Capítulo 4
Diana fue sola al comedor, comió algo sin apetito y luego se dirigió directamente a la oficina académica para tramitar su retiro.
Cuando dijo que dejaría la universidad para estudiar en el extranjero, el personal, aunque lamentó su partida, recordó las recientes fotos filtradas y el escándalo de plagio, y se limitó a responder con un tono formal y distante.
—El proceso de retiro tomará algunos días para su aprobación. Mientras tanto, puede asistir a clases con normalidad.
—Gracias, profesor. —Respondió ella en voz baja, sin mostrar expresión alguna.
Pasó el resto del día asistiendo a clases como un cuerpo sin alma. Al sonar la campana, salió del aula con los libros en brazos. Al pasar por el jardín, vio a varios estudiantes corriendo, alterados:
—¡Rápido! ¡Se están peleando allá adelante!
—¡Es Andrés! ¡Nunca lo había visto tan furioso!
—Es por Lorena, dicen. ¡Un héroe defendiendo a su dama!
Diana se detuvo, sintió una punzada en el corazón.
Sin saber por qué, dio unos pasos hacia el lugar.
Entre la multitud alcanzó a distinguir a Andrés, forcejeando con otro chico.
Siempre tan frío y contenido, ahora parecía desbordado. Cada golpe era seco, brutal. En su rostro perfecto se dibujaba una rabia que nunca antes había mostrado.
Las voces de los que miraban llegaban entrecortadas:
—Dicen que ese tipo le confesó su amor a Lorena y quiso pasarse de listo...
—Andrés siempre fue tranquilo, nunca pensé que pelearía así...
—Pero, ¿no era Diana su novia? ¿Por qué defiende tanto a Lorena?
—¿No lo ves? Después de lo de las fotos, ¿cómo no va a despreciarla? Seguro ya la dejó.
Diana escuchaba, sintiendo cómo algo dentro de ella, aun seco y vacío, volvía a doler.
Entonces, entre la multitud, vio a Lorena abrirse paso llorando. Se lanzó hacia Andrés, abrazándolo por detrás como una niña asustada: —¡No sigas, por favor! Tengo miedo, Andrés, no pelees más...
Él se detuvo de inmediato.
Soltó al chico, que cayó al suelo con la cara ensangrentada, y se giró hacia Lorena. La furia desapareció por completo, reemplazada por una ternura que Diana nunca había visto en él.
Él le secó las lágrimas con cuidado, con una voz tan baja y profunda que parecía capaz de ahogar a cualquiera: —No tengas miedo. Ya no pelearé. ¿Te asusté?
Esa ternura absoluta, esa forma de protegerla, fueron como un filo helado que rompió en pedazos la última ilusión con la que Diana aún intentaba engañarse.
Él nunca la había mirado así.
Nunca le había hablado con ese tono.
Ni siquiera en la intimidad; le había repugnado tanto tocarla que había dejado que su hermano la reemplazara.
¿Y ella había sido tan ciega como para creer que él la quería?
En ese momento, la mirada de Andrés se cruzó por accidente con la de Diana entre la multitud.
Se quedó inmóvil, sorprendido, como si no esperara verla allí. En sus ojos pasó, muy fugaz, una emoción confusa que ni él mismo alcanzó a entender.
Sus labios se movieron, tal vez para decir algo.
Pero Diana apartó la vista antes de que hablara. Lo miró con la frialdad con que se mira a un desconocido, y se dio la vuelta sin expresión alguna.
Andrés observó cómo se alejaba sin vacilar, y su ceño se frunció ligeramente.
—¿Qué pasa, Andrés? —Preguntó Lorena, apoyada en su pecho, con voz suave.
—Nada. —Respondió él, bajando la mirada. Su tono volvió a ser tierno, pero aquella extraña sensación no se disipó del todo.
Sacó el teléfono y le escribió a Héctor, contándole la discusión con Diana y la pelea de esa tarde. Le pidió que, al volver, intentara calmarla.
Héctor respondió enseguida: [¿Para qué calmarla? Mejor termina con ella de una vez.]
Andrés se quedó mirando la pantalla unos segundos.
Sí, ¿para qué seguir?
Ni él mismo sabía por qué dudaba.
Tras un breve silencio, escribió una excusa que sonaba razonable: [El cupo para el posgrado de Lorena aún no se confirma. Está nerviosa. Si Diana hace una escena ahora y eso la afecta, sería un problema.]
Héctor contestó de inmediato: [Entendido. Esta noche la calmo.]
Esa noche, Diana regresó agotada, vacía. Se acostó temprano.
No pasó mucho tiempo antes de oír el ruido de la puerta. Héctor había vuelto.
—¿Por qué te acostaste tan temprano hoy? —Preguntó mientras se acercaba, con esa mezcla habitual de burla y falsa ternura.
—Nada. Estoy cansada. —Respondió ella, de espaldas, con la voz plana.
Héctor notó la frialdad y la abrazó por detrás. Comenzó a hablarle con ese tono ensayado de consuelo, repitiendo las mismas mentiras de siempre sobre la tesis y la pelea.
Diana lo escuchó en silencio. Pensó con amargura que uno de ellos se encargaba de herirla y el otro de fingir consolarla. Una maquinaria perfecta.
Cerró los ojos. No quería seguir escuchando.
Héctor, al notar que no respondía, se inclinó como siempre para besarle el cuello, mientras su mano empezaba a deslizarse con descaro.