Capítulo 272
Aunque su aura no exudaba agresividad, había algo en ella que imponía respeto y desalentaba la insolencia en su presencia.
La risa se extinguía gradualmente.
Maristela se quedó perpleja por un momento y exclamó sin pensar: —¿Ángeles? ¿Cómo es que estás aquí?
Ángeles ignoró su pregunta, se acercó directamente y examinó los párpados de Arturo, luego se giró hacia los ocho médicos veteranos y ordenó: —Tráiganme agujas, hilo y vendas.
Los ocho médicos, sin atreverse a cuestionar, desplegaron rápidamente su estuche de agujas y se lo entregaron a Ángeles con ambas manos.
Ángeles se preparó para proceder.
Maristela se interpuso de inmediato frente a la cama y exclamó: —¡No! ¡Traigan al mejor médico que tengan aquí, no confío en ti!
Desde sus días en la escuela, y luego en la Villa de los Cielos, ella y Ángeles habían tenido varios desencuentros.
¿Cómo podría estar tranquila dejando que Ángeles tratara a Arturo?
Ante su duda, Ángeles levantó una ceja y sonrió despreocupadamente: —Puedo decir o

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