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Capítulo 5

Después de descansar varios días, Bianca finalmente pudo salir del hospital. No le gustaba ese olor a desinfectante que impregnaba todo el hospital. Alicia tuvo que salir de viaje por trabajo y envió a un chófer a recogerla. Bianca, arrastrándose con debilidad, regresó al apartamento que había comprado antes de casarse; no era muy grande, pero cada rincón le pertenecía, y eso le daba una profunda sensación de seguridad. Siempre había alguien que se encargaba de la limpieza, por lo que todo el lugar se mantenía impecable y acogedor; incluso las flores sobre la mesa estaban recién colocadas. El apartamento se encontraba en la zona más próspera de la ciudad, donde cada metro cuadrado valía una fortuna. Desde el balcón se apreciaba vista privilegiada: el incesante flujo de automóviles en la avenida, y, al levantar la mirada, se veía el edificio de más de ochenta pisos de la Corporación Altamira, erguido como un gigante en el corazón mismo de la ciudad. Antes de casarse, a Bianca le encantaba pararse allí a contemplar, como si quisiera ver a través de ese rascacielos, solo porque allí había alguien que ocupaba sus pensamientos. Pero en ese instante, su mirada fría y distante se cubría de escarcha: todo se había convertido en humo del pasado. Retrocedió en silencio al interior y corrió las cortinas. Aún sentía punzadas en el bajo vientre, como si ese dolor mudo le recordara la pequeña vida que había perdido. Respiró hondo, sacudió la cabeza, intentando disipar esa amargura que la envolvía. No tenía tiempo para hundirse en la tristeza; tenía asuntos mucho más importantes que atender. Encendió su portátil, que llevaba mucho tiempo sin usar. La pantalla se iluminó y, como esperaba, en su bandeja de entrada descansaba un correo sin leer, marcado con una estrella. Lo abrió, lo leyó rápidamente, y su mirada se volvió cada vez más fría. Luego escribió una sola frase en el teclado. —Entonces, procedan según lo planeado. ¡Enviar! Cerró el ordenador. Todo lo hizo de un solo impulso, como si la Bianca débil de hace un momento hubiera desaparecido por completo. Sacó las medicinas que le había recetado el médico y, con un sorbo de agua tibia, se las tragó. El sabor amargo se extendió por su lengua, pero era como si no lo sintiera. El cansancio físico la envolvió como una marea; se dejó caer sobre la cama y se quedó profundamente dormida... Al atardecer, en la oficina del presidente de la Corporación Altamira. Pablo llamó a la puerta y entró para informar. —Jefe, la señora Bianca fue dada de alta hoy. No volvió a Villas de los Naranjos. Se mudó a un apartamento a su nombre. David estaba revisando documentos. Al escuchar eso, la punta de su bolígrafo se detuvo un instante, solo un instante. —Hmm. Su voz no revelaba ninguna emoción. Alzó la mirada; sus ojos eran profundos, como tinta que no se disuelve. —Dónde viva ella no tiene nada que ver conmigo. En realidad, nunca habían vivido juntos; apenas se veían una o dos veces al mes. Pablo no se atrevió a responder. Sintió como si la temperatura del ambiente hubiera descendido algunos grados más. David arrojó los documentos firmados a un lado, con un tono tan frío como si hablara del clima. —Envíale el acuerdo de divorcio y haz que lo firme cuanto antes. —Sí, jefe —respondió Pablo, suspirando en silencio por aquella mujer que nunca había recibido la atención de David. El matrimonio de esa pareja parecía realmente llegar a su fin. David volvió a bajar la mirada hacia la pantalla, observando las cifras que parpadeaban, como si lo que acababa de discutir no fuera más que un contrato sin importancia. Sin embargo, la mano con la que sujetaba la pluma se había puesto ligeramente blanca. En ese momento, Sandra entró en la oficina. Pablo tomó el acuerdo de divorcio y se apresuró a salir. Sandra estaba radiante ese día; cada uno de sus movimientos desprendía feminidad. Estaba de excelente humor. No esperaba que la paciente del Hospital Central de la Ciudad fuera Bianca, y aún menos, que estuviera hospitalizada por un aborto espontáneo. La esposa de otro hombre no suele sufrir un aborto con tanta facilidad. Esa mujer tenía muy mala suerte: recién embarazada y ya había perdido al bebé. Qué interesante. ¡Más dramático que una telenovela! Sin el niño, Bianca nunca volvería a tener un lugar al lado de David. Y lo mejor de todo era que David parecía no saberlo todavía. Eso le daba a Sandra una oportunidad para brillar. David levantó la mirada; en sus ojos apareció, sin darse cuenta, un toque de ternura. —¿Qué haces aquí? —Por supuesto que vine a cenar contigo. Aprovechando que tengo tiempo libre, quiero acompañarte más. La próxima semana competiré por un papel en una serie muy famosa. Estoy feliz. Sandra sonreía ampliamente, incapaz de ocultar la emoción en su cara. David, al verla tan contenta, dibujó también una ligera sonrisa en sus labios. —Si ha captado tu atención, no puede ser una obra cualquiera. Sandra reveló la respuesta con entusiasmo, rebosante de orgullo. —La Sepultura de la Flor Blanca, ¿la conoces? Es una novela muy popular ahora mismo, con millones de fans. Se dice que costó millones de dólares obtener los derechos. Las cinco actrices más votadas por el público competirán por el papel principal femenino. Estoy en la lista, en el segundo lugar. David, por supuesto, conocía esa obra literaria. Era un gran acontecimiento en el mundo editorial. Por eso había permitido que Estrella Media pagara millones por los derechos. Sandra era la actriz estrella de Estrella Media, y apenas el mes pasado él había iniciado el proceso para adquirir la compañía. Normalmente no se involucraba en el mundo del entretenimiento, pero para asegurar la carrera de Sandra, no dudó en invertir sumas astronómicas. Sandra aún no sabía nada de eso; él quería darle la sorpresa más adelante y darle Estrella Media como obsequio. David asintió, tomando su delicada mano. —Muy bien. Con tu talento, deberías estar en primer lugar. Sandra se sentó sobre sus piernas, rodeándole el cuello con sus brazos y, con tono coqueto, dijo: —David, es tan bueno tenerte. Desde que te conocí, todo en mi vida ha ido bien. Sé que siempre estás apoyándome. Gracias por impulsar mi carrera. David pellizcó cariñosamente su mejilla. —Mientras tú seas feliz, yo lo soy. Cuatro años atrás, en Bahía de la Bruma, en la Federación del Sol, si no fuera porque ella lo había salvado, él ya habría perecido en el mar. Creía que ella merecía todo lo mejor que el mundo pudiera ofrecerle, incluido su amor. Sandra apoyó su frente contra la suya, acercándose lentamente para darle un dulce beso. El aliento cálido de David se posó sobre su cara; él no mostró intención alguna de apartarse. De repente, sonó el teléfono, y Sandra arrugó la frente. David sonrió y contestó. La voz emocionada de Gustavo se escuchó al otro lado de la línea. —David, ¡Javier López ha regresado! Al parecer esta noche está ofreciendo una cena para un invitado misterioso en el Club Horizonte. ¿Crees que ese invitado podría ser Lilia? David quedó atónito un instante y luego sus ojos brillaron. —Voy para allá ahora. Colgó y reflexionó unos segundos. Javier era el heredero de un poderoso consorcio de la Federación del Sol, y también el fundador de la Cumbre Mundial de Medicina. Cuatro años atrás, se habían encontrado una vez allí. La noticia de que Lilia asistiría al evento acababa de publicarse, y él había llegado en secreto a Venturis. ¿Por qué había elegido Venturis? Tenía que averiguarlo. Fuera como fuese, debía asegurar la cooperación entre Lilia y la Corporación Altamira. Sandra lo miró con curiosidad. —David, ¿pasa algo? David acarició suavemente su cabello. —Nada especial. Vamos a comer algo rico. Tomó su chaqueta, la llevó de la mano y salieron de la oficina. ... —¡Ding dong, ding dong! —El timbre sonó de repente, rompiendo el silencio del apartamento. Bianca se despertó con el sonido del timbre. Calzándose las pantuflas, caminó lentamente hacia la puerta y giró suavemente el picaporte. ¡La puerta se abrió! Y allí, de pie al otro lado, había un hombre. Un rostro familiar y apuesto, en el que el tiempo había dejado un toque de madurez y sobriedad.

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