Capítulo 16

A través del jardín, Esteban miraba a Diana desde lejos, sus ojos estaban llenos de profunda ternura, como si quisiera grabar su figura en su corazón. Pero Diana solo lo observaba con calma; aquella antigua emoción del amor mezclada con el dolor, en ese instante, se disolvieron en la nada. Cerró la ventana con indiferencia para tratar de aislar aquel rostro desagradable del otro lado. Poco después, una sirvienta llegó apresurada. —Señorita Diana, hay un caballero afuera que desea verla. Los ojos de Diana se mostraron serenos y su voz sonó fría. —No lo quiero recibir, que se marche. La sirvienta obedeció y se retiró. No volvió a mencionar a aquel hombre. Diana también lo dejó fuera de sus pensamientos. Hasta el anochecer, cuando la lluvia caía suavemente fuera de la ventana. Raúl, tras despertar, se sintió mucho mejor y no pudo reprimir su naturaleza animada. Se apoyó en la ventana y miró hacia afuera; exclamó: —Diana, mira, parece que hay alguien arrodillado en la puerta. La voz de Raú