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Capítulo 8

Después de sentirme emocionalmente en piloto automático por varias horas, decidí llamar a mi médico para programar una cita el mismo día. Lo más difícil sería realizarme otra prueba de embarazo para confirmarlo. Escuchar que el bebé era del tamaño de un arándano fue suficiente razón para mí para ignorar al médico durante el resto de la ecografía. Cuando era más joven, había soñado con este momento y deseaba que fuera uno muy feliz, pero ahora sentía todo lo contrario. No sabía cómo pedir una derivación hacia la clínica de ab*rto, pero al final lo conseguí. Si quería deshacerme del bebé ahora, no debería apegarme a la idea de que tenía un ser vivo en mi vientre. Sí, eso era lo que iba a hacer. Debía seguir con mi vida y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Después de deshacerme del bebé, todo volvería a la normalidad. No había razón para seguir estresándome, así que volví al trabajo como siempre. Sin embargo, en el fondo, no quería un ab*rto. Quería criar a mi hijo y tener algo totalmente mío que pudiera amar y atesorar. A pesar de haberlo hecho antes, ahora la idea de hacer estriptis teniendo algo vivo en mi interior me enfermaba y definitivamente era algo que ya no quería. —Víctor —lo llamé antes de que cerrara la puerta de su oficina. Él volteó y frunció el ceño al verme. Esbozó una gran sonrisa en el rostro, probablemente feliz porque era la primera vez que me acercaba a él en toda la mitad del año desde que había entrado a trabajar ahí y no al revés, como era lo usual. —¿Crees que puedas programarme para trabajar detrás del bar hoy? —le pregunté. Él me jaló hacia la oficina con la mano y cerró la puerta. Justo como el día anterior, colocó su mano sobre mi frente, intentando descubrir algo. —¿Te enfermaste de nuevo? —me preguntó. —No, es decir, sí, quizás un poco, pero aún puedo trabajar, solo que no puedo bailar —me excusé con prontitud. No era técnicamente una mentira, pero estaba lejos de la verdad. Él tomó un mapa y con rapidez lo hojeó antes de volverlo a cerrar y tirarlo sobre su escritorio. —Sabes qué, hablaré con mi hermano. Adelante —respondió y me sentí culpable. Jorge era una persona difícil con la que hablar y tomaba todo con mucha seriedad. Por eso, había ido con Víctor primero, pero él estaba dispuesto incluso a ir más lejos por mí y hablar con su hermano. —¿Estás seguro? Porque si no puedo, está bien —le comenté, intentando mostrarme amable. Esperaba que él ignorara mis palabras, lo que por fortuna hizo. —Sí, adelante, está bien —me respondió. No me quedaría a escucharlo una tercera vez. Volteé con prisa para irme, pero en el proceso me choqué contra un cuerpo tan duro como la piedra y sabía exactamente a quién le pertenecía. —¿Es este algún tipo de hábito tuyo? —. Escuché la voz de Cristian en cuanto me empujaba con suavidad. —Lo... lo siento mucho —tartamudeé, manteniendo la cabeza gacha como siempre. —Ahora que estás aquí, te aviso de una vez. Ardilla trabajará detrás del bar hoy. Todavía está enferma —le dijo Víctor a su hermano menor. Para él, seguramente fue un alivio el que no tuviera que hablar con Jorge, pero, para mí, fue terrible. —Mírame —me ordenó Cristian, de la misma manera demandante de siempre. Yo obedecí. Me miró a los ojos y caminó alrededor de mí mientras yo intentaba mantener la calma con todas mis fuerzas. —Todavía te ves como la mi*rda —concluyó él. «Sí, luzco así, pero es porque llevo a tu bebé en mi interior», pensé. —¿Entonces está bien? —preguntó Víctor para reconfirmar. A veces me sorprendía ver cuán respetuoso era con Cristian pese a ser mayor que él. Sin embargo, Lucas siempre había dejado en claro que, si él no estaba cerca, su hijo menor era el que quedaba a cargo, luego Jorge y al final Víctor. —Por mí puedes pedirles a las chicas que bailen alrededor de una fogata. No me interesa. Haz lo que tengas que hacer —respondió encogiéndose de hombros con indiferencia. Entregó un archivo en las manos de su hermano. «¿Eso era lo que iba a decir si le decía que estaba embarazada? Tú y tu bebé pueden bailar alrededor de una fogata». —Solo vine a darte esto —dijo y gentilmente colocó una mano en mi espalda. Yo me congelé por un segundo y lo miré confundida por su acción. —Te llevaré al bar, vamos —me dijo. No me negué ni lo empujé en cuanto él me llevaba por el pasillo que dirigía al club. El recinto estaba cerrado aún, por lo que todas las chicas voltearon a verme para regalarme una mirada maliciosa. Por lo general, no me importaba porque Laura y Esperanza me protegían, pero hoy era su día libre. —¡Fabricio! —llamó Cristian y abrió la puerta de la gran cocina. Solo había estado ahí una vez y fue cuando empecé a trabajar ahí. Lo recordaba como si fuera ayer: Lucas intentando convencerme, diciéndome que creía que me sentiría más cómoda como bartender, pero como hacer estriptis me daba más dinero, en ese momento lo tomé como mejor opción. En el momento en que él entró, todo el personal se detuvo de hacer lo que estaba haciendo y se alineó perfectamente como perros obedientes mientras Cristian se reía, quizá pensando que era tan incómodo como yo creía. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó el hombre que justo aparecía mientras me miraba de arriba hacia abajo. —Esta es Paz. Ayudará aquí de manera temporal. Cuida de ella, no la hagas lavar los platos, no le des ninguna tarea complicada y sé amable. Si escucho una sola queja, estás despedido —dijo entonces y todos asintieron a la vez antes de volver a sus quehaceres. Fabricio, sin embargo, se quedó en pie frente a mí. Cristian había dicho «temporalmente» cuando en verdad yo solo había solicitado un día porque tenía miedo de que se negaran. Pero ahí estaba él, haciendo todo por mí. La único que me gustaría que hiciera sería llamarme por mi nombre. Era algo que no escuchaba muy a menudo a excepción de cuando Lucas estaba por ahí. —Así que nos encontramos de nuevo —me saludó Fabricio con un apretón de manos. —No te preocupes. Cuidaré bien de ella —agregó. —Más te vale —contestó Cristian y se dio la vuelta. Colocó ambas manos sobre mis hombros y me miró fijo. —No eres una buena oyente, ¿no es así? Te pedí que te quedaras en casa —me regañó con un tono irritado y me dejó ir antes de seguir su camino hacia la salida. —Bien, te mostraré lo que puedes hacer —dijo entonces Fabricio dando una palmada. Empezó a darme instrucciones. Lo único que tuve que hacer durante la noche fue cortar limones y algunas otras frutas. No era nada especial y era extremadamente aburrido, pero al menos me pagaban. Quizá no iba a recibir las propinas a las que estaba acostumbrada, pero al menos podría pagar mi alquiler. Ya había pasado bastante tiempo y mis brazos habían empezado a cansarse. Sin embargo, lo último que podía hacer era quejarme. Ni siquiera se suponía que debía estar ahí, así que no tenía derecho a quejarme. —Ardilla, ya puedes irte —me dijo Fabricio, lo cual me sorprendió tanto que tiré el cuchillo por casualidad. Me di la vuelta. «¿Ya puedo irme?». Faltaban al menos tres horas para mi horario de salida. —Órdenes del jefe —dijo entonces cuando vio mi mirada de sorpresa. Todo lo que pude hacer fue asentir con torpeza. Tomé todas mis cosas y caminé hacia la puerta trasera. Salir temprano no era una gran ventaja teniendo en cuenta que ya había programado mi Uber para otro horario. —¿Paz? —me llamó por mi nombre un hombre al lado de un auto y yo retrocedí. Incluso si estaba oscuro, no me fue difícil reconocer quién era. Solía trabajar para los hermanos Escobar como su chofer. —¿Sí? —pregunté. —El jefe me pidió que me asegurara de que volvieras a casa a salvo. Vamos —me dijo y mantuvo la puerta abierta. Obtener transporte gratuito hacia mi casa y no tener que pagar por un Uber no era algo que tenían que pedirme dos veces, así que entré en seguida. Aun así, no pude evitar preguntarme. «¿Por qué?» «¿Por qué cuida tanto de mí?» Miré mi vientre plano y pensé sobre cómo podría ser mi vida. ¿Acaso lo había juzgado mal? ¿Si le dijera la verdad, asumiría su responsabilidad y me ayudaría a criar a nuestro hijo? No, claro que no, por supuesto que no lo haría. Ya me había dicho que me estaba cuidando porque Lucas se lo había ordenado. Ya me había dicho que cuidaba del bienestar de todos sus empleados y yo definitivamente no era un caso especial. No había forma de que me aceptara a mí o a mi bebé. Él venía de una familia rica con lazos con la mafia y alguien como yo no encajaría para nada en esa imagen. Además, ni siquiera me sentiría segura trayendo a un niño a la vida. Debía ignorar como fuera cualquier loca idea que me estaba llegando de pronto a la cabeza. Mi vida no era un cuento de hadas. ¿Qué pasaría si tuviera al bebé y Cristian me ordenara de repente que se lo entregara de la misma manera que le gustaba ordenar a todos a su alrededor? ¿Podría llegar a ganar un caso judicial como ese? Sentí un ligero mareo en mi cabeza y cerré los ojos de inmediato, esperando que mis síntomas se esfumaran. —¿Está bien, señorita? —me preguntó el hombre detrás del volante y yo solo asentí con la cabeza. Si iba a tener a ese bebé, le daría una vida que mereciera con o sin su padre. Si iba a tener a ese bebé, lo haría por mi cuenta, de tal manera que nadie podría quitármelo.

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