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Capítulo 5

Luego de su exitosa recuperación de la empresa, Alexandra parecía estar dirigiéndose a algún lugar. Sonó su teléfono y una noticia apreció ante sus ojos. ¿Un próximo compromiso? Se decía que la emergente actriz Octavia Barrete se comprometería con un misterioso director empresarial en la semana siguiente, ya que alguien afirmó que los vio elegir anillos de compromiso en la joyería. Aunque en la imagen no se veía todo el rostro del hombre, Alexandra lo reconoció de inmediato, ya que lo había llamado «esposo» durante cinco años. Era Lucien Albrecht. Tan sólo una semana después de que ella firmara el divorcio, ya estaba haciendo alarde de su nueva relación. «¿Lo ves, Ariadne? Ese matrimonio no significó nada para él, ¿no crees?», se dijo. Primero, tenía una mirada herida, pero eso cambió a un oscuro desdén en cuestión de segundos. Era una emoción recién descubierta, una que nunca pensó que sentiría por el hombre que había amado durante tantos años. En ese momento, ya no eran más que extraños. Ella ya no era Ariadne, era Alexandra. Y tenía un importante asunto del que ocuparse: los lobos disfrazados de cordero que ocupaban su casa. Teniendo en cuenta eso, su matrimonio no le importaba una mi*rda. Sin embargo, ¿por qué el corazón seguía doliendo? *** Por otro lado, una batalla se desataba dentro de la Mansión Grey. Ni siquiera era una batalla, sino el berrinche de un hombre de cuarenta y ocho años: Benjamin Grey, el tío de Alexandra, que se enfureció al enterarse de su repentino regreso. Luego de tantos intentos de presidir Grey Enterprise, ese día sería su oportunidad perfecta. No fue a trabajar por unos días, a propósito. Después de todo, cuanto más se hundía, más necesario sería un líder dominante. Y él sería la mejor opción. Sin embargo, todo fue arruinado por una joven que había dado por muerta hacía años. “¡Esa ingrata bast*rda!”, maldijo mientras estrellaba su copa de vino contra la pared, que por casualidad era el mismo lugar donde se encontraba Vivian, su preciosa hija. La jovencita se estremeció ante esta reacción, y una pieza de vidrio le rasgó la mejilla. «¡Qué inútil es este viejo!», pensó furiosa, al darse cuenta de que su perfecto rostro de modelo tenía ahora un rasguño. Lo único que su padre sabía hacer era beber y perder el control de sí mismo. Si ese viejo hubiese actuado cuando debía, ya se habrían hecho con la empresa. Se burló en silencio mientras él se distraía eligiendo otro vino. Vivian rodó sus ojos azules mientras intentaba llevarlo al límite: “Por favor no hables así de la hermana Alex, padre”, dijo con una tierna y compasiva voz que podría engañar a cualquiera, incluido su padre. Mientras caminaba alrededor de los pedazos de vidrio, se adelantó para recordarle: “Perdió a sus padres, así que debe estar sola y necesitada de nuestro apoyo”. Sin embargo, como ya era costumbre, él no la comprendió. “¡Vivian! ¿Cuántas veces te he dicho que no es tu prima? ¡Esa huérfana no es nuestra familia biológica!”, sermoneó como si fuera una niña. ¡Clap! ¡Clap! ¡Clap! Los aplausos resonaron desde la enorme puerta principal de roble, lo que hizo que el par dejara su pequeño espectáculo. “¡Guau! ¡Qué espectáculo familiar tan genial!”. Parada en la entrada con aura elegante y orgullosa, Alexandra Grey se cruzó de brazos. El aire que emanaba era algo que jamás pensaron que verían. Aquella chica que se acobardaba nada más escuchar la voz de su tío, había cambiado drásticamente. «¿Por qué no la mataron mientras podían?» Recomponiéndose y volviendo a su actitud inocente, Vivian corrió hacia ella: “Hermana…”. Pero antes de que pudiera empezar su perfecto discurso, la rubia le lanzó una mirada desdeñosa que la hizo parar de inmediato. Viéndola regresar, Benjamin hizo todo lo posible para calmarse mientras se acercaba a ella como si fuera un buen tío: “Querida Alexandra, ¡bienvenida!”, saludó. Mirando su sonrisa fingida, esta última no pudo evitar soltar un resoplido burlón. No le cabía duda que todos en esa familia eran unos payasos. Bajando los brazos, avanzó mientras los ignoraba y se sentó en el sillón que pertenecía al jefe de familia. “¿Estás seguro de que me quieres dar la bienvenida?”. Su repentino e irónico comentario tomó por sorpresa a los presentes. Tanto que Benjamin sintió el sudor acumulándose en su frente. «No es posible que ella sepa la verdad», pensó. Se apresuró a adelantarse y responder: “Claro, Alexandra. ¿Quién no se alegraría de ver a un miembro de su familia sano y salvo?”. “¿Miembro de la familia?”, se burló, negándose a seguir. No obstante, examinó la casa con la mirada. Muchas cosas habían cambiado desde la última vez que estuvo allí. La alguna vez vibrante pared había sido pintada de un color oscuro, dándole un aura poco acogedora que no le agradó. La hermosa colección de jarrones de flores que antes adornaba una esquina no se veía por ninguna parte. El lugar estaba minado de bolsos baratos y accesorios de mal gusto que sólo pudo adivinar que pertenecían a Vivian. Chasqueó la lengua, disgustada, pues sintió cómo la ira se abría paso en ella, sacándole lugar a su actitud calmada. ¿Cómo se atrevían a hacer cambios en su casa a su antojo? Pero aún peor, ¡mientras ella seguía viva! Benjamin se aclaró la garganta por instinto y empezó a hablar: “Querida Alex, con todo respeto… Creo que todavía eres demasiado joven para dirigir la empresa. ¿Por qué no…?”. “¡Cállate!”, lo cortó Alexandra, levantando una mano mientras le lanzaba una firme y oscura mirada. “Con respecto a esto”, inquirió, agitando su dedo: “¿De dónde sacaron la audacia de hacer modificaciones en la casa de mis padres?”. “Y con relación a la empresa”, se rio entre dientes, enderezando la espalda y mirándolos con desprecio: “¿Por qué debería dejársela a ustedes, idi*tas incompetentes?”. “Alexandra, fíjate cómo me hablas, ¡soy tu tío!”, regañó el hombre, que se enojó fácilmente al escucharla. “¡Sí claro!”, se burló ella. “¿No te estás pasando, hermana Alex?”, salió Vivian a apoyar a su padre, con una expresión de pena que siempre utilizaba para manipular a los demás: “Mi padre sólo hacía una sugerencia con base en lo que considera lo mejor”. “¿Crees que tienes derecho a hablar?”, replicó Alexandra con desdén mientras se volteaba a mirarla. “Esta es mi casa”. Volviendo a mirar a su tío, dio un paso adelante sin desviar su mirada. “¡No tenías derecho a mudarte a mi casa!”. “¡Alexandra!”, gritó Benjamin, con los ojos enrojecidos por el enojo. Había pensado que siempre podría controlar a esa chica. “¡No te atrevas a levantarme la voz en mi propia casa!”, siguió ella, enderezándose. “Soy la hija de Miguel Grey, y la legítima heredera de Grey Enterprise. Por lo tanto, soy quien tomará las decisiones en esta familia”. “Por respeto a que alguna vez fuimos considerados tío y sobrina, te daré un poco de tiempo para empacar. Luego de eso, ¡no quiero volver a verlos en mi casa!”. “¿Quedó claro?”, preguntó con severidad. Benjamin apretó la mandíbula, iracundo, pues sabía que cada palabra que salía de la boca de esa joven era cierta. Alexandra tenía todo el poder en la familia Grey, incluso más que él. Por eso había contratado asesinos para que se deshicieran de ella sin importar qué. Pero para su mala suerte, fracasaron. Ya que había regresado, consideró que no era el momento adecuado para romper relaciones. Le dejaría pensar que había ganado, por el momento… “No hagas esto, hermana Alex…”, Vivian intentó «razonar» con ella al ver que su padre permanecía en silencio. Pero sólo le valió una mirada de advertencia de parte de la recién llegada. «¿Cómo pudo haber cambiado tanto?», pensaba, atónita. No pudo evitar retroceder unos pasos. “No metas a tu prima en esto, Alexandra”, pidió Benjamin, ya más calmado. Intentaba salvar a su «inocente» hija. “Ja, ¿ahora vuelve a ser mi prima?”, se burló con sarcasmo, cruzada de brazos, mientras giraba la cabeza para mirarlo. Hacía tan solo unos minutos, había enfatizado en el hecho de que no eran familia biológica. Era una vil esc*ria, como sus demás hermanos. Pensando en diferentes maneras de matarla, derrochando el dinero de sus padres, y difundiendo falsos rumores sobre su persona… Uno por uno, dejaría de apoyar sus extravagantes estilos de vida. Cuando expresó todo lo que tenía que decir, y vio que no se atrevían a refutarla, Alexandra subió las escaleras dejándoles un ultimátum: “Mi casa debe retornar a su estado original antes de la media noche de hoy”.   “O los echaré de la empresa mañana!”.

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