Capítulo 116
Sebastián conoció a Andrea cuando ella aún era una niña risueña.
Bajo un sol radiante, con ojos vivaces y un rostro encantador, irradiaba ternura.
En el jardín de hierbas medicinales de su abuelo fue la primera vez que Sebastián, de siete años, la vio.
Ella reía encantadora, corría y parecía interesarse por todo lo que había en el jardín.
Su rostro era puro y luminoso, sin sombra alguna, y cuando sonreía, dos pequeños hoyuelos aparecían en sus sonrojadas mejillas.
Con una libélula de bambú en la mano, saltaba alegremente entre las plantas, hasta que de pronto descubrió que él la seguía.
—¿Quién eres tú? —preguntó, parpadeando una y otra vez; sus grandes ojos brillaban con una hermosura asombrosa.
—Me llamo Sebastián, ¿y tú?
—¿Yo? —alzando la barbilla con un aire de pequeño orgullo, respondió con una sonrisa tan dulce como el azúcar. —Me llamo Andrea, ¡hola!
Él la recordó desde ese momento.
Desde entonces, ella volvía al jardín de hierbas cada verano.
—Sebastián, hoy papá volvió a casti

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