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Capítulo 2

A la mañana siguiente, después de la lluvia, el cielo se despejó. Diana no había dormido en toda la noche. Ella había estado pensando. Había visto la forma más pura del amor, ¿cómo podría soportar a un hombre que ya había cambiado de corazón? Ella era Diana, quien amaba profundamente a Esteban, pero también era la hija de la familia Ortiz y no podía tolerar la traición. Llamó a su padre. —Papá, recuerdo que la familia Ortiz quería expandir los negocios en el Reino Unido. Justamente el esposo de Norma proviene de la realeza británica, ella volverá allí con el niño dentro de medio mes y… Quiero ir con ella. Bruno preguntó con desconcierto: —¿Fue Esteban quien te pidió que preguntaras? —No, esta vez soy yo quien quiere ir.Diana sonrió con amargura; todos daban por hecho que ella y Esteban compartían la misma opinión, incluso su propio padre no era la excepción. Bruno se mostró sorprendido, ya que Diana siempre había sido reacia a dejar a Esteban, ¿por qué de repente pensaba en ir tan lejos? —Dianita, ¿es que Esteban te ha traicionado? —el tono de Bruno se volvió inmediatamente serio. Diana apretó los labios y finalmente optó por ocultar la verdad por el momento:.—Papá, no preguntes ahora, cuando llegue a Inglaterra te contaré todo. Las familias Ortiz y Salazar habían sido amigas durante generaciones y, en los últimos años, debido al matrimonio, sus vínculos se habían vuelto aún más complejos. No quería que la familia Ortiz sufriera pérdidas por su culpa. Bruno no pudo oponerse a ella y accedió. —Está bien, entonces ven en un rato al edificio del Grupo Empresarial Lúmina para familiarizarte con los asuntos relacionados. Diana asintió. Tras colgar, se levantó para lavarse y arreglarse; al mirarse en el espejo vio que sus ojos estaban tan hinchados como nueces. La imagen la hizo sentir una profunda amargura en el fondo de su corazón. El abogado Carlos ya había preparado y entregado el acuerdo de divorcio, pero ella aún no sabía cómo decírselo a Esteban; después de todo, eran muchos años de relación y no era fácil dejarlo ir. Usó maquillaje para cubrir las huellas de su llanto y, tras ponerse un atuendo profesional y pulcro, salió de la habitación. Abajo, Norma estaba desayunando con Raúl; probablemente la imagen de Diana de ayer también había asustado al niño. —¡Ya despertaste! —Raúl, con sus pequeñas piernas, corrió hacia Diana, tomó su mano y la llevó a su boca para soplar—. Mamá dijo que ayer te dolía el corazón. Si yo te soplo así, ya no te dolerá. Los niños de seis años son inocentes y puros. Diana le acarició la mejilla. —Raúl eres un buen niño, ya no me duele. Ve a buscar a tu mamá. Él asintió con inocencia y, acto seguido, corrió feliz hacia los brazos de Norma. Diana recordó las risas alegres de Esteban y aquel niño del día anterior. Pensó que, si su propio hijo hubiera sobrevivido, probablemente sería incluso mayor que ese niño. Diana respiró hondo, conteniendo la amargura en su corazón y, tras unas palabras sencillas, salió de la casa. Sin embargo, apenas cruzó la puerta de la villa, vio junto a un Maybach no muy lejos, la silueta de una persona. Esteban lucia cansado, mordía un cigarrillo y estaba envuelto en una nube de humo, lo que dificultaba distinguirlo con claridad. Diana quedó atónita; según los datos, tanto Mercedes como su hijo cumplían años en julio. Ahora que el cumpleaños de Mercedes ya había pasado y el de su hijo aún no llegaba, ¿por qué había regresado Esteban de repente? Tal vez sus pensamientos eran demasiado intensos porque el hombre, como si recién se diera cuenta, la miró con curiosidad; en el momento en que vio que era Diana, sus ojos antes apagados brillaron. Caminó rápidamente hacia ella y la abrazó. El abrazo del hombre seguía siendo cálido, pero, en ese momento, le resultó tan ardiente que todo su cuerpo comenzó a temblar. —¿Ya te sientes mejor de la gripe? Escuché que tu voz no estaba bien, así que regresé de inmediato. —Cuando llegué a casa y vi que no estabas, pensé que seguramente estabas aquí, en casa de Norma. La voz de Esteban estaba llena de preocupación y su expresión no parecía fingida. Diana aún no entendía cómo un hombre que la amaba hasta los huesos podía aceptar tranquilamente tener un hijo con otra mujer. Sus labios temblaron levemente; tragó con esfuerzo la amargura en su garganta. Quiso cuestionarlo, pero al final solo murmuró: —Ya estoy bien, justo iba camino a casa. Esteban suspiro de alivio.—La próxima vez que te enfermes, recuerda avisarme, si no, me preocuparé. La voz del hombre era suave y profunda, por un momento le hizo sentir la ilusión de que todo estaba en paz. Pero, por el rabillo del ojo, vio a una silueta delgada no muy lejos. Mercedes estaba de pie bajo un árbol, hablando por teléfono; al segundo siguiente, sonó el teléfono de Esteban... Él bajó la mirada y, al ver la pantalla, se mostró incómodo. —Hay un asunto urgente en la empresa, tengo que ir a atenderlo. Diana contuvo la respiración; no era ciega, había visto claramente ese nombre fugaz en la pantalla del teléfono: Mercedes. La amargura en su corazón estuvo a punto de desbordarse, pero Diana contuvo el dolor y dijo con esfuerzo: —Está bien, vete rápido, los asuntos de la empresa son importantes. Esteban la miró con culpabilidad, depositó un beso en su frente y solo entonces subió al auto y se marchó apresuradamente. Mercedes colgó el teléfono en cuanto Esteban subió al auto y caminó hacia Diana contoneando la cintura. —Señorita Diana, hola, me llamo Mercedes... Quiso continuar, pero al ver los labios apretados de Diana, lo comprendió todo. —Parece que ya sabes de la existencia de Luisito y mía, entonces solo queda sentarse y ver el espectáculo.

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