Capítulo 115
Esa noche, Alberto no tenía suerte. Seguía perdiendo, y las líneas de su rostro apuesto se veían frías y tensas.
Ana miraba sus cartas mientras tenía a su lado una bandeja de frutas frescas de temporada. Con su delicada mano, tomó una uva grande y morada, la peló con cuidado y acercó la pulpa jugosa y translúcida a los labios de Alberto.
Sin apartar la vista de sus cartas, Alberto abrió la boca y aceptó la uva que Ana le ofrecía.
Con dulzura y sumisión, Ana se acurrucó a su lado y extendió su mano suave para recibir la semilla que él escupió.
Parecía una esposa cariñosa, atendiendo a Alberto con devoción.
Los dos jóvenes millonarios rieron y comentaron: —El único hombre en todo Solarena que puede recibir un trato así de la mujer más hermosa es el presidente Alberto.
—Dicen que en el amor se gana y en el juego se pierde. No es de extrañar que el presidente Alberto esté perdiendo una y otra vez esta noche.
Ana sonrió con coquetería y fingió estar molesta: —¡Solo saben burla

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