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Capítulo 3

Iracunda y amargada, Ariadne condujo directamente al Imperio Albrecht, que era la empresa de Lucien. Entró pensando que si tanto quería que firmara los papeles de divorcio, tenía que decírselo él mismo, frente a frente. Ignorando las advertencias de los empleados, siguió adelante y entró en su oficina sin siquiera tocar. “Lucien, ¿de verdad quieres…?”, empezó, pero se calló abruptamente porque la escena frente a ella la dejó en shock. Él estaba sentado en el sofá de la oficina y a su lado, estaba Octavia, su supuesto amor platónico. Además, se acurrucaba a su lado como si quisiera derretirse contra su cuerpo. Estaban disfrutando de una maldit* comida juntos, como si fueran un matrimonio feliz, cuyo destino ya fue predestinado. Ella nunca había hecho algo así con él, y sólo se lo imaginaba en sus sueños. Lo que más la hirió fue el rostro feliz del hombre, que parecía realmente en paz. Pero no tardó en cambiar a su usual expresión hostil cuando vio a la intrusa en la puerta. Ahora, su verdadera esposa, parecía ser la villana interponiéndose en la felicidad del personaje principal. “Hola, Ariadne, tiempo sin vernos”, saludó Octavia con su voz dulce y empalagosa. Ella fue la primera en hablar. Incluso se acurrucó más cerca de Lucien, provocando a la recién llegada con su mirada. «¡Qué perr*! Es tan desvergonzada como siempre», pensó Ariadne. Lo que más la hirió fue que Lucien ni siquiera la apartó. No se molestó en explicarle la situación mientras la miraba, inexpresivo. Le dolía aún más que todo lo que le hizo antes. Antes de que pudiera hablar, la recepcionista entró corriendo acompañada de un par de guardias de seguridad. Casi chocan con ella, pero al ver a su jefe, bajaron la cabeza con respeto. “Discúlpeme, señor Albrecht. Intenté detenerla, pero ella…”, se disculpó la joven. “No importa”, interrumpió Lucien, con su habitual tono frío: “La conozco. Es una de mis criadas”. ¡¿Criada?! Tanto Ariadne como la recepcionista quedaron atónitas al escucharlo. La segunda pensó que la mujer que entró abruptamente estaba demasiado arreglada. Además, teniendo en cuenta el aire elegante que emanaba, era difícil creer que era sólo una criada. Mientras tanto, la primera no podía encontrar palabras para describir lo avergonzada que se sentía en ese momento. Llamó «criada» a su verdadera esposa mientras que la mujer que iba a arruinar su familia se acurrucaba en sus brazos, como su verdadera novia. ¿Cuán ridículo era eso? En ese instante al fin fue consciente de lo poco que la había respetado, ya que ni siquiera le daba el título que merecía. ¿Cómo pudo haber llegado a ese nivel de fracaso? Sus frías palabras volvieron a resonar: “Yo me haré cargo de esto. Pueden retirarse”. La recepcionista y los dos guardias se inclinaron ante él antes de cerrar la puerta de madera y largarse. Cuando se marcharon, Lucien al fin se levantó del sillón, dejando a Octavia para acercarse a Ariadne. “¿Qué haces aquí?”, la cuestionó. Su voz no denotaba ningún signo de preocupación o sentimiento de culpa. Mirando sus hermosas facciones, Ariadne se empezó a sentir desesperada. Incluso en ese momento, no podía evitar que su corazón latiera con fuerza al verlo. “Con respecto a esos documentos… ¿De verdad quieres que los firme?”, preguntó. Sintió las lágrimas galopándose en sus ojos, pero intentó contenerlas. Al ver la tristeza y la persistencia en su mirada, Lucien se sorprendió por un breve momento. Se metió las manos a los bolsillos del pantalón de vestir y asintió. “Así es. Así que fírmalos, mi oferta es generosa”. Sus palabras fueron como una espada de hierro al rojo vivo que atravesaba el corazón de Ariadne. Cada suspiro le dolía. «¿Generosa? ¿Cómo se atreve a decir eso?», se burló ella. «¿Qué parte de su arreglo era generoso?». Por primera vez, quería pelear por su enojo. Sin embargo, antes de que pudiera empezar, él pasó a su lado con la intención de marcharse. Como siempre, no era lo suficientemente paciente como para escucharla, y se largaba antes de que ella pudiera terminar lo que quería decir. Siempre la dejaba así, haciéndola sentirse estúpid*. Octavia corrió a su lado y se aferró a su brazo, lanzándole una sonrisa desdeñosa a Ariadne. El sonido de la puerta cerrándose la hizo sentirse con el corazón adolorido. *** Cuando Ariadne entró en la mansión, la enorme residencia estaba desprovista de calidez humana, como siempre… Joshua, el abogado de Lucien, ya se había ido, dejando los papeles en la mesita de la sala de estar. Agarrándolos con cuidado, una risa de auto desprecio se escapó de sus labios. Siempre que lo firmara, el cincuenta por ciento de las propiedades de Lucien pasarían a su nombre. ¡Cuánta determinación! ¿Acaso tanto le molestaba estar casado con ella? Si era así, ¿por qué lo hizo en primer lugar? Ella abandonó todo lo que tenía y lo que era para casarse con un hombre que nunca correspondió sus sentimientos. Su situación era tan lamentable que resultaba siendo graciosa. La simple idea hizo que se empezara a reír tanto que su cuerpo se sacudió. Pero las carcajadas se convirtieron en sollozos histéricos acompañados de torrentes de lágrimas cayendo por sus mejillas. Luego de unos segundos, su teléfono emitió un pitido. Se limpió las lágrimas para luego hurgar en su bolsillo trasero por su teléfono. Se sorprendió al ver el mensaje de un número desconocido, y cuando lo abrió, la ira empezó a correr por sus venas. Era la foto de un hermoso anillo de diamantes colocado en el dedo de una mujer. Unas desvergonzadas palabras acompañaron la imagen: [Puedes aferrarte al título de Sra. Albrecht tanto como quieras, pero al final del día, siempre me perteneció. Te lo pido con amabilidad: Deja ir a Lucien. Y considera esta como mi última advertencia, p*rra.] No tenía que pensar mucho para adivinar el remitente. ¡Era la p*rra de Octavia! ¿Cómo podía Lucien amarla, siendo que era tan desalmada? ¿Y por qué ella tenía que soportar ese tipo de insultos? ¿Acaso se lo merecía? ¿Para qué? ¿Para quedarse con el título de Sra. Albrecht? ¿Para seguir soportando ese amor no correspondido? ¿O por la promesa que le hizo a su difunta madre? ¡No! ¡No había razón para soportarlo! Al cerrar su aplicación de mensajes, procedió a llamar a su esposo. Y para su sorpresa, contestó al segundo timbre. “¿Qué pasa?”, preguntó en tono gélido. Al escucharlo, Ariadne se mordió el labio. Él siempre la había tratado así, como si ella no significara nada para él. Así, se había perdido en el proceso de buscar su amor. Si sus padres siguieran vivos, la habrían regañado como era debido. En ese momento, decidió volver a encontrar su camino correcto. Cerró los ojos y respiró hondo, con la intención de calmar su dolorido corazón. “Te hablo por última vez Lucien, para confirmar que…”, empezó, pero hizo una pausa mientras su mirada barría la mesita con los documentos. “¿Realmente quieres divorciarte?”. “Sí”, respondió sin dudarlo, lo que hizo que una triste sonrisa apareciera en los labios de la mujer. “Bien. No te arrepientas de tu decisión, Lucien”, finalizó. Y por primera vez, colgó antes que él. La casa volvió a quedar en silencio, cosa que había empezado a odiar. Rebuscándose en un cajón cercano, Ariadne sacó su pluma favorita y se dirigió a la sala de estar. Echó un último vistazo al espacio vacío antes de firmar en él. «Ariadne Albrecht». Pensaba que el nombre le iba bastante bien, pero resultó ser una simple broma. Había terminado a jugar a ser ama de casa, y era hora de empezar su rol real. Respiró hondo antes de sacar su teléfono y marcar número. Antes del segundo timbrado, la llamada se conectó. “Necesito que estés fuera de la Villa Albrecht en menos de diez minutos”, ordenó con voz fría. Para cuando salió, un vehículo ya la esperaba con el motor en marcha. Parecía listo para partir en cualquier momento. “Hola, señora Grey”, saludó Michael, el chofer, en el momento en que entró al vehículo. “¡Bienvenida a la vida de soltera!”. “Ajá”, fue su seca respuesta mientras agarraba la tableta que le pasó. Al ver su reflejo en la pantalla apagada, se sintió avergonzada del color y el largo de su cabello. Nunca le gustó el pelo largo ni el tono castaño. ¿Cómo pudo soportar estar así durante tanto tiempo? Dios, realmente le urgía volver a ser ella misma. Desbloqueando el dispositivo, pensativa, la pantalla se encendió mostrando un peculiar logo. El de Grey Enterprise. Su compañía.

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