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Capítulo 8

Alejandro tuvo un sueño. En el sueño, María, con la cara cubierta de sangre, llevaba de la mano a su hijo, igualmente ensangrentado, para reclamarle. Pero él solo quería abrir los brazos y estrecharlos contra su pecho. En el instante en que extendió la mano, las siluetas de María y del niño se desvanecieron, quedando solo la oscuridad y el vacío en toda la habitación. Las escenas de los últimos diez años, aquella familia de tres en armonía y felicidad, desfilaron frente a sus ojos. Alejandro se llevó la mano al pecho y de sus ojos empezaron a brotar incesantes lágrimas. Se desplomó sobre la cama y de su garganta estalló un llanto sofocado y desesperado. —Mari... No sabía cuánto tiempo pasó hasta que nuevamente escuchó la voz de Ana a su lado. —Cariño, estas porquerías de esa perra no se pueden conservar, traen desgracia. Ven, mamá las quemará todas. Alejandro salió descalzo de la habitación y vio en el patio un barril de hierro negro que ardía con llamas descomunales. En su interior se

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