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Capítulo 6

Cuando Jacqueline volvió a abrir los ojos, ya estaba en el hospital. El médico, con expresión de pesar, le dijo: —Señorita Jacqueline, lleva varios días sin comer. Su cuerpo no ha recibido suficiente nutrición, por lo que perdió al bebé. Jacqueline se llevó la mano al vientre. Esa pequeña vida que apenas comenzaba a formarse... ya no estaba. La mujer lloró en silencio. Pensó que quizás el bebé sabía que sus padres estaban por separarse y por eso decidió abandonar este mundo. —Señorita Jacqueline, aún necesita recuperarse. ¿Dónde está su esposo? Lo ideal sería que él la cuidara. Jacqueline, ya más calmada, negó con la cabeza. —No tengo esposo. —Doctor, ¿cuántos días es lo mínimo que puedo quedarme hospitalizada? Quería irse lo antes posible. —Tres días. Jacqueline asintió. Tres días coincidían justo con el día en que Leopoldo iría a buscarla. Era suficiente. Mientras hablaban, la puerta de la habitación se abrió de repente. Mauricio entró con cierta urgencia en la cara. —¿Por qué estás hospitalizada? El guardaespaldas que lo acompañaba iba a responder, pero Jacqueline se adelantó. —Llevaba días sin comer, estaba débil y por eso me desmayé. Rosaura añadió: —Jacqueline, tu infancia tampoco fue entre lujos. ¿Cómo es que ahora tu cuerpo se volvió tan frágil? Mauricio miró el aspecto débil de Jacqueline. El enfado que había acumulado durante esos días se disipó a medias, y su tono se volvió más suave. —¿Desde cuándo te volviste tan terca? Admitir un error no te va a costar la vida. —Si ya te sentías mal desde antes, ¿por qué no me llamaste? —dijo con un dejo de reproche. Jacqueline simplemente lo miró en silencio, con una burla helada en el fondo del corazón. Pensaba que no tenía sentido llamarlo. Durante esos días, él había estado ocupado acompañando a Rosaura... hasta le había prohibido comer solo para desquitarse. Llamarlo no habría hecho más que humillarla, no valía la pena. Pero al pensar que ya se iría pronto, sintió que tampoco era necesario decir nada de eso. Así que inventó una excusa cualquiera. —Estabas ocupado, no quise molestarte. Al escuchar las palabras de Jacqueline, Mauricio sintió una inexplicable culpa en el pecho. Tal vez era porque reconocía que esta vez había ido demasiado lejos. Durante los días siguientes, Mauricio fue al hospital a visitarla. El día del alta, Jacqueline estuvo enviándose mensajes con Leopoldo todo el tiempo. Mauricio recordaba que Jacqueline no era de las que usaban mucho el celular, pero esos días no lo soltaba ni un momento. —Jacqueline, ¿con quién te estás mensajeando? Mauricio hizo el ademán de quitarle el celular para mirar, pero Jacqueline se apartó y dijo: —¿También quieres leer las conversaciones entre mujeres? Al oír eso, Mauricio retiró la mano. —Ya no veas más el celular, ya casi llegamos a casa. —Está bien. Durante esos días, Mauricio había tratado bien a Jacqueline, pero ella sabía que todo era solo producto de su culpa. Después de dejarla en casa, Mauricio se fue. Jacqueline fue al estudio, abrió la caja fuerte y guardó dentro el registro médico del aborto. Luego sacó su cuaderno y escribió al final: [La número cien: perdí a mi hijo]. Al terminar la última frase, Jacqueline cerró el cuaderno. El acuerdo de divorcio, la renuncia laboral, el registro del aborto y el diario con las cien heridas del corazón... Todo eso sería el regalo de aniversario que le dejaría a Mauricio. Después de dejar todo en orden, Jacqueline tomó su maleta, colocó la llave de la casa sobre la mesa del comedor y borró su huella del sistema de la cerradura digital. Eliminó cualquier rastro de sí misma en la villa, hasta dejarla completamente limpia, como si nunca hubiera existido allí.

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