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Capítulo 38

Pero esas palabras, sin duda, habían salido de su boca. Lorena realmente no entendía a ese hombre. Desde hacía unos años, cada vez que hablaban, parecía que estaban en mundos distintos. Él observaba el fuego desde la distancia, sin molestarse en comprender su dolor. Ella, hundida en el fango, se había acostumbrado poco a poco a no esperar que nadie viniera a rescatarla. —¡Duele, duele! ¡Suéltame, suéltame! No podía liberarse; el dolor que recorría todo su cuerpo la hacía sudar frío. Salvador, finalmente, se detuvo. Hundió la cabeza en su cuello con un suspiro ahogado. —Me estás volviendo loco, Lorena... Lorena se sintió un poco mejor, cerró los ojos y evitó mirarlo. Él le acomodó la ropa, la ayudó a incorporarse y no insistió más. Alguien golpeó la ventanilla desde afuera. Salvador la bajó un poco y vio a Daniela de pie junto al auto. La ropa de Daniela aún tenía manchas de café, y su cara reflejaba un disgusto evidente. —Salvador, ¿no ibas a cenar más tarde con la familia Herrera? Lor

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