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Capítulo 8

María caminó unos cincuenta metros fuera de la casa de subastas, hasta doblar la esquina, cuando un vozarrón feroz, arrastrado por el viento frío, le perforó los oídos. —Ese tal García hoy solo trajo cuatro guardaespaldas. La oportunidad no puede perderse. La otra parte pagó el doble del precio. ¡Asegúrense de matarlo! Los pasos de María se detuvieron en seco. —Ese García... ¿Podría ser que Alejandro estuviera en peligro? María no pensó más. Echó a correr hacia la casa de subastas, hasta que, dentro de su campo de visión, vio a más de diez hombres armados acercándose sigilosamente hacia una farola. Y bajo la farola... estaba Alejandro. Parecía no haber notado el peligro que se acercaba. Su figura alta y recta permanecía de pie junto a la carretera, un cigarrillo entre los labios, mientras Carmen se ponía de puntillas para encendérselo. Los dos, tan coordinados y cercanos, parecían una pareja perfecta. María ignoró el punzante tirón que le desgarró el corazón y gritó desesperada: —¡Alej

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