Capítulo 22
María ya no tenía a dónde escapar, nunca imaginó que Bruno la llevaría a un lugar como aquel.
Un caserío abandonado, perdido entre caminos de tierra y maleza.
Tres de sus lados eran muros derruidos, y la única casa cercana tenía la puerta cerrada con candado.
En todo el trayecto no se habían cruzado con nadie, y el camino era tan accidentado.
El aire olía a polvo, a humedad y a madera podrida.
Bruno, sin inmutarse por la suciedad ni el olor, observó a María acorralada en una esquina. Luego, se agachó con familiaridad y sacó de una esquina una escoba vieja de palo firme.
La sostuvo con fuerza, contemplándola como si fuese una reliquia.
—Aquí fue donde traje a Alicia por primera vez, solo pasó una noche.
—No soportaba el polvo, me rogó que nos fuéramos. Decía que tenía miedo de los perros, así que la llevé de vuelta.
—Pero ahora ahora quiero dejarte aquí a ti.
Entonces silbó con fuerza, y pronto, entre los escombros, surgieron varias siluetas famélicas, perros callejeros, huesudos y con

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