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Capítulo 74

—Tú no entiendes nada. Sergio lo miró de reojo y continuó trabajando en su computadora portátil. Todo esto no era más que cambiar de lugar para seguir trabajando. Miguel no entendía, pero, siendo decisión de Sergio, por supuesto que la respetaba. — Elena estaba parada junto a la acera. Esa zona estaba rodeada de grandes centros comerciales y plazas, en pleno centro de la ciudad, además de estar repleta de turistas, por lo que conseguir un taxi resultaba muy difícil. Intentó pedir un auto a través de una aplicación, pero había tanta gente esperando que debía hacer fila. Así que se quedó de pie en la esquina, esperando. De repente, un Aston Martin blanco y dorado se detuvo frente a ella. Inmediatamente, las miradas de todos se dirigieron hacia el auto. Un auto deportivo tan imponente inevitablemente captaba toda la atención en un sitio así. Un hombre entusiasmado gritó: —¡Ese es el DB12 edición limitada! ¡Guau! ¡Así que así se ve en persona, es impresionante! Muchos no entendían de marcas ni de ediciones especiales, pero bastaba ver el auto para saber que era carísimo. La ventanilla descendió, revelando a Ricardo, quien la miraba sonriendo de oreja a oreja. Elena no pudo evitar poner los ojos en blanco. Se cubrió la cara con la mano, frustrada. A diferencia de Ricardo, que parecía disfrutar ostentando su riqueza, Elena solo sentía una vergüenza terrible al ser relacionada con él. De inmediato, se dio la vuelta para huir. —¡Elena! ¡Bip bip! Temiendo que no lo oyera, Ricardo incluso tocó el claxon. Ahora sí, no solo las personas del cruce, sino toda la calle se había enterado. ¡Qué vergüenza! Elena deseaba que la tierra la tragara en ese mismo instante. Ya que Ricardo la había llamado por su nombre, no tuvo más remedio que responder, resignada. —Qué coincidencia. —¡Sí! ¡Qué gran coincidencia! —Ricardo sonrió con la calidez de un niño bajo el sol—. No esperaba encontrarte aquí. Al principio dudé si eras tú, así que me acerqué a confirmar, ¡y resultaste ser tú! —Jajajaja... Elena soltó una risa nerviosa y echó un vistazo a la aplicación: solo quedaban tres personas delante de ella en la fila. ¡Vamos! ¡Quería irse ya! Ricardo preguntó: —¿A dónde vas? Puedo llevarte. —No hace falta, ya pedí un auto y llegará pronto. —Aquí es difícil conseguir taxi. —Pero ya tengo uno en camino. —Muéstramelo. —¿Ah? —Dices que ya lo tienes, enséñame tu celular. —¡¡!! Elena sintió que su cara ardía de la vergüenza. Su pequeña mentira quedó expuesta en segundos. ¡Qué humillación! —Faltan solo dos personas, pronto será mi turno. —Deja de ser tan terca. ¿Qué crees, que voy a comerte? —Es que el lugar al que voy no te resultaría conveniente. —¿A dónde vas? —Al Registro Civil. —¿Al Registro Civil? ¿Para qué? —Voy a registrar mi matrimonio. El rostro de Ricardo se congeló, quedándose sin palabras por un instante. Después de un largo silencio, soltó una risa forzada: —Estás bromeando, ¿verdad?

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