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Capítulo 2

Estábamos en el bar del salón privado, esperando más instrucciones. No se suponía que esto fuera así. No debería estar aquí. Debía estar en el primer salón bailando con las otras chicas. Miré alrededor y observé mi nuevo entorno. Había estado trabajando en este lugar por seis meses, pero nunca había estado en ese piso, excepto la vez en la que Cristian me trajo. Estaba estrictamente prohibido y bien protegido por una razón. El segundo piso era donde se realizaban todas las reuniones de negocios. Mientras caminaba hacia el salón privado, pude ver muchos rostros diferentes, incluso los de hombres protegidos totalmente con armas. Había diferentes salones privados y diferente personal de atención. Era como estar en un club totalmente diferente. —Cálmate, estás temblando —se rio Esperanza y acarició mis rizos con sus dedos. Solo cuando lo dijo, me di cuenta de que mis piernas estaban temblando. Tomé una profunda respiración para poder controlarme. No sabía si estaba asustada porque estaba a punto de ver al mismo hombre que había intentado evitar con todas mis fuerzas o porque estaba rodeada de un montón de poderosos y peligrosos hombres en una sola habitación. —Solo entrega las bebidas y los aperitivos. Es todo. No tenemos que bailar ni hacer nada de eso. Es tan simple como eso —intentó tranquilizarme Laura, pero solo consiguió asustarme incluso más. —Todo lo que escuchas en esa habitación se queda dentro de la habitación. Cuando alguien dice o hace algo inapropiado, dejas que la seguridad se encargue —indicó ella. «Todo lo que escuchas en esa habitación se queda dentro de la habitación». Esa frase me resultaba familiar. Y con Cristian pude entender cómo es que funcionaba en realidad. Estos hombres no eran empresarios normales, sino que trabajaban para la mafia. Muy en el fondo, sabía que, si hacía un mal movimiento, tiraba una bebida o hacía cualquier cosa remotamente estúpida (lo cual era algo que me sucedía a menudo), sería lo mismo que pedir un deseo de muerte. —Es dinero fácil y ni siquiera tenemos que hacer mucho. Solo respira y relájate, ardilla —me pidió Laura. Bien, trabajo fácil. Qué podría salir mal. Todo lo que tenía que hacer era asegurarme de no tirar nada. —Vamos, chicas, avancen —dijo de repente un hombre. Vestía un traje de calidad y era alto y tonificado. En lugar de verlo a los ojos, mi mirada se plantó en el arma en sus bolsillos y me congelé por un segundo. Por supuesto, tenía un arma. Sabía en lo que me había metido. —Oye, ardilla, ¿no sueles estar abajo? —preguntó y dio un paso hacia delante de mí. Yo nunca había hablado con él antes, pero él sabía quién era. Por supuesto, tenía que saberlo, era su trabajo vigilar a todas las chicas. O quizá sabía quién era porque siempre se mantenía al lado de Cristian y ambos parecían cercanos. Pero, de nuevo, ¿por qué Cristian hablaría de mí? —S... sí —dije apenas en un susurro. Él me dio una cálida sonrisa y colocó su mano sobre mi hombro desnudo. —Soy Marcos. No tengas miedo. Estoy aquí para protegerte —dijo y miró hacia su propia arma. Supongo que lo hizo para calmarme, pero eso solo empeoró las cosas. —Te llamas Paz, ¿no? Por el rabillo del ojo, pude ver a diferentes hombres en traje, incluidos los dos hermanos Escobar, Víctor y Jorge, entrar al salón y dirigirse hacia la gran mesa. Por suerte, todavía estábamos detrás de la barra del bar y había un vaso que se interponía entre nosotros, así que no podían vernos. —Sí —respondí y lo miré con ojos suplicantes, como si estuviera rogándole que me sacara de ahí. —Lucas nos dijo que no te tocáramos y que ni respiráramos cerca de ti, pero aun así te trajo hasta aquí... No entiendo la razón, especialmente con esta reunión tan importante en la mira —comentó Marcos confundido. En ese momento, yo estaba tan confundida como él porque me estaba preguntando por qué Lucas les había dado esas instrucciones. Sin embargo, antes de que pudiera preguntar nada, Laura ya había intervenido en nuestra conversación. —Lucas tuvo que irse a último momento. Fue Víctor quien se encargó de todo —explicó ella. —Ah, tiene sentido —respondió él riendo entre dientes mientras me miraba de arriba abajo por última vez. —Muy bien, entonces. Tiempo de trabajar, señoritas —gritó un hombre y nos entregó las bandejas. Por desgracia, a mí me tocó la que tenía el champán. Confundida, caminé después de las otras chicas y seguí su ejemplo. No tenía instrucciones, nada. Era como si esperaran que supiera lo que tenía que hacer. —Solo haz lo que yo hago —me susurró Esperanza al oído y me detuvo con la mano para evitar que siguiera caminando. Todas nos detuvimos en línea y yo imité su postura, intentando mantener el equilibrio de las bebidas en la bandeja sobre mis manos. No sabía dónde mirar y observé torpemente alrededor hasta que mis ojos vieron a Cristian entrar al último. A su lado estaba Marcos, quien siempre permanecía con él como su mano derecha, como nos gustaba llamarlo, y el primo Javier. A diferencia de Cristian, Javier era conocido por ser una persona cálida que siempre sonreía a todos los que pasaban por su lado. Su presencia y la de Marcos calmaron mis nervios. Cristian tenía una imponente presencia y, en el momento en que se sentó, el salón permaneció en silencio. Incluso si no supiera quién era, habría adivinado qué tipo de estatus tenía solo por su presencia. Estaría mintiendo si dijera que el chico no era atractivo, pues en realidad parecía un dios andante. Sus hermosos ojos almendrados color avellana combinaban con su piel de tez ligeramente aceitunada. Su perfecto cabello castaño oscuro combinaba con sus cejas gruesas y perfectamente formadas. Incluso con el traje que usaba, podía ver lo notificado que era. —No mires al jefe, ¿estás loca? —susurró Esperanza en mi oído, lo que me hizo bajar la mirada en un instante. «¿En qué estaba pensando? ¿Me vio?», me pregunté. —¿No deberían tus hermanos dirigir esta reunión? Estoy seguro de que Lucas no está tan loco como para permitir que un chico de veintitrés años dirija una reunión de negocios —dijo uno de los hombres riendo y codeó a los demás asistentes, pero nadie más se rio; en cambio, miraron al joven líder, asustados de conocer su reacción. A él no le gustaba pasar vergüenza. Era algo de lo que me había dado cuenta el día en que me había dominado en el escritorio de su oficina. Le gustaba tener el control y no se atrevería a perderlo. Esas eran las mismas palabras que las chicas siempre decían cuando hablaban entusiasmadas de él. Todos lo miraron esperando conocer su reacción, pero, para sorpresa de todos, solo se rio y levantó la cabeza. —Soy el heredero, no mis hermanos, así que dirijo las reuniones de negocios —dijo solamente y prosiguió a hablar del negocio. Todos los términos que usaron fueron demasiado confusos para mí, así que los ignoré mientras me preguntaba cuánto más esperaban que sostuviera la bandeja como si fuera una especie de muñeca de porcelana. Lo único en lo que me concentré fue en no prestarle atención a Cristian, pero era difícil de lograr, puesto que él era quien dirigía la reunión. Sentí que mis piernas estaban a punto de rendirse, así que di mi mayor esfuerzo para equilibrar la bandeja mientras intentaba prestar atención a cualquier cosa. Durante los últimos minutos, había hecho de todo, desde contar fichas hasta los segundos del reloj. —Terminará pronto —se rio Esperanza en mi oído para calmar mi nerviosismo. En todo caso, ella sabía cuán mala era para quedarme quieta. Era algo para lo que no estaba hecha. —Denle algo de beber a estos hombres —ordenó de repente Jorge, dirigiéndonos con su mano hacia los hombres en la mesa. Laura, que estaba al otro lado de mí, me dio un pequeño empujón para que no perdiera el equilibrio. —Esta es tu señal. Eres la que tiene las bebidas —me dijo.

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