Capítulo 14
La aparición de Álvaro fue como una piedra enorme arrojada en un lago en calma.
Se volvió omnipresente.
Por la mañana, frente a los edificios de clases, aparecía con los postres que más le gustaban a Sofía, intentando ponérselos en la mano: —Seguro no desayunaste, toma esto...
Fuera de la sala de ensayos esperaba con un ramo de rosas blancas, llamando la atención de los curiosos que pasaban: —Recuerdo que me dijiste que el blanco era el más bonito.
Al anochecer, en el camino al dormitorio, surgía de las sombras para bloquearle el paso, ojos inyectados, voz ronca: —Hablemos cinco minutos, reconozco que me equivoqué.
Y cada vez, la reacción de Sofía era la misma.
Ni siquiera se detenía a mirarlo, y para los regalos que él extendía, solo mostraba indiferencia, esquivándolos en silencio.
Si Álvaro insistía en interponerse, ella respondía con calma:
—No lo necesito.
—Hazte a un lado.
—Me estás molestando.
Una vez, frente a todos, Álvaro intentó sujetarle la muñeca. Ella lo apartó y, con voz

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