Capítulo 7
El rostro de Gonzalo palideció de repente y, casi en un instante, salió corriendo de la mansión.
Cuando Ángeles llegó al hospital, el médico acababa de salir de la sala de emergencias.
Con expresión grave, se dirigió a Gonzalo: —La situación de la señorita Daniela es crítica. El trasplante de riñón debe adelantarse; la operación será en media hora.
—¿Podría contactar al donante para confirmar si está disponible ahora?
Antes de que Gonzalo pudiera responder, la voz de Ángeles se escuchó desde atrás: —¡Sí, puedo! Doctor, estoy lista.
Ángeles se cubría el rostro herido por el golpe y, en su corazón, ya no quedaba ningún apego.
Solo quería alejarse lo más pronto posible de Gonzalo, de la casa de los Herrera, y cortar todo vínculo con ellos.
En la expresión de Gonzalo cruzó una leve complicación, pero aun así habló: —Gracias.
Ángeles no respondió. Sacó su celular y cambió su boleto de avión para esa misma tarde.
Treinta minutos después, Ángeles ya estaba acostada en la sala de operaciones.
Sin embargo, no tenía miedo. En su corazón solo había alivio, una sensación de liberación.
Apenas se acostó, una enfermera entró corriendo con urgencia: —¡Tenemos un problema! Se agotó la anestesia. Solo queda suficiente para una persona.
En ese momento, el médico se quitó los guantes, frunció el ceño y salió para discutirlo con Gonzalo, que estaba afuera.
Un segundo después, Ángeles escuchó la voz firme de Gonzalo: —El cuerpo de Daniela es débil. Ella no puede soportar la operación sin anestesia.
...
Pasó un largo rato antes de que el médico regresara. La miró con compasión.
—Señorita Ángeles, en esta operación usted no recibirá anestesia. Si no puede soportarlo, aún puede retractarse.
—No es necesario, puedo resistir.
Aunque era la respuesta que esperaba, el corazón de Ángeles se heló.
Ese hombre, su único familiar, siempre tomaba la misma decisión sin dudar.
A pesar de que, desde el principio hasta ahora, ella no había hecho daño a nadie.
El médico no insistió. Solo le hablaba con suavidad, intentando consolarla.
El proceso de la operación fue una tortura. El dolor sin anestesia era insoportable. Las venas de Ángeles se marcaban, el sudor le empapaba la frente y, aunque apretaba los dientes, no pudo evitar gritar de dolor.
Cuando terminó la operación de donación de riñón, Ángeles ya se había desmayado del dolor.
Al despertar, solo encontró vacío a su lado. La única presencia fue la enfermera que cambió sus vendajes, mirándola con preocupación.
—Señorita Ángeles, ya despertó.
—Tu tío sí que fue cruel. Por su novia, permitió que te operaran sin anestesia.
Ángeles no respondió, solo esbozó una sonrisa pálida. Cuando la enfermera se fue, sacó su celular para mirar la hora.
Faltaban dos horas. Si tomaba un taxi para recoger su equipaje y luego ir al aeropuerto, llegaría justo a tiempo.
Ángeles soltó un suspiro de alivio. Cuando estuvo a punto de bajarse de la cama, una oleada de dolor desgarrador la invadió de repente.
Era un dolor que le atravesaba los huesos, que le golpeaba el alma, como si incontables cuchillas afiladas cortaran su cuerpo por dentro sin piedad, cada latido del corazón iba acompañado de un lamento doloroso e insoportable.
Sin embargo, al pensar que pronto se alejaría de Gonzalo, apretó los dientes y, apoyándose en el borde de la cama, logró ponerse de pie.
Con mucha dificultad se cambió de ropa, tomó la carta de rompimiento de relaciones que llevaba consigo desde hacía mucho tiempo. Paso a paso se dirigió a la habitación de Daniela.
Dentro, Gonzalo observaba fijamente a Daniela, quien dormía profundamente, sin notar la llegada de Ángeles.
No fue hasta que la carta apareció frente a él que reaccionó.
Al ver el contenido, su expresión se oscureció.
Preguntó en voz baja: —¿Qué significa esto? ¿De verdad quieres cortar todo lazo conmigo? Ya te dije que entre nosotros no hay ninguna posibilidad. ¿Por qué insistes en esa idea?
El dolor hacía sudar la frente de Ángeles, pero, con obstinación, respondió: —Esto es lo que me prometiste.
Gonzalo, al ver el rostro pálido de Ángeles, de pronto sintió una irritación.
Después de un largo silencio, tomó la hoja y el bolígrafo de Ángeles y firmó su nombre en la carta.
Cuando Ángeles la tuvo en sus manos, por fin pudo respirar tranquila. Se dio la vuelta y se marchó, cojeando.
Gonzalo frunció el ceño y preguntó: —Acabas de salir de una operación. Estás muy débil. ¿Por qué no descansas con la bata del hospital? ¿A dónde vas con esa ropa tuya?
La garganta de Ángeles estaba reseca, y su figura delgada parecía a punto de desplomarse en cualquier momento.
—El hospital está demasiado sofocante, voy a dar un paseo.
Gonzalo la miró alejarse y, de manera inusual, le dijo con preocupación: —Hay viento fuerte afuera, regresa pronto.
Ángeles respondió, pero solo en su corazón murmuró:
"Gonzalo, ya no volveré."
Después de recoger su equipaje, con el cuerpo lleno de heridas, se subió al avión rumbo a Ciudad del Viento.
El sol iluminaba su delgada silueta cuando, al final, Ángeles miró hacia atrás para contemplar por última vez aquella ciudad.
—Adiós, lugar donde viví doce años. Adiós, Gonzalo.