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Capítulo 38

Clara perdió el sueño al instante. Arrojó sin pensarlo la insignia y la nota al bote de basura, y con la mochila al hombro se dirigió hacia la puerta trasera de la escuela. Allí, un Ferrari llamativo estaba estacionado, reluciendo bajo la luz tenue. Un hombre alto y de rasgos apuestos, vestido con ropa de diseñador, se apoyaba con aire relajado contra la puerta del auto. Llevaba en el cuello un colgante de jade verde de gran calidad; en la muñeca, una pulsera de cuentas talladas en madera de rayo con un crucifijo; y en el pulgar, un anillo de jade esculpido con forma de serpiente. De pies a cabeza, aquel hombre parecía hecho de dinero. Cuando vio a Clara salir, levantó la mano y la saludó. —Clari, aquí estoy. Apenas le echó una mirada, se colocó la mascarilla y, adoptando una actitud de total indiferencia, dio media vuelta para irse. El hombre le habló desde atrás: —Fue San Héctor quien me pidió que te buscara. Clara, que ya se había alejado unos metros, se detuvo y regresó: —¿Dónde es

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