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Capítulo 9

Como Eduardo no lograba encontrar a Isabel, empezó a volverse irritable. En ese momento, sin embargo, fue Rosa quien lo buscó. Con los ojos enrojecidos, le bloqueó firmemente el paso en el aparcamiento subterráneo. —Eduardo… Lloraba con un aspecto muy lastimoso, y estiró la mano para agarrar la manga de su chaqueta. —Me equivoqué. Solo después de dejarte me di cuenta de que la persona a la que siempre he amado eres tú. Francisco, en realidad, no me entiende; solo tú eres quien mejor me trata. Si hubiera sido antes, al verla así, a Eduardo se le habría partido el corazón. Pero ahora, al mirar sus lágrimas, la cara que surgió en su mente fue la de Isabel. Quien, aun soportando un agravio enorme, siempre cargaba con todo en silencio. Jamás lloraba de esta manera para buscar compasión. Una oleada de repugnancia e irritación le subió al pecho. Eduardo dio un brusco paso atrás para evitar su contacto, y su voz fue tan fría como el hielo. —Apártate. —Eduardo, no me trates así… Rosa lloró aún

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