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Capítulo 8

Diego notó el pequeño gesto de Elena y, sonriendo, la provocó. —¿Ya estás celosa? Si te interesa, esfuérzate un poco más, tal vez Sergio esté de buen humor hoy y te dé esa valiosa oportunidad. Elena, asustada, no se atrevió a hablar y bajó la cabeza fingiendo indiferencia. Diego despreciaba esa actitud sumisa de Elena. ¿No era ella valiente antes? Ahora se retractaba esta mujer era impredecible. Pensando que Elena no era interesante, continuó dirigiéndose a Sergio. —He oído que llevaste a alguien a esa villa en las afueras que usas para criar perros, ¿no es eso como mantenerla? —Eso son cosas de mi abuelo. Sergio agitó su copa de vino, manteniendo una expresión serena. Elena apretaba la botella de vino tan fuerte que sus nudillos estaban blancos. No esperaba que Laura fuera llevada a la villa por algo que ocurrió aquella noche. Así que, ¿Sergio pensaba que Laura era ella? Elena no se atrevía a pensar más; era mejor seguir fingiendo que no sabía nada al respecto. Aquella noche había sido solo un accidente, y ella no esperaba obtener nada de Sergio. Laura había sido tan amable con ella, no quería causarle problemas por esto. Diego, intrigado, continuó preguntando: —¿Por qué no traes a tu amante para que se divierta con nosotros? —No, me parece interesante. La respuesta de Sergio sorprendió a Diego, quien, sonriendo con burla, dijo: —No puede ser, Sergio. De todos nuestros amigos, tú pareces el más serio, ¿y resulta que eres el peor de todos? ¿Cansado en una sola noche? —Tal vez. El tono de Sergio seguía siendo apacible, pero vació la copa de vino de un solo trago. Aunque solía beber poco, por lo general solo tomaba un sorbo, pero esta vez, se bebió medio vaso de una vez. Diego sugirió: —Ya que has sido un mal chico, deberías llevar a una mujer a casa esta noche, sé malo hasta el final. Sergio levantó la mirada y fulminó a Diego con desprecio. —No es necesario. —Ves, siempre actuando como si fueras distante. —Temo enfermarme. —¡Yo no estoy enfermo! —¿Cómo sabes que hablo de ti? —¡Puf! Diego estuvo a punto de escupir sangre de la frustración. Sergio sabía cómo herir a alguien, era muy preciso. No fue sino hasta que Diego se emborrachó que la reunión por fin terminó. Diego fue escoltado afuera por dos guardias de seguridad, y aun así, no dejaba de provocar a Sergio. —Sergio, si en verdad te interesa ella, deberías preguntarle su nombre, ¡para que la próxima vez que nos divirtamos podamos llamarla! Sergio ignoró por completo las tonterías de Diego y sacó un fajo de dinero de su cartera, colocándolo sobre la mesa. —Esto es para tu propina. Dicho esto, se levantó y se fue sin mirar atrás, sin preguntar siquiera su nombre. Elena ni siquiera tuvo tiempo de decir "gracias" antes de guardar en un dos por tres el dinero de la mesa. Había hecho más de lo que le correspondía ese día, ¡y ese pago era merecido! No pudo evitar comentar para sí misma que Sergio era bastante generoso, ¡la propina que dejó era un fajo considerable! Una vez que la gente de la sala se fue, el ambiente ruidoso se calmó. Los camareros bajaron la cabeza y comenzaron a limpiar en silencio, y Elena también se unió entusiasta a ellos en la tarea. — En un rincón apartado del pasillo exterior del vestuario, donde no había nadie. Sara ya había terminado su respectivo turno y había cogido su celular, marcando en secreto el número de Laura. Después de varios intentos, por fin, desde el otro lado, contestaron. Sara comenzó con una linda sonrisa. —Hace tiempo que no nos vemos, ¿cómo has estado? Laura, desde el otro lado del celular, soltó un gruñido despectivo. Solo había respondido después de la insistencia persistente de Sara. Ambas eran parte del mismo grupo de empleadas veteranas que habían ingresado al centro de entretenimiento; entre ellas siempre existía cierto tipo de fricción y no se llevaban bien. Laura sabía bien que la llamada de Sara no presagiaba nada bueno. —Habla rápido, ve al grano. —De acuerdo, entonces seré directa. Laura no respondió, así que Sara continuó hablando. —Ya sé tú secreto, ¿cómo planeas asegurarte de que te mantenga? —No intentes engañarme con tonterías, wao no funcionará. —Je,je qué suerte la tuya, ¿sabías? Quienes te acogieron fueron los Gómez. Todos creen que tuviste algo con el señor Sergio, ¿no es así? Hoy lo escuché todo mientras servía vinos en el reservado. —¿Y qué importancia tiene que lo sepas? —No solo estoy al tanto de eso, sino que también sé algo más; la persona que estaba esa noche no eras tú. Laura se quedó en silencio por un momento, su respiración se cortó. Todo ese lujo y riqueza eran algo que nadie podría rechazar con facilidad. —¿Tienes pruebas? Con una sonrisa confiada, Sara respondió: —No hablaría sin tener pruebas. Esa noche también estaba trabajando, te vi completamente borracha, durmiendo en un reservado donde nadie te vio. Incluso te tomé una foto durmiendo a pierna suelta, que aún guardo en mi celular. —¡Tú...! Laura estaba furiosa. Pensaba que había ocultado bien su rastro, sin imaginar siquiera que sería tan desafortunada de ser descubierta por alguien como Sara. —Entonces, ¿qué es lo que quieres? —Amiga, tienes la oportunidad de cambiar tu destino y disfrutar de la riqueza, pero no debes olvidarte de mí. He estado bastante corta de dinero últimamente, ¿qué tal si me das doscientos mil dólares para empezar? —¿Doscientos mil dólares? ¡Qué descaro es este! ¡No tengo tanto dinero! —Ya estás viviendo como los ricos, esa cantidad de dinero debería ser fácil para ti. Después de todo, si le cuento esto al señor Sergio, no solo dejarás de disfrutar de tu maravillosa vida, sino que además engañarlo podría costarte la vida varias veces. Estoy tratando de ayudarte, ¿entiendes? — A las tres de la madrugada. Elena contó la propina que Sergio le había dado, sumando un total de doscientos dólares, y Carmen también le había entregado casi ochocientos dólares de bonificación por el día en el reservado. En una sola noche, había acumulado casi mil dólares, lo suficiente como para que incluso pudiera despertarse riendo de la emoción. De esta manera, podría saldar pronto la deuda que tenía con Laura. Después de cambiarse de ropa al terminar su turno, salió apresurada del casino y estaba pensando qué comer en la calle de comidas cercana para celebrar un poco, cuando al levantar la vista, de repente vio a Sergio de pie al lado de un Maybach estacionado en el borde de la calle, bastante visible. Sergio estaba allí parado tranquilo, fumando un cigarrillo. Los dedos claramente bien definidos de Sergio sujetaban el cigarrillo, cuya punta resplandecía poco a poco. La luz del farol se reflejaba en su rostro, resaltando aún más sus facciones varoniles y atractivas. Parecía una pintura al óleo absolutamente perfecta.

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