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Capítulo 1

La amante del esposo sufrió un accidente y necesitaba con suma urgencia un trasplante de hígado, y la única compatible resultó ser su madre. El día en que Cristian Cárdenas ató a su madre a la mesa de operaciones, Emily León se arrodilló en el suelo, llorando y golpeándose hasta sangrar para suplicarle que no lo hiciera, pero él ordenó que la encerraran en una celda de castigo. Tres días después, la operación resultó exitosa. Cristian, vestido con un traje impecable, se plantó ante ella, su mirada tan sombría como si estuviera viendo a una desconocida: —La operación fue todo un éxito. He enviado gente para que cuide a tu madre. —Estos días me quedaré en el hospital cuidando a Susana. No volveré a casa. Emily miró a ese hombre que antes habría hecho cualquier cosa por ella, y, con todas las lágrimas ya agotadas, no pudo evitar preguntar con voz rota antes de que él se diera la vuelta: —Cristian, tú claramente me amabas tanto, ¿por qué de repente dejaste de hacerlo? Él se detuvo en seco, pero sin voltear la cabeza, respondió: —Solo nos casamos por la alianza de las familias. ¿Cuándo te he amado? Tan pronto la puerta se cerró, Emily se dejó caer sentada al pie de la pared, las lágrimas brotando como un río desbordado. ¿Entonces nunca me amaste? ¿Cómo es posible que nunca me hayas amado? En la vida pasada, él la amó con el alma. Así es, Emily había renacido. En la vida anterior, la familia León y la familia Cárdenas formaron una alianza matrimonial y Emily se casó con Cristian. En aquel entonces, él era amoroso y la mimaba al extremo. Le daba todo lo que ella quería. Si por casualidad mencionaba que le gustaba una joya valorada en varios millones de dólares, al día siguiente la joya aparecía en su tocador. Si ella caía enferma, él pasaba las noches en vela junto a su cama... Pero ella lo despreciaba. Porque a quien realmente amaba era al hombre que creció con ella, Moisés Rojas. Obligada por sus padres a casarse con Cristian, Emily se resistió con todas sus fuerzas a ese matrimonio. No compartía habitación con él, no lo acompañaba a las fiestas, e incluso frecuentaba bares para buscar otros hombres, humillándolo a propósito. Al final, creyó las palabras manipuladoras de Moisés y huyó con él. Pero nunca imaginó... Moisés en verdad no la amaba. La única razón por la que se esforzó tanto en ganarse su corazón era porque la familia Rojas y la familia Cárdenas eran enemigas. Había notado hace tiempo que Cristian sentía algo especial por Emily, así que ideó este plan para manipularlo a través de ella. La secuestró y usó su vida para amenazar de la peor manera a Cristian. —Cristian, mándame cada día uno de tus dedos, si no, la mato. Cristian no dijo nada al respecto, simplemente cada día se cortó un dedo y se lo envió. Al décimo día, cuando el último dedo, aún ensangrentado y con el anillo de bodas, llegó, Emily se derrumbó. No quería que Cristian siguiera siendo tan insensato, por lo tanto, se mordió la lengua y se quitó la vida. Después de morir, su alma flotó en el aire y vio cómo ese siempre orgulloso y contenido Cristian enloqueció al ver su cadáver. Él llegó para vengarla, rompió personalmente cada uno de los huesos de Moisés, y mientras escuchaba los gritos desgarradores del otro, sus ojos desorbitados solo mostraban un vacío mortal. Al final, lo dejó todo: una enorme fortuna, la familia Cárdenas, y se arrojó con el cadáver de ella al fuego. En medio del resplandor de las llamas, la besó con devoción y amor en los labios, susurrando: —Emi, si hay otra vida... ¿podrías amarme al menos una vez? En el instante en que las llamas lo devoraron, el alma de Emily flotaba en el aire, llorando desesperada con un dolor indescriptible. Ella, por fin pudo vislumbrar todo el profundo amor que él había sentido por ella. Cuando abrió los ojos de nuevo, descubrió que había renacido, regresando al primer año de su matrimonio con Cristian. Se llenó de júbilo y sus ojos se inundaron de lágrimas. Esta vez, juró que amaría con el alma a Cristian. Así que borró todos los contactos de Moisés, le preparaba el desayuno a Cristian cada día, lo esperaba ansiosa hasta altas horas de la noche cuando él regresaba del trabajo, y llenaba su corazón y su mirada solo con él. Pero él había cambiado por completo. Ya no era cariñoso con ella, ya no volvía a casa todos los días, no solo era frío y distante, sino que incluso mantenía una amante fuera de casa. Ahora, incluso para salvar la vida de esa amante, había obligado a su madre a subirse a la mesa de operaciones. Después de que Cristian se fue, ella se dejó caer en el suelo frío, con las lágrimas ya agotadas. ¡Bien! Si en esta vida él ya no la amaba, entonces lo dejaría ir, lo dejaría todo para él. Emily se levantó tambaleándose, arrastrando su cuerpo cansado hasta el hospital. Al abrir la puerta, Renata aún seguía dormida; estaba tan pálida que daba miedo de tan solo verla, y su respiración, bajo la mascarilla de oxígeno, era débil pero regular. Se paró enseguida junto a la cama, contemplando el cuerpo frágil envuelto en la bata de paciente, sintiendo que algo le obstruía la garganta. —Emily. Ella se giró con brusquedad y vio a Renzo de pie en la puerta, con aspecto agotado; su chaqueta del traje estaba arrugada, la corbata torcida hacia un lado, claramente recién llegado corriendo del extranjero. —Papá...— La voz de Emily se quebró, sus rodillas cedieron y cayó desconsolada de rodillas al suelo. —Lo siento... Todo esto es por mi culpa... Renzo cruzó la distancia en tres zancadas y la levantó de un tirón: —¡No digas tonterías! El suelo está tan frío, ¡levántate de inmediato! Su palma, áspera pero cálida, temblaba levemente.—No te culpo, ¿cómo podríamos culparte por esto? Emily bajó con tristeza la cabeza, y sus lágrimas desbordadas caían al suelo. Renzo suspiró y le dio unas palmaditas suaves en la espalda: —En aquel entonces, fue Cristian quien quiso casarse contigo. Decía que llevaba años enamorado de ti... Había una gran confusión en su voz.—¿Cómo pudo cambiar así de repente? Sí, todos sabían que él la amaba. Pero en esta vida, ¿por qué había cambiado tanto? —Papá,— Emily inhaló profundo, —ya lo he decidido. Quiero divorciarme de Cristian. —Justo ahora que nuestro negocio también se está trasladando poco a poco al extranjero, entonces... vámonos todos de aquí. Renzo guardó silencio por unos minutos. Su mirada iba de ella a Renata, que yacía en la cama, y después de un rato, por fin habló: —¿En verdad ya no lo amas? Las uñas de Emily se clavaron con rabia en la palma de su mano, la sangre se filtraba entre los dedos, pero ella no sentía dolor alguno. —Después de lo que le hizo a mamá… — Su voz era tan ligera como una hoja caída, temblorosa y quebradiza en el aire.—¿Cómo... podría seguir amándolo? Renzo guardó silencio un momento más, luego soltó un profundo suspiro, como si hubiera tomado una gran decisión: —En ese caso, nos iremos. Le dio unas palmaditas en el hombro.—Ve a hacer los trámites pertinentes. Yo me encargo de esto. Emily, con los ojos enrojecidos, obedeció y salió de la habitación. Los trámites en migraciones fueron muy rápidos, y al salir, la luz del sol era tan intensa que le lastimó los ojos. De pie al borde de la acera, sintió que todo era irreal. Finalmente, todo iba a terminar. De pronto escuchó un frenazo agudo. —¡Cuidado! No tuvo tiempo ni de voltearse cuando una fuerza descomunal la golpeó, lanzándola por los aires. Emily despertó entre un dolor punzante y agudo. En el instante en que abrió los ojos, el rostro severo de Cristian estaba muy cerca. Él la miraba desde arriba, sin ocultar el profundo desprecio en su mirada: —Emily, ¿lo hiciste a propósito? ¿No es así? —¿Viste que Susana se accidentó y tú quieres imitarla?— Sonrió con ironía, su voz impregnada de desprecio.—Te lo repito: solo somos un matrimonio por alianza, entre nosotros no hay una base sentimental. Por mucho que la imites, será en vano. No tengo tiempo para cuidarte. Ella abrió la boca, a punto de explicarse, cuando de repente la puerta de la habitación se abrió. —Jefe Cristian, aquí está el arroz caldoso que pidió.— El asistente con respeto le entregó una caja de comida. Cristian la tomó sin miramientos, levantó la tapa y, al ver el contenido, hizo mala cara de inmediato: —¿Por qué es arroz caldoso de mariscos? Su voz mostraba un desagrado evidente.—Ella es alérgica a los mariscos, ve a comprar otra porción. Esa frase fue como un rayo a la mente de Emily. ¿Alérgica a los mariscos...? En la vida pasada, fue en el segundo año de su matrimonio cuando, tras ingerir por accidente mariscos, casi sufrió un shock anafiláctico, y solo entonces él lo supo. Pero ahora... Solo llevaban un año de casados. Pensó en el extraño comportamiento de él últimamente... Ese distanciamiento repentino, su inexplicable preferencia por Susana, y aquella frase: "¿Cuándo te he amado?" Una idea absurda apareció de pronto en la mente de Emily y todo su cuerpo comenzó a temblar. —Cristian...— Su voz era apenas un ligero susurro, ronca y quebrada.—¿Tú también... renaciste?
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