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Capítulo 2

Lourdes entró en pánico y corrió abrazando a Alicia mientras la tranquilizaba. —Hija, mi amor, vamos a jugar a las escondidas. Pronto vendrá la enfermera a buscarnos. —¡Sí! ¡Me encanta jugar a las escondidas! Respondió, emocionada, pataleando y forcejeando. —¡Mami, yo puedo correr sola! —Está bien. La soltó y se dio la vuelta para dirigirse a las escaleras, pero antes de abrir la puerta, escuchó la voz de su hija. —¡Mami, allá hay una cama! ¡Puedo esconderme debajo! Al oírla, se giró y vio a su hija corriendo hacia el lugar. Se alarmó y estaba a punto de ir tras ella, cuando apareció una figura familiar: era Roberto. Instintivamente se detuvo y observó cómo su hija chocaba contra el hombre y rompía a llorar. Él estaba examinando los cuartos cercanos, convencido de que esa mujer debía de estar cerca. Cuando iba hacia las escaleras, al girarse, tropezó con algo en el suelo, seguido por el llanto de una niña. Al mirar hacia abajo, vio a una pequeña que agarraba su pantalón y lloraba desconsoladamente. Roberto no tenía experiencia tratando con niños. Su primer impulso fue entregarla a una enfermera, pero al verle la cara llorosa, arrugó la cara involuntariamente y se agachó. —Niña, ¿por qué lloras así? Alicia hizo un puchero y, al verlo vestido de negro, se asustó aún más, llorando con más fuerza. —¡Me atrapó un hombre malo! Roberto arrugó más la frente, incluso le pareció gracioso y su voz se volvió un poco más suave. —¿Yo soy el hombre malo? ¡Si tú fuiste la que chocó contra mi pierna! —¡Y además me regañas...! Alicia alargó la voz, tan molesta que sus trenzas se erizaban y las lágrimas fluían sin parar. La gente alrededor empezó a mirar por el alboroto. Rodeado por las miradas, Roberto se sintió un poco impotente y tuvo que contener su temperamento para calmarla. —Está bien, deja de llorar. No soy un hombre malo. Te llevo con tu mamá, ¿te parece bien? Para su sorpresa, al oír eso, la niña lo miró con más desconfianza aún. —¿También quieres atrapar a mi mamá? Roberto suspiró con resignación, sin entender cómo había acabado convertido en el villano. —Solo vine al hospital para una consulta, no soy malo. ¿Por qué estás sola? Vamos, te llevo de vuelta. Alicia por fin dejó de llorar y miró hacia donde estaba su mamá. Pero seguía creyendo que él era un hombre malo, así que señaló hacia la dirección contraria. —Mi cuarto está por allá. —Entonces vamos. —Roberto la tomó con cuidado y empezó a caminar hacia la dirección que ella había señalado. Lourdes, escondida en la entrada de la escalera, observaba toda la escena con atención. Ella no respiró tranquila hasta escuchar que su hija había sido devuelta a la habitación. Al menos, con todo ese alboroto, ese hombre no pensaría en registrar por el momento. Lourdes solo necesitaba seguir escondida con paciencia, esperando que se marchara del hospital. Veinte minutos después, los hombres de Roberto comenzaron a salir, pero aún no había rastro de él. Lourdes arrugó la frente, pensando que quizá había bajado por el ascensor del otro lado, así que se levantó con cautela para salir. Cuando dio un paso, una mano la sujetó con fuerza de la muñeca y todo su cuerpo fue empujado contra un pecho firme. —¡Ah! Soltó un grito y, al alzar la vista, se encontró con unos ojos fríos. Roberto esbozaba una sonrisa sarcástica, como si por tuviera a su presa entre los brazos, y la aprisionó con determinación contra su cuerpo. —Te escondiste tan bien... Parece que de verdad no querías volver a verme. El susto se fue desvaneciendo poco a poco ante su mirada burlona. Con fuerza, apartó su mano. —¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué no puedes dejarme en paz? —¿Qué quiero? Él dio un paso al frente, con los ojos cargados de odio, obligándola a retroceder. —Frente a una mujer que me engañó estando casados y que, indirectamente, causó la muerte de mi mamá en un accidente... ¿Tú crees que voy a dejar pasar eso? Su voz se volvía cada vez más fuerte y la última frase la gritó, con furia: —¿Y mi papá qué? La voz de ella fue igual de aguda y las lágrimas comenzaron a caer. —¡Tú denunciaste a la familia Suárez! ¡Por tu culpa, mi papá terminó en prisión y se quitó la vida! ¿A quién se supone que debo culpar por eso? —¡Eso fue consecuencia de sus actos! Roberto le sostuvo el mentón con fuerza. —¡Él recaudó fondos ilegalmente y lavó dinero! ¡Aunque no lo hubiera denunciado, tarde o temprano habría sido castigado por la ley! —¡Suerte tuvo de morir en prisión, porque si no, yo mismo me habría encargado de él! Lourdes temblaba de la rabia y recordó esa noche de hacía cuatro años. Su padre agonizaba en prisión y ella se arrodilló suplicando verlo una última vez. Pero ese hombre, solo le lanzó un documento y le dijo, con una voz fría: —Firma esto y podrás verlo por última vez. Ella, que siempre había vivido en la comodidad, nunca había enfrentado algo así. Al levantar el documento y leerlo, vio que se trataba de la cesión de acciones del Grupo del Faro, perteneciente a la familia Suárez, que su padre le había otorgado cuando cumplió la mayoría de edad. Todo se había hecho en secreto, dejándola en manos de Roberto. Lourdes no podía dejar de llorar y, con una última esperanza, le hizo una pregunta. —¿Te casaste conmigo... Por esto? —¿Y si no, por qué más? —Respondió, girando su cara para no mirarla, con una voz que parecía surgir desde lo más profundo del infierno. Toda esperanza en ella se rompió. Sin dudarlo, firmó el documento y se marchó de la casa de los Barrera. Al recordar todo eso, Lourdes apretó los dientes y gritó llena de rabia, dándole una cachetada con toda su fuerza. —¡No permito que insultes a mi papá! Un "¡Pah!" se escuchó en el aire. La marca de sus dedos quedó impresa en la cara de Roberto, quien le apretó el brazo con más fuerza, pronunciando una palabra entre dientes. —Atrevida... Apenas había comenzado a hablar cuando alguien lo empujó con fuerza, apartándolo de un tirón, mientras protegía a la mujer tras de sí. Él dio un paso en falso por el empujón. Al darse vuelta y ver quién era, su mirada se volvió cortante. —Alberto... Estás en todas partes. Él se colocó delante de Lourdes, con una expresión fría. —El que no deja de acosarla eres tú. Ya están divorciados, ¿por qué insistes en perseguir a mi prometida? Al escuchar eso, no solo la expresión de él cambió, sino que Lourdes también se quedó helada. Aunque sorprendida, no lo negó. Después de todo, si con eso lograba que su exesposo se alejara, no le importaba decir una mentira piadosa. —¿Prometida? Roberto apretó los puños, su mirada era como cuchillas clavándose en ellos. —¿No estás yendo demasiado rápido? Aún no he firmado los papeles del divorcio. ¡Ella sigue siendo mi esposa! Ella quedó sorprendida, al oír eso. —¡Eso no puede ser! El abogado dijo que con tu firma ya no tendríamos ningún lazo. Él la miró con obsesión y soltó una risa sarcástica. —El certificado de matrimonio sigue en mi casa. ¡Quién decide si hay divorcio o no, soy yo! —¡Eres un desgraciado! Alberto no esperaba que él hiciera trampa con los papeles. Al sentir el temblor en el cuerpo de la mujer que protegía, se giró para consolarla. Esa escena le resultó insoportable a Roberto. En un arrebato, lo tomó por el cuello de la camisa y lo empujó contra la pared. —Tú, que sedujiste a una mujer casada, que tuviste un romance y hasta huiste con ella... ¿Qué autoridad tienes para darme lecciones? —¡Basta! —Lourdes, pálida, agarró con fuerza la muñeca de Roberto—. Habiendo firmado o no, ¡llevamos cuatro años separados! Y además... No alcanzó a terminar su frase cuando una voz la interrumpió. —¡Mami! Los tres voltearon al mismo tiempo y vieron a Alicia corriendo hacia ellos. El corazón de ella casi se detuvo. Se apresuró a abrazar a su hija y, con la cabeza agachada, le susurró: —Rápido, llama a Alberto "papá". La niña se quedó quieta, ladeando la cabeza, con curiosidad. —¿Por qué? El corazón de ella latía con fuerza. La situación era urgente y no había tiempo para explicar, así que solo pudo decir, en voz baja: —Solo hazlo por mí, ¿sí? Apenas terminó de hablar, Roberto ya había tomado a Alicia del brazo, atrayéndola hacia él. Le sostenía la manita, que temblaba. —¿Qué acabas de decir? ¿Esta mujer... Es tu mamá? —¡Claro! —respondió, parpadeando—: Hombre malo, ¿qué haces tú con mi mami? La respiración de él se volvió pesada. En su interior surgió una sospecha que no se atrevía a confirmar. Intentando mantener la calma, le preguntó, con voz suave: —¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?

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