Capítulo 3
Finalmente, Emily fue obligada a asistir a la subasta.
Ella estaba sentada en la sala de la subasta, rodeada por el constante ir y venir de las ofertas.
Cristian levantaba una y otra vez la paleta con movimientos elegantes y tranquilos; cada vez que aumentaba la oferta, provocaba la admiración de los presentes.
—¡Siete millones de dólares! ¡El jefe Cristian ofrece siete millones de dólares!— gritó el subastador emocionado. —¡Este collar de zafiros es propiedad del jefe Cristian!
Susana se apoyaba glamurosa en el hombro de Cristian, con una sonrisa victoriosa en el rostro: —Cristian, este collar es precioso.
—Mientras te guste,— Cristian le apartó con suavidad un mechón de cabello de la oreja.
—¿El jefe Cristian trata así de bien a su amante? Es demasiado indulgente con ella.— murmuró alguien en la parte trasera del lugar.
—Eso no es nada,— respondió otra voz, —el mes pasado la señorita Susana mencionó que le gustaba esa isla del Pacífico, que vale alrededor catorce millones de dólares, y el jefe Cristian la transfirió a su nombre al día siguiente.
Emily apretó la paleta en su mano con fuerza.
En su vida anterior, Cristian también la había amado con ese mismo extremo cariño.
Pero ahora, esa misma ternura la estaba recibiendo otra mujer.
—Emily,— Susana se acercó de repente, —¿Dime cuál te gusta? Puedo pedirle a Cristian que la compre y te la regale.
Emily negó con frialdad: —No hace falta.
—Entonces mira la siguiente,— insistió Susana, —quizá haya algo por aquí que te guste.
El subastador golpeó con fuerza el martillo: —La siguiente pieza es bastante especial, por favor, disfrútenla, distinguidos invitados.
Tan pronto la pantalla gigante se encendió, toda la sala se llenó de exclamaciones.
En la foto, Susana aparecía completamente desnuda, posando en todo tipo de posturas indecentes.
Las tomas en alta definición revelaban de forma lasciva cada rincón de su intimidad.
—Dios mío, qué piel tan blanca...
—Vaya, esas posturas son muy atrevidas...
—Me pregunto entonces cuánto costaría pasar una noche con ella...
Las palabras obscenas inundaron enseguida la sala. Susana se sorprendió.
—¡Apaguen eso! ¡Apáguenlo ya!— gritó levantándose desesperado, temblando de pies a cabeza. —¡Esa no soy yo! ¡No soy yo!
Furiosa, se volteó hacia Emily, con lágrimas brotando de sus ojos: —¡Emily! ¿Por qué me odias tanto? ¿Tenías que humillarme de esta manera? ¿Quieres matarme?
Dicho esto, se cubrió el rostro y salió corriendo.
Cristian dijo enojado: —Compro todas esas fotos, ¡quítenlas en tres segundos! Si se demoran, haré que esta casa de subastas quiebre.
Su mirada afilada escaneó todo el salón: —Lo que pasó hoy, quien se atreva a divulgarlo, asumirá las consecuencias.
Por último, miró a Emily, su voz tan fría como el hielo: —Y tú, espera y verás.
Emily regresó aturdida a la villa con la mente en blanco y todo el cuerpo helado.
No sabía cómo esas fotos habían aparecido en la subasta.
No le agradaba Susana, sí era orgullosa, pero jamás la humillaría de esa forma.
Además, ella ni siquiera tenía esas fotos.
Pero Cristian no le creería en lo absoluto.
Él sólo pensaría que estaba mintiendo.
Permaneció sentada ansiosa en el sofá toda la noche, esperando hasta el amanecer, cuando la puerta principal fue pateada de forma violenta.
Cristian entró furioso, con los ojos enardecidos: —¡Emily!
Le sujetó la barbilla con tal fuerza que casi le rompió los huesos: —¿¡Sabes que Susana se tiró al mar!?
Su voz era ronca y tenebrosas. —¡Si no hubiera llegado a tiempo, ya estaría muerta!
—No fui yo...— Emily habló con dificultad, —No fui yo quien puso esas fotos...
—¿No fuiste tú?— Él sonrió con sarcasmo y de repente la dejó libre. —¿Quieres decirme que fue ella misma quien publicó esas fotos?
Emily se quedó sin palabras.
Estaba a punto de responder, pero Cristian la interrumpió con frialdad: —Nos casamos solo por un acuerdo. Pero has lastimado una y otra vez a la persona que más amo, por lo tanto, ¡debes pagar un alto precio!
Esa frase fue como un cuchillo clavándose en su corazón.
En su vida pasada, cuando alguien la maltrataba, él también la protegía de esa manera.
En ese entonces, él decía: —¡Quien se atreva a tocar a Emi, quiero a toda su familia enterrada con él!
Pero ahora, la persona a la que él protegía, era otra.
—Emily, ahora mismo, ¡vas a ir al hospital a pedirle disculpas a Susana!
Los ojos de Emily se enrojecieron, pero aun así lo miró con terquedad: —No he hecho nada malo, de verdad no entiendo por qué debo disculparme.
Cristian se burló y chirrió los dedos.
Dos guardaespaldas entraron de inmediato y la sujetaron.
—Llévenla a la sala de descargas eléctricas.— Cristian se marchó sin mirar atrás. —Cuando reconozca su error, la dejan bajar.
¿Sala de descargas eléctricas?
Emily lo miró incrédula.
¿Con tal de que ella le pidiera disculpas a Susana, pensaba someterla a descargas eléctricas?
Antes de que pudiera reaccionar, la arrastraron como un perro al sótano frío y la sujetaron a la cama de descargas.
Los guardaespaldas ataron con fuerzas sus manos y pies, las correas heladas se clavaban en su carne.
Tan pronto los guardaespaldas accionaron el interruptor
—¡Ah!
La corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo; Emily saltó como un pez fuera del agua, sólo para ser contenida de nuevo con brutalidad por las correas.
Se mordió el labio hasta sangrar, el sabor metálico llenó su boca.
—¿Vas a pedir disculpas?— El guardaespaldas pulsó el botón para aumentar la descarga.
Era como si miles de agujas de acero viajaran a gran velocidad por sus venas, desde las puntas de los dedos hasta el corazón. Escuchó un gemido inhumano brotar de su garganta, y sus dientes destrozaron su labio inferior.
Sacudió con rabia la cabeza, el cabello pegado al rostro por el sudor frío.
No había hecho nada malo, ¿por qué debía disculparse?
Otra descarga, esta vez más intensa.
Su visión empezó a nublarse por completo, los músculos se le contraían sin control.
—Ah...
Tercera vez.
Cuarta vez.
Quinta vez.
Décima vez.
—¡Basta... basta...!
Por fin se quebró, llorando de dolor, las lágrimas se mezclaban desbordadas con la sangre y le corrían sin parar por el rostro:
—¡He cometido un error...! ¡Pido disculpas...! ¡Iré a disculparme...!
—¡Pido disculpas!