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Capítulo 4

Tras recibir el alta, Laura regresó a casa y se deshizo de todas las cosas relacionadas con Víctor. Los diarios y cartas de amor escritos en su juventud, las fotos que había guardado en secreto, los regalos que pensaba darle, las sorpresas que había preparado para él... Todo eso era para contárselo algún día, cuando por fin estuvieran juntos, y revelarle su historia de amor secreta. Pero ahora sabía que jamás habría posibilidad entre ellos, y que todo aquello ya no tenía ningún sentido. Tiró todo a la basura y, al darse la vuelta, se topó de frente con Víctor, que acababa de regresar con María. Él echó un vistazo al cubo de la basura y, al volver a mirarla, su expresión seguía siendo igual de fría y distante. María también vio aquellas cosas y, abrazando deliberadamente el brazo de Víctor, sonrió de forma zalamera. —Parece que Laura por fin ha aprendido la lección. Ya no volverá a molestarte. Al fin y al cabo, sigue siendo mi hermana. No deberías tratarla siempre con tanta indiferencia. Víctor miró a Laura con indiferencia: —Siempre soy así de frío con la gente que no me gusta, no puedo fingir una cara amable. Laura escuchó en silencio, sin decir una palabra. Inspiró hondo, tragándose todas las emociones que no podía expresar, y se marchó a su habitación. Al día siguiente era la fiesta de cumpleaños de María. El salón estaba lleno de invitados, todos conversando animadamente. —La fiesta que Víctor ha organizado para su prometida es realmente espectacular. Dicen que todas estas flores han llegado en avión desde Europa y que habrá fuegos artificiales durante tres días y tres noches para celebrarlo. ¡Y el conjunto de joyas que lleva María cuesta decenas de millones de dólares! Dicen que Víctor lo consiguió en una subasta él mismo. —De verdad que Víctor ha hecho de todo para verla feliz. Casarse con él es una bendición para María, y la familia González también saldrá disparada hacia lo más alto. Lástima que aún tengan a Laura en casa. Siempre detrás de Víctor, ¡qué vergüenza! —Eso es, son hermanas, pero Laura no le llega ni a los talones. Ni en belleza ni en carácter, y sigue persiguiendo a Víctor sin dignidad alguna. ¡Hasta la moral parece haberla perdido! Si yo tuviera una hija así, ya la habría echado de casa. Sus padres, en el fondo, son demasiado bondadosos. Laura escuchaba todo aquello con el corazón completamente vacío, como si no le afectara nada. Sentada sola en un rincón, trataba de no llamar la atención de nadie, invisible entre la multitud. A lo lejos, sus padres y Víctor rodeaban a María, pendientes de cada detalle como si fuese el centro del universo. Le acomodaban la falda, le apartaban las copas de vino, le encendían las velas del pastel y le cantaban el cumpleaños con una sonrisa. Al ver aquella escena tan entrañable, Laura recordó cómo, en sus propios cumpleaños, María siempre encontraba una excusa para llevarse a sus padres, dejándola sola en casa para celebrar a solas. Durante los años en que estuvo con Víctor, él le acompañaba a comer pastel y le regalaba detalles. Pensó que nunca volvería a sentirse sola. Pero ese poco de atención y calidez que una vez tuvo, ahora también se lo habían arrebatado. Y ella, por fin, ya no se aferraba a nada. Entre la alegría y la celebración, María cerró los ojos para pedir un deseo, y todos comenzaron a entregarle regalos. Los abría uno a uno, desde bolsos de lujo hasta joyas exquisitas, su sonrisa no se borró ni un momento. Las dos últimas sorpresas eran de sus padres y de Víctor, y causaron un gran revuelo en la sala. —Elena y yo lo hemos pensado mucho y hemos decidido que María será la heredera del Grupo González. ¡Todo será para ella! —Mi regalo para María es el 50% de las acciones del Grupo López y el anillo de bodas familiar. Mi abuela me decía siempre que, quien lleve esta alianza, vivirá para siempre junto a la persona amada. María, eres la única mujer que quiero en mi vida. Gracias por aceptar casarte conmigo. Ante la mirada de todos, Víctor le puso el anillo a María y la abrazó para besarla. El salón estalló en aplausos y vítores, todos felicitándolos efusivamente. Laura, observando desde lejos, sentía el corazón oprimido y asfixiante. Se clavó las uñas en la palma de la mano, deseando marcharse, pero María la llamó en ese instante. —¿Y tu regalo? ¿Cuándo vas a dármelo? Todas las miradas se centraron en Laura. Ella se detuvo, sacó el regalo del bolso y se lo entregó a María. María sonreía mientras abría el regalo, a punto de decir algo. Pero Víctor se quedó inmóvil, con la mirada fija en la mano levantada de Laura. —¿Por qué tienes esa pulsera? Laura levantó la vista, sorprendida, y se encontró con la mirada atónita de Víctor. Instintivamente, se tocó la pulsera. Durante el tiempo en que Víctor estuvo ciego, aunque él no podía verla, Laura seguía arreglándose cuidadosamente para ir a verlo. Siempre llevaba esa pulsera, y cada vez que él le tomaba la mano, notaba las piedras incrustadas y le preguntaba por ellas. Al verla callar, Víctor la tomó del brazo, nervioso. —¿Por qué tienes esta pulsera? ¿Quién eres realmente?

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