Capítulo 5
Ella se sostuvo el vientre con una mano. En el espejo, la joven que la observaba estaba pálida, con los ojos enrojecidos y un aspecto completamente descompuesto.
Guardó silencio durante un largo rato, hasta que finalmente llamó a Paula: —Paula, me surgió un imprevisto... Tal vez no pueda ir...
Pero Paula no la dejó terminar. Del otro lado se escuchaban voces apresuradas y ruidos de fondo: —No pasa nada, Elisa. Alfonso acaba de llegar. Descansa, yo me encargo. Bueno, te dejo, hablamos luego.
Después de eso, solo quedó un prolongado silencio en la línea.
"Así debía ser", pensó Elisa. "Al fin y al cabo, cuando rompieron, ambos tenían sus propias dificultades".
Elisa se limpió los labios y levantó la cabeza. En el espejo, Victoria la miraba con detenimiento: —Señorita Elisa, ¿si está enferma, por qué no descansa como es debido...? ¿Le resulta cómodo usar lo que pertenece a otra persona?
Elisa arrugó suavemente la frente, imaginando que se refería a Alfonso. Pero esa relación era suya, no había intervenido en la de nadie y no pensaba perder el tiempo discutiendo con Victoria.
—¡Elisa, ¿así se comporta una amiga?! ¡Sabías cuánto me gustaba Alfonso, cuánto nos amábamos y aun así aprovechaste la oportunidad para acercarte a él y lo obligaste a casarse contigo usando esa deuda de gratitud como excusa!
—¡Y ahora llevas puesto el vestido y los zapatos grabados con mi nombre! Estás tan desesperada por reemplazarme... ¡Por ser la otra!
Al escucharla, Elisa bajó la mirada instintivamente. En el tacón de los zapatos vio el nombre grabado en letras doradas: "Celeste".
Tenía muchas cosas que quería decir para defenderse, pero las palabras que había preparado en su mente se deshicieron una por una, impotentes.
Al final, solo pudo responder con calma: —Yo no lo hice.
Ella lo sentía así, y no lo había hecho con esa intención. Pero no había nadie ni nada que pudiera probarlo.
Victoria soltó una carcajada. La miraba como se mira a un payaso. Luego, sacó su celular, reproduciendo un audio grabado días atrás.
—Victoria, estos dos años casado con ella... han sido un tormento. Los más dolorosos de mi vida.
Su tono estaba lleno de resignación y melancolía.
Elisa recordó aquellas noches en las que lo veía fumar en silencio, la luz de la luna alargándole la sombra, como si llevara a cuestas el peso del mundo entero.
Ahora entendía que todo aquello era el reflejo de un matrimonio infeliz, una carga que había desgastado la vida de Alfonso.
Pero también había sido lo que destruyó para siempre la felicidad de ella.
Elisa soltó una sonrisa amarga y en ese instante escuchó nuevamente el timbre del celular de Victoria. Ella contestó, activando el altavoz.
—¿Qué pasa? No te preocupes. No me voy a perder. Ya voy de regreso.
—Por cierto, Alfonso... ¿De verdad vas a divorciarte de Elisa?
Elisa se quedó inmóvil. Pero, de algún modo, ya no le dolía el corazón.
Alfonso inhaló profundamente el humo de su cigarrillo. Guardó silencio unos segundos y, finalmente, respondió: —Victoria, dame un poco más de tiempo.
El baño quedó vacío poco después. Elisa permaneció allí, quieta, rodeada por un silencio tan vasto que solo podía escuchar su propia respiración.
"Alfonso temía que Victoria se perdiera. Entonces, con esas advertencias anteriores, ¿por quién me había tomado realmente?"
Se incorporó para salir del baño, pero apenas dio unos pasos por el pasillo cuando alguien la sujetó por detrás, tapándole la boca.
Elisa, instintivamente, se protegió el vientre. Una oscuridad repentina le nubló la vista y perdió el conocimiento.
Cuando volvió en sí, se encontró tendida sobre una cama blanda. El escote de su vestido estaba rasgado, dejando expuesta una gran parte de su piel.
Había sido drogada, pues no tenía fuerza alguna. Frente a ella estaba un hombre, su silueta borrosa, aunque por alguna razón le resultaba familiar.
—¿La señorita todavía se acuerda de mí? —preguntó el hombre, un sujeto obeso que sonreía mostrando los dientes—. Nos vimos en Alemania... Cuando el señor Alfonso y la señorita Victoria estaban en la oficina, nosotros...
Elisa lo recordó. Medio año atrás había viajado a Alemania para buscar a Alfonso, pero le dijeron que él estaba ocupado y la hicieron esperar en otra sala.
"¿Eran Alfonso y Victoria los que estaban en la oficina en ese momento?"
Ya se habían visto desde hace tanto tiempo.
Al ver al hombre abalanzarse sobre ella, Elisa reunió todas sus fuerzas para girar y esquivarlo, cayendo junto con el celular al suelo.
Lo tomó y marcó un número. Una vez. Dos veces. Tres veces... Nadie respondía.
El hombre, tras tambalearse por el empujón, se irguió con furia: —¡Maldita perra! Me empujaste... ¡Ya verás, no podrás levantarte de esa cama después!
El pánico crecía dentro de Elisa, pero sus manos no dejaron de moverse.
Nunca habría imaginado que, en un momento tan desesperado, la única persona a la que podría recurrir fuera Alfonso. Qué triste. Qué irónico.
Y justo cuando el hombre se lanzó sobre ella, la llamada finalmente fue atendida.