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Capítulo 7

—¿Magdalena, casi matas a Ximena y aún tienes el descaro de dormir? Ella levantó la cabeza con dificultad y vio que los ojos de Gustavo estaban inyectados en sangre. A su lado, Raquel bajaba la cabeza, sollozando sin cesar. —Magda... —la voz de Raquel era entrecortada, y las lágrimas caían en silencio—. A Ximena no le queda mucho tiempo, ¿por qué no puedes dejarla en paz? Ya no discutimos lo de la fiesta de despedida, pero esta vez... ¡esta vez querías matarla! Magdalena apretó fuertemente la sábana, incapaz de seguir soportando la falsa apariencia de Raquel. Se sostuvo como pudo y dijo: —La maldición de la fiesta de despedida no la puse yo, tampoco fui yo quien la empujó por el acantilado. Tú permitiste que Ximena me tendiera una trampa una y otra vez, ¿no temes sufrir las consecuencias? —¡Paf! Una cachetada resonó fuerte en su cara. Magdalena retrocedió medio paso tambaleándose y sangre apareció en la comisura de su boca. —¡Desgraciada! —Gustavo temblaba de rabia—. ¡Lucía también era así en su época, siempre echándole la culpa a los demás! Y ahora tú eres igual... —¡Gustavo, cálmate! —Raquel acarició suavemente la espalda de Gustavo—. La culpa es mía, yo no he educado bien a Magda... —¡No es asunto tuyo! —Gustavo la interrumpió bruscamente, con la mirada fija en Magdalena—. Si eres tan capaz, desde hoy, ya no eres mi hija. Tras decir esto, Gustavo salió dando un portazo, llevándose a Raquel consigo. Al mismo tiempo, un rayo cruzó el cielo y la lluvia torrencial cayó con fuerza. Magdalena cayó al suelo sin fuerzas, se acurrucó y hundió la cara en las rodillas, mientras las lágrimas corrían en silencio. En su confusión, las palabras de Lucía en su lecho de muerte volvieron a resonar en sus oídos. En aquel momento, la mano huesuda de Lucía la sostuvo con fuerza; su voz era débil pero el tono muy claro. —Magda, debes seguir adelante... Yo te miraré desde el cielo... Durante todos estos años, Magdalena se había obligado a comer bien y a dormir a tiempo. Solo quería que Lucía, allá en el cielo, viera que incluso sin el amor de Gustavo, ella podía vivir bien. ¿Pero ahora? —Mamá... —murmuró Magdalena, mientras las lágrimas empapaban la tela junto a sus rodillas—. Seguro que ahora te he decepcionado mucho... La lluvia seguía azotando sin piedad tras la ventana. Así, Magdalena se abrazó a sí misma y se quedó dormida entre lágrimas. ... Cuando Magdalena despertó, descubrió que en algún momento la habían trasladado al sofá del salón. El fuego chisporroteaba en la chimenea. Baltazar estaba sentado junto a ella, sujetando un cigarrillo, y el humo pálido se enroscaba entre sus manos. —Baltazar... —lo llamó débilmente, sintiendo la garganta tan reseca que dolía. Él se volvió al oírla, y aquellos ojos que alguna vez habían sido amables, ahora solo reflejaban frialdad. —¿Ya despertaste? —¿Por qué estoy aquí? —Magdalena intentó incorporarse, pero descubrió que no tenía fuerzas en el cuerpo. Baltazar no respondió a su pregunta, solo dijo con indiferencia: —Ayer iba a buscarte, pero de repente se incendió la exposición de Ximena. Todas sus pinturas se perdieron, no se pudo salvar ni una sola. El corazón de Magdalena se hundió de golpe. Comprendió la insinuación de Baltazar y se apresuró a defenderse: —No fui yo quien provocó el incendio, yo no hice nada de todo esto, puedes investigar si quieres... —Magdalena —la interrumpió suavemente, pero su mirada le resultó tan extraña que le hizo temblar el corazón—. El mayor sueño de Ximena siempre fue ser pintora. Esas pinturas eran lo más importante de su vida. Ella jamás destruiría con sus propias manos el fruto de su trabajo. Las manos de Magdalena comenzaron a temblar. —¿Qué es lo que quieres decir? —No le conté a tu padre ni a Ximena lo del incendio —Baltazar se puso de pie y la miró desde lo alto—. Pero esto no puede quedar así. —Tú también deberías saber qué se siente cuando lo que más valoras es destruido. Fue entonces cuando Magdalena se dio cuenta de que Baltazar sostenía el muñeco que Lucía le había hecho en vida. —Sé que esto es lo que más valoras —sus dedos se cerraron poco a poco, deformando el muñeco entre sus manos—. Si lo destruyo, ¿también te dolerá como si te arrancaran el alma? —¡No! —Magdalena casi rodó fuera del sofá, tropezando mientras se lanzaba hacia él. Ese muñeco se lo había hecho Lucía cuando ella tenía diez años, cosiéndolo punto por punto pese a su enfermedad. Por entonces, Lucía estaba tan débil que apenas podía sostener la aguja, pero insistió en terminarlo, y antes de morir, lo puso en sus manos y le dijo con ternura: —Magda, ya no podré acompañarte, pero cuando me extrañes, mira este muñeco... Después, Magdalena había cosido en secreto las cenizas de Lucía dentro del muñeco, y todas las noches lo abrazaba para dormir, superando así muchos momentos difíciles. Y ahora, ¡Baltazar pretendía destruirlo! —Te lo advertí, cuando Ximena se fuera, todo volvería a ser como antes. —Pero tú no supiste obedecer. Al terminar de hablar, Baltazar alzó la mano y arrojó el muñeco al fuego encendido de la chimenea. —¡No! —Magdalena lanzó un grito desgarrador y, sin pensarlo, se abalanzó hacia la chimenea. Las llamas ardientes le quemaron los brazos, pero ella parecía no sentir dolor alguno mientras luchaba por rescatar el muñeco, ya quemado, de entre el fuego. Ella abrazó con fuerza el muñeco destrozado, temblando, mientras gruesas lágrimas caían sobre la tela chamuscada. Detrás de ella se escucharon pasos. Baltazar pasó junto a ella y salió del salón. ... Magdalena lloró toda la noche abrazando el muñeco. Al amanecer, salió de la villa con el muñeco destrozado en brazos y arrastrando una maleta. En el camino hacia la puerta principal, la silla de ruedas de Ximena apareció repentinamente bloqueándole el paso. —Hazte a un lado —la voz de Magdalena era ronca. —Magdalena, ¿por qué estás tan agresiva? — Ximena rio levemente—. Esta vez que te vas, tal vez no volvamos a vernos. Al fin y al cabo, para papá y Baltazar ya eres la mala, no dejarán que regreses al país. —¿De verdad? Mejor así —Magdalena levantó la mirada con frialdad—. Además, tú también pronto morirás, así que efectivamente no nos volveremos a ver. Al oír esto, Ximena soltó una carcajada. —¿Magdalena, de verdad crees que tengo una enfermedad terminal? —de repente, se levantó de la silla de ruedas y fue acercándose paso a paso—. Eso no fue más que un truco para engañar a Baltazar. Cuando anuncie que fue un error de diagnóstico, ¿adivinas si él se pondrá eufórico? —Ah, y te voy a contar otro secreto —Ximena se acercó a su oído—. En realidad, tu acta de matrimonio con Baltazar es falsa. Yo soy su esposa legítima. Después de decir esto, Ximena intentó descubrir alguna señal de derrumbe en la cara de Magdalena. Pero no fue así. Magdalena apretó con fuerza el asa de la maleta, pero su expresión permaneció serena. —Entonces les deseo felicidad. Dicho esto, siguió caminando hacia la puerta sin mirar atrás. Mientras esperaba un taxi junto a la carretera, el auto negro de Baltazar se detuvo lentamente a su lado. Bajó la ventanilla y le preguntó: —¿Te vas? Magdalena asintió con un "hmm". —Este tiempo, ambos debemos calmarnos — Baltazar habló en tono grave—. Cuando regreses, resolveremos bien todo esto. Magdalena no respondió, subió en silencio al taxi. Mientras veía alejarse el auto de Baltazar, pensó en silencio: "Baltazar, espero que no te arrepientas cuando conozcas la verdad". Cuando el taxi arrancó, Magdalena miró por última vez la villa que albergaba todos sus amores y odios; en sus ojos solo había una calma absoluta. Apartó la mirada y susurró: —Al aeropuerto. Los dos autos se alejaron en direcciones opuestas. Como sus vidas, que desde entonces jamás volverían a cruzarse.

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