Capítulo 28

Aquellas palabras, pronunciadas por un Jesús que alguna vez había sido tan orgulloso y dominante, sonaban absurdas y desgarradoras. Era lo más bajo, lo más humillante que podía imaginar para intentar retenerla. Al oírlas, Cecilia giró lentamente la cabeza, dejando que su mirada volviera a posarse en la cara de Jesús. En sus ojos no había desprecio, ni burla, ni siquiera compasión. Solo una calma absoluta, transparente, casi misericordiosa. Negó suavemente con la cabeza, como si suspirara por un alma obstinada e irremediablemente perdida. Luego se puso de pie, caminó hasta el borde de la cama y, con un gesto delicado, acomodó las esquinas del cobertor que habían quedado arrugadas. Su movimiento fue tan suave como natural, igual que cuando le humedeció los labios minutos antes. —Jesús —dijo finalmente, mirándolo por última vez. Su voz era baja, pero cada palabra sonó como una sentencia definitiva. —Cuídate. Y sin añadir nada más, se dio la vuelta. Sus pasos, firmes y equilibrados, la lle