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Capítulo 1

Daniel Pérez y yo éramos conocidos en el círculo como una pareja cuya relación se había deteriorado. Después de diez tortuosos años, logramos reconciliarnos. El primer día que Daniel regresó al país, con tal de ganarse la sonrisa de una mujer hermosa, destrozó mi tienda. Yo le rasgué la boca. —Tch, fue un placer destrozar tu tienda. Si quieres alguna compensación, pide lo que quieras. Las personas que están a punto de morir no solían tener muchas exigencias. En la última revisión supe que ya no me quedaba tiempo. Una madre y su hija, que se recuperaban a la par que yo, me miraron con compasión. —Qué lástima, tan joven... Y al final ni siquiera tiene a alguien que la vele. Me senté en el pasillo helado y marqué ese número que había guardado durante diez años. —Si de verdad quieres compensarme, ayúdame a encargarme del cadáver. ... Era una noche lluviosa, y pocos venían al bar a beber. En la televisión transmitían noticias sobre el regreso de Daniel. Cuando me preparaba para cerrar, entró una muchacha. Guardó el paraguas y señaló con ilusión las botellas en la barra. —Todas esas, me las llevo. Detrás de ella entró el mejor amigo de Daniel, Miguel López. Al verme, se quedó sorprendido. —Eh, ¿y si vamos a otro lugar? —Antes le llevé a Daniel unas botellas, y le gustó particularmente esta marca de su bar. Mientras hablaba, la muchacha me miró. —Oye, hoy rento el local completo. En un momento me sirves esas botellas. Respondí con un simple "sí", pero la mano con la que sacaba el hielo temblaba levemente. No era por nervios, ni por expectativa. Era porque mi enfermedad ya no tenía cura. —Miguel, ¿me ayudas a encender una vela? Seguro que cuando Daniel venga se pondrá feliz, ¿no? Él no respondió a esa frase. Sabía muy bien que, con solo verme, Daniel no se pondría feliz. En las noticias, Daniel miraba a la cámara con una sonrisa fría. —Ella también debe estar viendo las noticias. Yo también espero reencontrarme con ella. En esa toma, la cicatriz en el arco de su ceja se veía especialmente clara. Se la había hecho yo, con un cuchillo de cocina. No hubo razón. Estaba de mal humor y lo corté. La cicatriz grotesca en mi mano era la marca de lo que Daniel me había desgarrado a mano limpia, dejándome infecciones una y otra vez. —¿Y a dónde se dirige ahora? Veo que lleva un ramo de rosas, ¿va a ver a su novia? Daniel se detuvo por un instante. —Es mi prometida. La muchacha decoraba el lugar con esmero, y al escuchar la respuesta volteó hacia la televisión. —Miguel, ¿alguna vez viste a esa primera novia con la que Daniel salió durante diez años? Yo bajé la cabeza y agité la coctelera, pero de reojo vi la mirada que Miguel me lanzó. —¡Daniel! La muchacha salió corriendo con prisa, sin siquiera llevarse el paraguas. —Mónica. Daniel inclinó un poco su paraguas hacia ella. Mónica López se puso de puntillas y, con emoción y expectativa, besó la comisura de los labios de Daniel. Él se echó visiblemente hacia atrás por reflejo. Mi mirada y la de Daniel se encontraron también en ese vidrio cubierto de gotas de lluvia. Mónica quiso seguir la dirección de la mirada de Daniel y voltear, pero él le levantó la barbilla y la besó con profundidad. Retiré la vista y puse unas hojas de menta en la copa. Miguel ya había llegado a la barra. Después de varias dudas, Miguel al fin habló. —Te lo ruego, no vuelvas a ponerle las cosas difíciles a Daniel. Tras pensarlo, Miguel añadió. —Es bonita, ¿verdad? Se parece un poco a cómo eras tú de joven. Apenas tiene diecinueve años. Asentí con la cabeza, un poco aturdida. —Sí, es bastante bonita. Dos siluetas entraron en el local; Daniel cerró el paraguas negro. —¿Ustedes estaban... elogiando a mi prometida? Tras esto, aquella mirada tan añorada recayó sobre mí.
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