Capítulo 31
Carolina sintió por un instante algo desconcierto: la persona frente a ella conservaba la misma apariencia física, pero parecía tener un alma distinta.
El Melchor de antes, sin poder ni influencia, la defendía en todo momento y no permitía que nadie pronunciara una sola crítica contra ella.
Tampoco soportaba verla sufrir la más mínima injusticia.
Montado en bicicleta la llevaba a divertirse por el Puerto de la Luna, en Monte Azul; también recorría largas distancias para comprarle los dulces que tanto le gustaban.
Con lo primero que ganaba le compraba regalos: vestidos, cosméticos; se esmeraba en encontrar cosas novedosas para hacerla reír.
Y cuando productores o inversionistas intentaban aprovecharse de ella, no dudaba en perder un papel, en discutir o incluso en llegar a las manos con tal de defenderla.
A veces, cuando el trabajo los separaba por mucho tiempo, apenas terminaba su jornada corría a verla, y la abrazaba hablándole sin parar de cuánto la había extrañado.
Pero ahora, él se

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