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Capítulo 4

Diez años de tempestades y emprendimiento compartido habían hecho que Noelia conociera a fondo los proyectos clave de Alejandro. Sabía muy bien que el principal competidor del Proyecto Ciudad Estelar era Emiliano. —¿La persona que los envió fue Emiliano? El hombre enmascarado se detuvo un instante y alzó la voz de forma deliberada: —¿Por qué supones que fue el presidente Emiliano? ¡Él no tiene nada que ver con nosotros! Emiliano tenía una relación de cooperación con ella; no había ninguna necesidad de recurrir a un método así. Noelia lo comprendió al instante: aquello no era un secuestro comercial, sino una nueva ronda de pruebas ideadas por Alejandro. Sintió que la sangre se le helaba en todo el cuerpo. Se mordió el labio hasta saborear el hierro, apenas logrando reprimir el reproche que estaba a punto de estallar. "Alejandro, ¿de verdad no confías en mí?" "¿Tienes que pisotear así mi sinceridad una y otra vez?" Al verla callada, el hombre empujó hacia ella la caja repleta de dólares. —Con que lo digas, todo esto será tuyo de inmediato. ¡No lo gastarías ni en varias vidas! Noelia miró la cámara de la esquina, como si a través de ella pudiera encontrarse con los ojos que una vez amó con tanta devoción. Apretando los dientes, respondió: —No voy a traicionar a Alejandro. —Todo el mundo sabe que pudo convertirse en su esposa porque es una mujer lista. Se burló el enmascarado: —¿Renunciar al dinero por un hombre? ¿Quieres hacerte la digna? Noelia giró el rostro: —No importa cuánto ofrezcan. No lo traicionaré. Lo que la desconcertó fue que, aun después de dejar clara su postura, los secuestradores no la desataron. "¿Por qué no me sueltan?" "¿Acaso la prueba no ha terminado ya?" Al instante, la puerta metálica se cerró de golpe y la habitación quedó a oscuras. —¡No! ¡Esperen! ¡Suéltenme! —Por fin entró en pánico y gritó, forcejeando. En un instante, hasta respirar se volvió difícil. Se encogió sobre sí misma y los recuerdos la arrastraron al día en que murió su madre. La morgue helada. Un empleado descuidado cerró la puerta y la olvidó allí dentro. Frío. Negro. Tan aterrada que ni siquiera podía llorar. Solo pudo acurrucarse junto al cuerpo ya sin calor de su madre y resistir una noche interminable. Años después, durante un apagón accidental, colapsó en el baño y gritó fuera de sí. Cuando Alejandro irrumpió, ella se acurrucaba en la bañera, sollozando: —¡No me encierres! ¡Está muy oscuro! Esa noche, tras oír su historia, Alejandro la abrazó con fuerza, sin decir palabra. Al día siguiente, colocó luces nocturnas en cada rincón de la casa. Tomándola de la mano, recorrió cada espacio iluminado: —A partir de ahora, tu mundo siempre estará lleno de luz. En la oscuridad, Noelia volvió a encogerse; su conciencia oscilaba entre la pesadilla y la realidad. En el momento más desesperado, incluso llegó a anhelar que esta vez no fuera una prueba. Alejandro sabía que le aterraba la oscuridad, que lo que más temía era quedar encerrada. Vendría a rescatarla, ¿verdad? Como tantas otras veces en el pasado. Esa mínima esperanza la sostuvo y le impidió ceder. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando sintió que la trasladaban a una cama blanda. Una mano tibia le sostenía los dedos; aquel contacto familiar casi la hizo llorar de alivio. Pero las voces borrosas que llegaron a sus oídos apagaron de golpe la esperanza recién encendida. —¿Cómo pudiste dejarla en ese estado? —La voz de Alejandro estaba teñida de ira. —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —Se defendió Susana con tono agraviado. —Fuiste tú quien dijo que aún faltaban tres pruebas. ¡Esta apenas es la segunda! ¿Cómo iba a saber si no estaba fingiendo...? —¡Basta! ¡Sal de aquí! —La interrumpió, con una impaciencia incuestionable. Los pasos se alejaron. En la habitación quedó solo el murmullo grave de Alejandro: —Noelia, resiste un poco más. Cuando superes la última prueba, dejaré de dudar de ti. —Te lo daré todo y te compensaré como mereces. ¡Así que de verdad había sido él! Noelia apretó los dientes; las lágrimas brotaron sin control. El hombre que decía amarla había observado cómo se quebraba, cómo se hundía en la oscuridad. Diez años de amor, y en sus ojos necesitaban ser verificados con un método tan cruel. Sus pestañas temblaron y abrió los ojos lentamente. —¡Despertaste! Alejandro le sujetó la mano; su voz estaba cargada de un alivio casi dramático. —Fui yo quien te sacó de ahí. ¿Por qué fuiste tan tonta? Nada es más importante que tu vida. —Fue culpa mía por no protegerte bien. ¿Qué compensación quieres? Te compraré lo que sea. Al ver ese rostro hipócrita, el estómago de Noelia se revolvió. No tenía fuerzas para discutir ni ánimo para exigir explicaciones. Retiró la mano despacio y sacó del cajón el acuerdo de divorcio que llevaba tiempo preparado, mezclado entre varios folletos de promociones inmobiliarias, y se lo tendió. Forzó una sonrisa en su rostro pálido; la voz le salió ligera, casi etérea: —Entonces firma todo esto. Tómalo como un regalo para calmarme el susto, ¿sí?

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