Capítulo 11
“¿Qué pasó con mantener un bajo perfil?”, inquirió Theodore. Por su parte, Alexandra intentaba acceder al foro en el que presuntamente se encontraban sus fotos.
Los esfuerzos de la mujer fueron en vano. Era un sitio privado y solo alguien con enlace o a quien se le hubiera concedido el acceso podía entrar al sitio.
"¿Dónde encontraste esto?", preguntó ella, enviando el enlace a su computadora y poniéndose a trabajar. La publicación desapareció en cuestión de segundos y si se intentaba ingresar a la página, se mostraba un mensaje de error.
"Ay, estaba disfrutando el espectáculo", se quejó Theodore.
"¿Entonces prefieres que sea víctima de doxing para que no te aburras?".
Una risa sonó del otro lado de la línea. Cuando Alexandra vio la solicitud de videollamada, aceptó sin dudarlo.
En el instante en que hizo clic en el botón, el rostro de un modelo apareció en su pantalla. El hombre tenía el cabello agarrado en una coleta, pero varios mechones de su pelo rubio estaban libres; además, tenía unos cautivadores ojos rojos y unos labios delgados. Cualquiera hubiera pensado que era una celebridad.
Por supuesto, Theodore también tenía ojeras, como todos los grandes nombres del mundo empresarial. Después de todo, el era el sucesor de Langer Group cuyos principales rubros eran los muebles, las joyas, el petróleo y cualquier cosa que se encontrara en el subsuelo, incluido el inframundo.
La empresa ocupaba el tercer lugar, justo debajo de Grey Enterprise. Como la situación no molestaba a Theodore, no había hecho nada para desbancar al negocio de su amiga. Después de todo, ambos se mantenían en los primeros lugares.
Al ver el rostro del hombre, las preocupaciones desaparecieron de la mente de Alexandra y una sonrisa apareció en su cara.
"¡Vamos, gatita! Internet no es tan aterrador", dijo él.
"Claro. Si esa publicación se hubiera mantenido un poco más, alguien habría atado cabos. ¿Por qué no lo borraste apenas la descubriste?".
“Me entretuve con los comentarios. Algunos internautas ya estaban locos por ti", contestó él, saboreando cada palabra. Después sonrió, exponiendo una dentadura perfecta.
"Muy gracioso Theo", respondió ella sarcásticamente, mientras se pasaba los dedos por el cabello. Rápidamente se acomodó el pelo, sacó un coletero de su cajón y se hizo una coleta.
El hombre miró atentamente la escena. Siempre lo asombraba lo hermosa que era su amiga. Y ahora que se había desecho del tinte castaño, se veía mejor. En su opinión, rubia era todavía más bella.
"Sabes, no deberías seguir triste por lo del m*lnacido de Albrecht...", empezó él, pero se detuvo al ver que el cuerpo de Alexandra se tensaba ante la mención de Lucien. Como respuesta a su reacción, él inclinó la cabeza y frunció el ceño.
"¿Qué pasa?", preguntó inquisitivamente.
"N-nada", contestó ella, desviando la mirada.
La mujer no era una buena mentirosa y Theodore lo sabía, así que decidió presionarla un poco para descubrir la verdad.
"Alexa, ¿ahora qué hizo ese bast*rdo?", insistió él.
"Ya te dije que nada", respondió ella antes de soltar unas risitas nerviosas.
“Amiga, ¡por favor! Tu cara lo dice todo. ¿De verdad vas a cubrirlo?”, atacó Theo.
Alexandra dudó un momento y se mordió el labio antes de hablar: “¿Recuerdas que además de los siete accionistas, incluidos mi tío y yo, había otra persona a la que mi padre le vendió las acciones de la compañía? Un tal Cien White."
"Sí".
Alexandra hizo una pausa, preparándose para la reacción de su amigo. “Pues mis tíos lo invitaron a una reunión de accionistas sin mí…”.
"Esos p*nches ancianos, ¿cómo se atrevieron ?", interrumpió él.
“Theo, déjame terminar. Larga historia corta: los descubrí y fui a confrontarlos... bueno, más bien a cancelar la reunión", dijo con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Después agregó: "Y ahí estaba Lucien".
Theodore se quedó inmóvil. El silencio imperó en ambos lados de la línea.
Siendo la persona inteligente que era, el hombre comprendió rápidamente lo que había pasado y la ira apareció en su rostro. "¿Ese p*ndejo es dueño de una parte de tu compañía?", escupió con rabia.
Alexandra asintió.
“Esto no puede continuar”, dijo Theodore, pellizcándose la nariz.
“Estoy de acuerdo contigo”.
“Pero ¿tienes opción? El infeliz de Albrecht es más poderosos que tú, tanto en negocios como en reputación".
Alexandra lo sabía, así que después de asentir con la cabeza respondió: “Aun así, tengo que intentarlo".
Theodore suspiró de nuevo. No tenía caso discutir con su amiga, nunca le ganaba.
"Entonces, ¿cuál es tu plan?", preguntó él, genuinamente interesado.
Como respuesta, Alexandra apoyó su barbilla en su mano y se perdió en sus pensamientos. Recordó lo bien que se sintió al hacer que Lucien perdiera el control. De repente una sonrisa se dibujó en su rostro.
"¿Te invitaron a la subasta de la galería de los señores Benli?", lanzó ella.
“Sí, como siempre”.
"Genial", contestó la rubia, antes de perderse otra vez en su cabeza.
Theodore se recostó en su silla y observó a su amiga, que seguía con la mirada perdida. Se detuvo en los bellos orbes grises de la mujer. Su actuar solo podía significar una cosa y sin importar qué estuviera tramando, una cosa era segura: sería divertido y él no quería perdérselo.
Quería ver como a Lucien le daban una cucharada de su propia medicina.