.
[Hoy no iré a tu fiesta de cumpleaños, que te diviertas. Gracias por estos años, me voy a salir de la pista y no volveré a verte nunca más.]
Sin notar el error al escribir, apagó el celular y miró por la ventanilla.
El día estaba despejado, sin una sola nube.
Y a partir de entonces, su vida sin él también estaría llena de cielos despejados.