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Capítulo 8

"¿Se te zafo un tornillo?" Ese era el único pensamiento que cruzaba la mente de Lorena. Apenas entró en la habitación, Juan la empujó sobre la cama y sus besos, intensos y arrolladores, descendieron por su rostro, su níveo cuello y su pecho, bajando cada vez más. Hacía mucho tiempo que no veía a Juan tan ansioso. Parecía desesperado por demostrar algo, buscando una y otra vez en el cuerpo de Lorena alguna prueba de su amor. Sin embargo, de parte de ella no obtuvo ninguna respuesta. "Chirrido." De repente, la puerta se abrió. Sofía, con los ojos anegados en lágrimas, los miró entrelazados y, sin poder contener el llanto, rompió a llorar. —Perdón, solo vi que Lorena no había comido casi nada y quise traerle algo. Le puso en la mano un tazón de agua de arroz y salió corriendo, sollozando. Juan, que había sentido cierto enfado por la interrupción repentina, al ver la expresión desgarrada de Sofía recobró el sentido de inmediato. Tosiendo levemente para disimular su incomodidad, dijo: —Voy a salir a fumar, vuelvo enseguida. Sin esperar la respuesta de Lorena, desapareció por la puerta, y ella, en silencio, se acomodó el camisón desordenado. —¿Estás pues muy satisfecha contigo misma? La voz de Sofía resonó de pronto en la habitación. Lorena levantó la vista y se encontró con una mirada cargada de celos. "¿Cómo es que ha vuelto otra vez?" —No voy a dejarte a Juan. Ante la mirada atónita de Lorena, Sofía tomó el tazón de agua de arroz y lo estrelló contra el suelo. Luego, se quitó la pulsera de la muñeca y la puso en la mano de Lorena. —Lorena, ya te he devuelto la pulsera, ¿por qué no puedes perdonarme? Dicho esto, fingió una cara de víctima, como si la hubieran maltratado. Cuando Juan entró, Sofía mostró su mano derecha quemada. —¿Qué le hiciste, Lorena? El rugido furioso de Juan retumbó en los oídos de Lorena, haciéndola sentirse aturdida. —No he hecho nada, yo no he hecho nada. —Sigues mintiendo. Lorena, ¿por qué no puedes dejar esa mitomanía? Juan casi le empujó la cara contra los restos del cuenco roto en el suelo. —Es que te he consentido demasiado, mira lo que has hecho. Pídele perdón a Sofía ahora mismo. —No voy a pedir perdón por algo que no he hecho, ha sido ella… —Juan, no culpes a Lorena, todo es culpa mía, no debí venir a la casa Delgado a molestarlos… Perdóname, Lorena. La actitud comprensiva de Sofía hacía que Lorena pareciera aún más irracional. Enfurecido, Juan señaló la papilla desparramada en el suelo y le gritó a Lorena con voz fría: —En la familia Delgado no tenemos la costumbre de desperdiciar comida. Lorena, si hoy no lames hasta dejar limpio el arroz derramado en el suelo, no me culpes por castigarte. Al escuchar la palabra "castigar", Lorena tembló ligeramente. Le vinieron a la mente recuerdos de aquel tiempo en que la arrojaron a la isla desierta. Abrió la boca, queriendo suplicar, pero al encontrarse con la mirada fría e implacable de Juan, de pronto comprendió. Ahora, por mucho que le rogara, no serviría de nada. Las lágrimas le llenaban los ojos, pero tragó la humillación y se arrastró por el suelo. Juan la observó arrodillarse y lamer el arroz derramado del suelo como si fuera un perro. Los granos suaves y pegajosos, mezclados con restos de porcelana rota, acabaron en el estómago de Lorena. Al verla tragar el arroz con fragmentos de cerámica, los ojos de Juan parecieron nublarse de repente, enrojecidos por algo que le pinchaba el alma. —Ya basta, que no se repita. Quédate en esta habitación a reflexionar y no salgas en estos días. Dicho esto, tomó a Sofía en brazos y se marchó. Lorena escuchó el sonido de la puerta al ser cerrada con llave y, por fin, ya no pudo contener las lágrimas. Cogió el teléfono y marcó el número de Sergio. —Ha habido un cambio de planes, de momento no me voy. Ayúdame a preparar todo, quiero entregarle un regalo a Sofía en la ceremonia de su nombramiento como jefa. Remarcó especialmente las últimas palabras. Yo solo quería marcharme en silencio, pero Juan, Sofía, ustedes me acorralaron. Sede central del Grupo Altamira. Ese día, los principales medios de comunicación habían sido invitados a la rueda de prensa para el nombramiento del nuevo jefe del Grupo Altamira. Se decía que la nueva jefa era hija del presidente del consejo, Daniel. Y futura heredera de todas las propiedades del Grupo Altamira. Sofía, maquillada con cuidado al detalle, apareció ante todos mostrando su mejor versión. El "clic, clic, clic" de las cámaras no dejaba de sonar. Con paso elegante, Sofía se dirigió al centro de la primera fila y se sentó despacio. Juan la observaba, fascinado por su hermoso perfil. —¿Esa es la hija del presidente del consejo, Daniel? Qué hermosa es. —Dicen que, además de su belleza, es muy competente. La reciente adquisición del Grupo Novaterra la dirigió ella. —No es de extrañar que el presidente Daniel quiera entregarle la empresa por la que luchó toda su vida. ¡Es realmente extraordinaria! Los comentarios a su alrededor llegaban a los oídos de Sofía, quien irguió aún más la espalda. Observó, con altivez, cómo el presentador pronunciaba un discurso apasionado en el escenario. Por fin llegó el momento crucial de anunciar al nuevo jefe. —Invitamos a la señorita de la casa Altamira... El presentador, intencionadamente, mantuvo el suspense, haciendo una pausa de varios segundos justo antes de revelar el nombre del jefe. Sofía sentía que el corazón se le salía del pecho; ya se había incorporado, lista para subir al escenario en cualquier momento. —Señorita Lorena. —Un fuerte aplauso para ella. ¿Qué? ¿Lorena? ¿No lo habría escuchado mal? Sofía, furiosa, se puso de pie, dispuesta a cuestionar al presentador. En ese preciso instante. La puerta principal del salón se abrió de golpe, escandalosamente. Las luces del escenario apuntaron de inmediato hacia donde ella estaba. En ese momento, Lorena apareció, radiante y segura de sí misma, su presencia eclipsando a todos los presentes. Vestida con un elegante traje a medida, rodeada de guardaespaldas, avanzó con determinación hasta el centro del salón. Sonriendo, saludó a todos con un leve gesto de cabeza. —Muchas gracias a todos por estar aquí. Soy la señorita de la familia Medina. —¡Lorena! Posó su mirada sobre Sofía, con una expresión de burla dibujada en el rostro. —Y también soy la nueva jefa del Grupo Altamira.

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