Capítulo 11
Diana se detuvo y levantó lentamente la cabeza. Al ver que era Héctor, en sus ojos donde antes había habido ternura y timidez, solo quedaba una frialdad absoluta, un vacío sin ondas.
Parecía no haberlo escuchado, ni haber visto el ramo de rosas que él sostenía. Su mirada lo atravesó sin detenerse, y siguió caminando.
Héctor, desconcertado, se interpuso en su camino: —¡Te estoy hablando! Sé que estás enojada; golpéame o insúltame, pero no me ignores.
Diana por fin se detuvo. Su mirada se posó en él, pero era como si mirara una piedra sin vida. No había en su rostro ni rabia ni tristeza, solo una distancia absoluta, una negación total.
Lo rodeó y se marchó sin una palabra.
Héctor, con las flores aún en alto, se quedó helado en su lugar.
Por primera vez en su vida sintió lo que era ser ignorado por completo. Su encanto, su apellido, todo aquello que siempre había bastado, en ese momento parecían una burla.
Una oleada de frustración y humillación le subió al pecho.
Le gritó a su espalda, c

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