Capítulo 7
María iba sentada en el asiento del copiloto, con los ojos medio cerrados, tratando de ignorar el ambiente cálido dentro del auto.
En el asiento trasero, Carmen y Alejandro se sentaban a ambos lados de Diego.
Desde que había visto los antecedentes de Alejandro, ya sabía que la familia Fernández tenía mucho poder en Sevilla.
Gracias a que él aprovechó la influencia de su familia, la policía no pudo encerrar a Carmen.
Carmen sacó una botella y, con dulzura, le ofreció agua a Diego. —Diego, sé obediente, es hora de tomar agua.
Él dio un gran sorbo. —¡La tisana que preparó Carmen está deliciosa!
—Estos años, gracias a ti, Diego ha comido muy bien. —Alejandro le pellizcó las mejillas redondas y suaves a su hijo.
Carmen bajó la cabeza, sonrojada. —Es lo que debo hacer.
—Todos los demás niños me envidian por tener a Carmen. —Diego se rio con confianza, acurrucándose con cariño contra Carmen—. ¡Ojalá Carmen pudiera ser mi mamá!
El paisaje que pasaba velozmente por la ventana se volvió borroso

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